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Convertida en un símbolo indiscutible por su ubicación privilegiada y por ser el recuerdo a una de las familias que más hizo por el despegue de la Málaga del siglo XIX, la historia de la estatua de Manuel Domingo Larios y Larios (II marqués de la saga) a la entrada de su esplendorosa calle ha corrido en paralelo a la de la propia ciudad. Más allá de los capítulos que recogen ampliamente los años aquéllos en los que el marqués estuvo sumergido en las aguas del Puerto después de que el 14 de abril de 1931, con la proclamación de la Segunda República, fuera arrastrado por la muchedumbre y sustituido por la estatua del pedestal que representa la alegoría del Trabajo, existen otras curiosidades sobre el origen de este proyecto que sirvió para sellar, al menos en parte, las complicadas relaciones de los Larios con Málaga.
En efecto, también es conocido que a pesar de la huella luminosa de la familia en Málaga, ésta ya estaba exiliada en París cuando en el año 1891 se inauguraba la calle Larios, el proyecto soñado tanto por Martín Larios y Herreros (primer marqués) como por su hijo Manuel Domingo. Sin embargo, los efectos de la revolución de la Gloriosa en 1868 terminaron con el palacio de los Larios asaltado por sus trabajadores y con la familia de industriales huyendo literalmente por los tejados y, luego, a Gibraltar. Ésa fue la razón por la que no hubo representación de la casa -más allá que la de su apoderado- en la gran fiesta de apertura de la calle, el 27 de agosto de 1891, y por la que la relación con la ciudad pasó del afecto a la frialdad más absoluta.
Quedaba, sin embargo, el fabuloso legado de la saga en Málaga y -por qué no-, la necesidad, por parte de las autoridades locales, de cerrar la herida abierta con los Larios más de dos décadas antes. De nada sirvió que el Ayuntamiento enviara una carta formal a Manuel Domingo a París para hacerle saber los acuerdos del pleno municipal en agradecimiento a la familia, la propuesta de declararle hijo predilecto de la ciudad y la decisión de colocar una lápida conmemorativa en el salón de plenos -que aún hoy puede verse- en honor de su padre, Martín Larios y Herreros.
Manuel Domingo no volvió a Málaga, aunque sí de incógnito a Torre del Mar unos años después a visitar sus posesiones, y murió en París el 31 de julio de 1895 sin olvidar el acorralamiento a los suyos en 1868.
Dos semanas después de su muerte, la ciudad movió ficha para el homenaje definitivo en forma de escultura. Lo hizo a instancias del gobernador civil, «el señor Cánovas Vallejo, que decidió levantar un monumento público al final de 'su' calle, dando frente al eje principal del gran paseo de la Alameda». Así se recoge en un escrito publicado en el boletín 'Baetica. Estudios de Arte, Geografía e Historia' firmado por Domingo Sánchez-Mesa Martín. En él se añade que la propuesta del gobernador encontró un gran respaldo en la ciudad gracias al apoyo de la prensa local y al periodista Nicolás Muñoz Cerisola, que se movilizaron en desagravio a la familia Larios. Con los malagueños a favor del proyecto, se impulsó la correspondiente comisión ejecutiva, se abrió una suscripción pública y se convocó a los mejores escultores de la época para dar el merecido homenaje al marqués.
En este punto de la historia es donde se cruzan los caminos del artista valenciano Mariano Benlliure, el sevillano Antonio Susillo y el tarraconense Agustín Querol, que se impusieron con sus bocetos a los otros candidatos a inmortalizar la figura de Manuel Domingo Larios a la entrada de su calle. La competencia fue tal que Sánchez-Mesa habla en su artículo de «cábalas e intrigas», sobre todo por el 'pique' histórico entre Benlliure y Querol, eternos rivales en todos los proyectos en los que coincidían.
Según explica la Fundación Mariano Benlliure, «desde muy jóvenes se vieron enfrentados en los concursos académicos, como la pensión en la Academia de Roma» y otros monumentos públicos. El cénit de ese enfrentamiento llegó con el proyecto de la escultura al general Martínez Campos en el Parque del Retiro en Madrid: corría el año 1905 -unos años después del concurso de Málaga- cuando la comisión encargada del proyecto decidió 'repartir' el trabajo entre ambos, dado que las propuestas de los dos artistas se ajustaban a lo exigido. Así, la estatua ecuestre fue encargada a Benlliure y el pedestal a Querol, un acuerdo aceptado hasta que el catalán se arrepintió y quiso cambiar el contrato: sobre la cantidad económica recaudada para el monumento, él pidió cuatro quintas partes y dejó en una la del valenciano. El desencuentro fue tal que la comisión optó por dejarlo fuera del proyecto y encargárselo por completo a Benlliure.
