Cien años antes de que el célebre Heraclio Fournier imprimiera en Vitoria la primera baraja de cartas que le daría fama universal, en la provincia ... de Málaga ya se jugaba a lo grande con el negocio de los naipes. El protagonista de esta etapa esplendorosa que vinculó para siempre las localidades de Macharaviaya, Arroyo de la Miel y la propia capital con el Nuevo Mundo fue Félix Solesio (o Solecio, según algunas crónicas), cuyo palacio, en calle Granada, es uno de los más bellos edificios de la Málaga del siglo XVIII.
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La historia de Solesio y el monopolio del comercio de naipes con América tiene, como en las buenas partidas, varios jugadores y apuestas arriesgadas con las que primero se hizo fortuna pero que finalmente quedaron en ruina. Aun así, su historia merece ser contada por ser también el espejo de la Málaga de la Ilustración. En efecto, el as de oros de esta historia fue Félix Solesio (Finale-Ligure, Italia, 1739-Málaga, 1806), nacido en una familia con una profunda tradición en la fabricación de naipes. De hecho, su ciudad natal llegó a contar con una veintena de factorías dedicadas a las barajas de cartas que entretenían a los soldados de los tercios españoles que iban a Flandes, y Félix creció y se formó con la determinación de tener, algún día, su propia fábrica.
Buscando esa fortuna, recaló en Madrid y en la corte conoce a José Gálvez, uno de los hijos más ilustres de Macharaviaya y tío de Bernardo de Gálvez. Aquel encuentro les puso a ambos en la senda correcta para lograr sus intereses: al primero, con su propia factoría; y al segundo, con un proyecto que serviría para poner en el mapa su localidad natal. Sí, han leído bien. Macharaviaya como epicentro de la fabricación, en exclusiva, de los naipes que se comercializaban para el Nuevo Mundo. La oportunidad llegó en 1776, cuando De Gálvez fue nombrado Ministro Universal de Indias, es decir, responsable de todos y cada uno de los ámbitos administrativos de los dominios españoles. Esa influencia en la corte de Carlos III se tradujo en el marquesado de la Sonora (de ahí también el nombre del popular palacio de calle Granada) y en un acuerdo con el rey para poner en marcha ese monopolio que ejercería Solesio con la ayuda del propio Gálvez.
Ese mismo año, Carlos III firmó la Real Cédula con las condiciones para instalar en Macharaviaya la fábrica de naipes que viajarían, posteriormente, al Nuevo Mundo. La copia del documento se conserva en el archivo de Narciso Díaz de Escovar y en ella queda claro el compromiso real por acabar con el contrabando de cartas en América y con el problema que generaba en la Real Hacienda: «Por cuanto por don Félix Solesio se me ha representado, que deseoso de acreditar su celo por mi real servicio, y emplear su notoria pericia en la fábrica de naipes de todas clases, y noticioso de la copiosa introducción que de este género hacen los extranjeros en mis dominios de América, por falta de previsión suficiente de él de las fábricas de España, de que se sigue un gravísimo perjuicio al Estado, y desfalco considerable de mi Real Hacienda, se ha determinado a proponerme el establecimiento, de su cuenta, de una fábrica de naipes de segura calidad en la Villa de Macharaviaya (…)».
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Entre las nueve condiciones que pone el rey para poner en marcha el proyecto, algunas curiosas como que la fábrica estaría «sólo sujeta a mi ministro» (José de Gálvez), que seis meses después de la firma de la cédula ya estarían listos los operarios y los utensilios con los que fabricar las cartas y que cuatro meses más tarde se tendrían que haber fabricado «veinte mil mazos de a doce barajas». Además, Carlos III dejaba en manos de Gálvez y Solesio la contratación de oficiales y operarios, pero «prefiriendo siempre para operarios los vecinos de la feligresía de la Villa de Macharaviaya, y habiendo de instruir perfectamente en cada un año tres aprendices, ha de ser el uno de la misma villa». Los naipes, además, habían de servir «solamente para todos mis dominios de América, sin que se puedan introducir otros, y para evitar el uso de ellos en España, destinará el Ministerio de Indias un interventor en la fábrica y se pondrá una señal oculta, que ha de variarse cada año (...)». Por último, el plazo del contrato era de diez años «y no se podrá cortar, rescindir ni suspender».
