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Domingo, 11 de agosto 2024, 00:06
La selección que viene a continuación, querido lector, es solo una pequeña muestra. Soy consciente de que faltan casi todos.
Y no lo hizo en Ronda porque los maestrantes no se lo permitieron, dado el currículum de la estrella. Pensaron que su presencia podía ser una ofensa y una provocación para el mundo de la tauromaquia. Madonna había llegado a la Costa del Sol en noviembre de 1994, para rodar el videoclip Take a bow. Lo hizo acompañado por un equipo de sesenta personas, desde musculosos guardaespaldas hasta gráciles bailarines y, se decía, de algún secreto amante. Doscientos extras participaron en la grabación desde la grada de la plaza de toros de Antequera.
El torero sevillano Emilio Muñoz, presenció atónito cómo la reina del pop se quitaba unos cucuruchos de goma de los sostenes. No le pareció que aquella mujer fuese para tanto: «Sí, algo debe de tener, pero ni de tamaño ni de cuerpo es Sofía Loren». Se hospedó en el Parador de Ronda y utilizaba una doble para despistar a los periodistas. Cuando una mañana se libró de ellos, entró en la iglesia del Espíritu Santo y es fama que se arrodilló contrita en alguna capilla. El sacristán, Salvador Calvo, no la reconoció, aunque hizo estas ambiguas declaraciones a la prensa: «Si hubiera sabido quién era, le hubiera dicho algo». También se rumoreó que Jesulín de Ubrique le iba a ofrecer una corrida a su medida. De toros, se entiende.
Fue el 18 de junio de 1966. A las 12:45 aterrizó en el aeropuerto y la comitiva se dirigió al hotel Pez Espada para dar cuenta de un suculento almuerzo. Rafael Betés, alcalde de Málaga (entonces Torremolinos era un barrio de Málaga), le regaló la estatua de un cenachero y le nombró «huésped de honor de la ciudad». El rey de Arabia Saudí tenía el dinero como castigo. Recordaba Luis Callejón, entonces interventor del Pez Espada, que uno de los acompañantes reales olvidó un traje en la tintorería con quinientas mil pesetas en el bolsillo que, lógicamente, reintegró a su dueño. El monarca le gratificó con cinco mil pesetas, cuando entonces su sueldo mensual apenas rondaba las ochocientas.
Marujita Díaz fue una de las pioneras de Torremolinos, pues se compró el chalé El Heliotropo en Montemar. Ella aseguraba con guasa que ya vivía en Torremolinos cuando llegaron los Reyes Católicos. Se la podía ver con su amiga Sara Montiel comiendo en el restaurante Antonio una cazuela de potaje y una inmensa fritura de pescado.
Los príncipes de Mónaco llegaron en coche desde Granada un 23 de mayo de 1956. En los cuatro días que pasaron en la capital de la Costa del Sol degustaron cigalas y espetos, escucharon misa en la iglesia del Santo Cristo y visitaron el Museo de Bellas Artes, donde cuentan que se quedaron sobrecogidos al contemplar el cuadro de Simonet Anatomía del corazón.
La actriz y cantante francesa vino a la Costa del Sol en 1957 a rodar la película Los joyeros del claro de luna, en la que aparecen escenas filmadas en la Carihuela, Mijas, Alhaurín, el Chorro, la finca El Retiro o el hotel Miramar. En una de ellas paseaba descalza por la calle San Miguel de Torremolinos. En julio de 2020, Brigitte Bardot recordaba: «Vivía en una casita que se llamaba Las Algas. Un lugar que no disponía de ningún confort, pero que era un paraíso salvaje». Se trataba de un chalé de la Carihuela, todavía virgen, junto al Club Montemar.
Según parece, la actriz se encaprichó durante el rodaje de un burro. A la estrella se le permitió meterlo en la casa donde se hospedaba. Alguien que entró se lo encontró tumbado en su cama. Una noche, mientras servían la cena en el Club Montemar con los comensales vestidos de etiqueta, Bardot apareció con su burro cogido de la brida y se pidió una copa en la barra ante la lógica expectación general.
No nos resistimos a copiar algunas anécdotas más de las que cuentan José Luis Cabrera y Carlos Pranger en su recomendable libro Excéntricos en la Costa del Sol. Hemos titulado soberbia porque la duquesa afirmaba que hacían falta tres duquesas de Alba para hacer una de Windsor y tirana porque obligaba a sus criadas a sacar brillo a la suela de sus zapatos para que estos lucieran impecables si se sentaba y cruzaba las piernas. Y cuando algún admirador les pedía una foto dedicada, los duques se la cobraban a través de su secretario.
A sus treinta y tres años, la princesa Diana estaba en la flor de la vida. Para despistar a la prensa, llegó al hotel Byblos de Mijas en un Ford Escort que conducía su peluquero, George Gui. Cuenta Francisco Reyero -en su estupendo libro Cuerpos celestes- que el recepcionista del hotel no daba crédito cuando la vio sonriente detrás del mostrador: pensaba que era una broma o una doble. Diana pasó cuatro días jugando al tenis y tomando el sol con unas amigas. Pero los temibles paparazzi acabaron descubriendo dónde estaba la princesa. Cuentan que consiguieron registrar la papelera de su suite (la 115) para ver si encontraban restos de drogas o algún condón con el que alimentar el escándalo. Uno de ellos logró llegar hasta la misma hamaca donde descansaba Diana de Gales y fue retirado a las bravas y sin miramiento alguno por el equipo de seguridad. Félix Gutiérrez tuvo mejor suerte. Apuntaba a la princesa con su teleobjetivo, mientras tomaba el sol malagueño, cuando esta se giró y sus tetas se salieron del sostén. Las fotografías fueron compradas por la revista Hola para guardarlas en un cajón. Dicen que pagó por ellas una fortuna.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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