Con una competencia similar en el caso de Málaga y el homenaje a Larios, la comisión decidió que sería este último el ejecutor de la estatua. Benlliure recibió la noticia en Barcelona, donde estaba de paso camino a Roma, y fue en la capital italiana donde alumbró la obra de Manuel Domingo Larios a cambio de 75.000 pesetas abonadas en cuatro plazos. Tal y como recogen las actas del contrato, «el boceto presentado y aprobado, a escala del 20%, está reservado a hacer en grande las variaciones que crea convenientes para el mejor resultado del momento (…). Los materiales que se emplean en dicha obra serán mármol y bronce, como indica el boceto. Se establecen cuatro plazos y de la siguiente forma: el primero, de 15.000 pesetas, al firmar este contrato. El segundo plazo, de 15.000 pesetas, al tener modeladas en barro las estatuas del II marqués de Larios y el grupo de la mujer y el niño que representa la Caridad. El tercero, de 20.000 pesetas, al estar ya fundida la estatua del marqués de Larios y modeladas las cuatro figuras, festones, escudos y estatua del Trabajo. El cuarto y último plazo será de 25.000 pesetas, entregándose durante los quince días después de inaugurado el monumento. El señor Benlliure se compromete a cumplir todas las obligaciones que se expresan en este contrato, siempre que la comisión no falte al pago de los plazos contenidos en esta obligación». Ambos cumplieron, aunque los trámites se retrasaron un año sobre la fecha prevista y a última hora se anularon, a ambos lados del monumento, dos figuras vestidas con trajes típicos de Málaga.
También fue estudiado a fondo el lugar donde colocar la estatua. Sin discusión sobre el hecho de que tendría que estar en el eje de la esplendorosa calle Larios, inaugurada unos años antes, la comisión decidió, sin embargo, que la mirada del marqués se dirigiera hacia a La Alameda y no hacia calle Larios, un detalle que tampoco resultaba extraño dado que el propio Manuel Domingo había sido uno de los más ilustres residentes de la avenida: no en vano, su fastuoso palacio estaba en el cruce de La Alameda y la nueva calle Larios y lideró, con su familia, la llamada 'oligarquía de La Alameda', integrada por otras sagas burguesas de referencia como los Heredia o los Loring. No obstante, en el momento de la inauguración de la estatua el esplendor de los buenos tiempos sólo lo conservaba la familia Larios frente a las otras dos casas, por eso tampoco pasó desapercibido el gesto de que el marqués también tuviera a sus pies La Alameda. Para lograrlo, además, hubo que trasladar la mítica fuente de Génova, por entonces a la entrada de calle Larios, hasta el otro extremo de la avenida, cerca del Puente de Tetuán.
Con el emplazamiento también resuelto, a mediados de diciembre de 1898 Benlliure se desplazó a la capital para supervisar los últimos detalles de la colocación del conjunto monumental y, con todo listo, llegó el día de la gran inauguración: el 1 de enero de 1899 la ciudad volvió a vestirse de fiesta para repetir la fastuosidad de las celebraciones del 27 de agosto de 1891, cuando se inauguró la calle Larios. También a las dos de la tarde -a esa hora también se abrió la calle ocho años antes-, miles de personas llenaron los alrededores del monumento. Con la tribuna presidencial rematada con un dosel de terciopelo bordado y repleta de «caballeros con chistera, señoras encopetadas y gran cantidad de militares», las autoridades se volcaron en sus discursos para destacar el vínculo de los Larios con Málaga, que ese mismo día se reforzaba además con la entrega a la Diputación Provincial del edificio anexo al Hospital Provincial, construido gracias a la donación de la familia Larios.
Las intervenciones estuvieron cargadas de giros grandilocuentes para ensalzar, según recoge el acta de la jornada, «la figura noble del Exmo. Sr. D. Manuel Domingo Larios, que nacido en la opulencia, lejos de abandonar la vida de los negocios, dedica su cuantiosa fortuna al fomento de grandes empresas mercantiles, fabriles y agrícolas, que él mismo dirige proporcionando con ello el bienestar a millares de obreros (…). Pone toda su voluntad potente y decidida y gran parte de su capital para realizar aquel gran pensamiento de dotar a Málaga de una calle que pusiera en comunicación la Alameda principal con la plaza de la Constitución, y logrado su propósito realiza un verdadero prodigio bajo el punto de vista de la urbanización y de la estética, dispensando además un gran beneficio bajo el punto de vista de la salud y de la higiene...».
El descubrimiento de la escultura corrió a cargo del alcalde de la ciudad, Ramón María Pérez de Torres y del obispo Juan Muñoz y Herrera, encargados de descorrer los paños azules que tapaban al marqués en su pedestal; mientras que el pintor Joaquín Martínez de la Vega entregó una corona de laurel a Mariano Benlliure en representación de los artistas malagueños. El convite continuó en una zona especialmente acotada para los invitados y posteriormente se celebró una recepción en el palacio de los Larios (hoy, La Equitativa), el tercer vértice esplendoroso del 'triángulo de los Larios': calle, monumento y palacio en apenas unos metros. El festejo cerraba así parte de la herida de la ciudad con su saga más ilustre, aunque no pasaría mucho tiempo antes de que la escultura del marqués fuera arrojada al mar (1931) y su palacio destruido e incendiado en la Guerra Civil (1936). Pero ésa ya es otra historia.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Lucía Palacios | Madrid
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