Con esas condiciones, Solesio construye en Macharaviaya el edificio de la fábrica gracias al adelanto de la Real Hacienda de 500.000 reales. El espacio contaba con dos almacenes, un patio, dos despachos, un portal y once cuartos de impresión. Para ponerla en marcha, trajo de Italia especialistas que instruyeron a los trabajadores, y se calcula que tres años después de su inauguración la fábrica ya contaba con más de 200 empleados.
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El objetivo era imprimir dos millones de barajas al año, pero Solesio no tardó en encontrarse con el primer contratiempo: la falta de papel y el coste elevadísimo de su traslado a Macharaviaya lo llevó a poner los ojos en el tercer escenario de esta aventura empresarial: Benalmádena, que contaba con el agua suficiente para fabricarlo él mismo. Allí, en el cortijo llamado 'Arroyo de la Miel', instala varios batanes (máquinas para tupir tejidos) que solucionan en parte el problema del papel y, en paralelo, dan esplendor al entorno. De hecho, Félix Solesio está considerado el fundador de Arroyo de la Miel.
Convertido en el dueño y señor del comercio de naipes con América, el empresario ilustrado mandó construir, en el año 1789, su famoso palacio en el número 61 de la calle Granada. Reconvertido hoy en un hotel de cuatro estrellas que conserva el nombre de su fundador (Palacio Solecio), el edificio fue el espejo de la influencia que tuvo el italiano en la provincia de Málaga: las crónicas históricas recogen que Solesio pidió permiso al consistorio de la época para el ensanche de la calle Granada derribando un núcleo de pequeñas casas para que los carruajes pudieran dar la vuelta, entre otras cosas porque en ese palacio se almacenaban las cartas que, desde Macharaviaya, partían por mar al Nuevo Mundo. Las cartas de Solesio lograron tal fama que incluso Goya las inmortalizó en uno de sus cuadros, 'La familia del infante don Luis'.
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Para entonces, sin embargo, ya no salían las cuentas en la fábrica. Existen muchas teorías sobre los motivos de este ocaso, entre ellas las malas comunicaciones con la costa y la falta de materias primas; pero también la falta de planificación y el desfase entre las barajas que se fabricaban y las que realmente se compraban en los mercados americanos. Solesio intentó adaptarse a esa demanda real, muy inferior a la que habían previsto, pero la reducción no fue suficiente y las barajas almacenadas en España y en las Indias se echaban a perder por falta de mercado. El contrabando desde otros países del mundo y la producción local en los países de referencia, que no respetaron el monopolio, dieron al traste con el proyecto de Solesio y de Gálvez en apenas 15 años.
Tras un primer cierre de la fábrica de Macharaviaya en 1791 y una posterior reapertura para tratar de ganar la partida, la ruina de Solesio y su familia no tarda en llegar: en 1800, el empresario pidió a la Real Hacienda que se hiciera cargo de los créditos pendientes, pero la respuesta fue negativa. Acosado por las deudas, Félix Solesio muere en Málaga en 1806 con todos sus bienes hipotecados y con sus acreedores acechando -dicen algunas crónicas- hasta en el lecho de muerte. Sus herederos se ven obligados a malvender todo el patrimonio para poder alimentar a sus familias y en 1815 se cierra definitivamente la fábrica.
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Quedó, sin embargo, el esplendor de su palacio en calle Granada, aunque este lugar es también el protagonista de una de esas confusiones que terminan en el callejero y en la herencia popular: el edificio se ha conocido popularmente como el palacio de Solesio o del marqués de la Sonora, título que ostentó José de Gálvez, fallecido dos años antes de que fuera mandado a construir. Aunque hay documentos que recogen que el ministro llegó a dormir allí por la presencia posterior del escudo de la familia en su fachada, esa coincidencia nunca se produjo. De hecho, el historiador Víctor Heredia, demostró que ese escudo de los Gálvez no era originario del palacio, sino que se incorporó en el siglo XX cuando los marqueses de Larios, propietarios del inmueble, lo instalaron en su fachada creyendo que el palacio estaba asociado a los Gálvez. A cambio, en uno de los chaflanes del edificio se puede apreciar claramente un sol, emblema de los Solesio. Sea como fuere, el edificio es hoy un símbolo de aquella partida que colocó a Málaga en el centro del tablero mundial para jugar sus mejores cartas y a Félix Solesio como el rey de la baraja.
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