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Ana Pérez-Bryan
Sábado, 18 de enero 2020, 13:11
A pesar de sus casi 130 años de historia, la calle Larios sigue siendo una fuente inagotable de anécdotas y curiosidades sobre su planificación, construcción y desarrollo; además de un escenario fascinante para todos aquellos aficionados a la historia local. Ganada para siempre a la ciudad el 27 de agosto de 1891, su construcción fue el resultado de una conjunción perfecta entre la necesidad evidente de una nueva reordenación urbana para modernizar la ciudad y de la búsqueda de otra centralidad más allá de la Alameda, inaugurada más de un siglo antes.
En efecto, el proyecto de esta nueva vía nació como una respuesta casi automática al desarrollo de la Málaga del siglo XIX. Aunque no fue ésta la única causa. De hecho, una de las peculiaridades más reconocibles de la calle Larios es que las esquinas de sus edificios señoriales y simétricos son redondeadas. ¿Por qué se incorporó esta seña de identidad en la vía? ¿Cuál fue la ventaja de esta solución arquitectónica más allá de la estética?
Las causas aparecen recogidas en los libros de historia con un nombre propio: el de Eduardo Strachan, cuyo diseño arquitectónico de los edificios supusieron una auténtica revolución. Strachan era un hombre muy preparado y el intercambio cultural de la Málaga de la época -marcada por la actividad del Puerto y por lo tanto con el contacto con el exterior- le permitieron entrar en contacto con los últimos avances en la materia. Uno de los epicentros de aquella evolución estaba en Chicago (EE. UU), donde resolvían las esquinas de los edificios en curvas en lugar de en líneas rectas. Aquel homenaje de Strachan a la llamada 'escuela de Chicago' marcó la estética de la calle, aunque detrás de este cambio en lo estético se pretendía otro en el sentido práctico.
En efecto, antes de que los cientos de obreros entraran en esa zona a hacer historia, esa parte central de la ciudad se había convertido en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades sanitarias: en su origen, todo el tramo que discurría entre la plaza de la Constitución (conocida durante años como la Plaza de las Cuatro Calles) y la explanada portuaria no tenía nada que ver con la imagen que tenemos hoy. El espacio que separaba ambos puntos era el epicentro de la más absoluta degradación urbana, con un entramado desordenado de callejuelas sin ventilación ni saneamiento de ninguna clase que acabó por afectar a la población hasta el punto de que ante cualquier brote de enfermedad o epidemia, era esta zona la más afectada con diferencia de cuantas existían en la ciudad.
Las condiciones de hacinamiento de sus habitantes (des)dibujaban un mapa repleto de garitos, tabernas, barberías antihigiénicas, posadas, mesones y albergues que recibían en aluvión a todo tipo de transeúntes y que generaban, además, importantísimos problemas de orden público. A pesar de que las autoridades locales trataron de poner orden a través de medidas más o menos eficaces, fueron los médicos de la época los que alertaron de la necesidad de terminar con esa maraña urbana para evitar que, ante los continuos brotes epidémicos, las enfermedades se ensañaran con la población. Y la única solución pasaba por la piqueta y por ensanchar toda la zona para ganar en ventilación.
Según recoge el periodista Julián Sesmero Ruiz en el libro 'Los barrios de Málaga', editado por SUR, fueron los médicos que lucharon en 1833 contra la epidemia de cólera los últimos en recordar que uno de los mejores antídotos estaba más cerca de lo que las autoridades pensaban: la brisa del mar que bañaba esa franja serviría para ventilar los espacios y ganar en salubridad, pero el diseño urbano de entonces cerraba completamente el paso al aire, que se estrellaba con la barrera de la actual calle Martínez.
Con la certeza de que la solución pasaba por ensanchar los espacios y favorecer esa ventilación, la calle Larios representó entonces no sólo una revolución urbana, sino también sanitaria. Desaparecieron entonces del callejero las desordenadas callejuelas del entorno de la plaza de la Constitución conocidas como la calle de las Doce Revueltas (luego se llamarían de las Siete Revueltas), el callejón del Perro o del Gato o la calle Pescadores, abriendo un eje norte-sur que dejaría atrás el caos y el hacinamiento de siglos anteriores. Y en ese nuevo diseño aportaron mucho las esquinas redondeadas de los edificios proyectados por Strachan, ya que esas curvas facilitaban la entrada de la brisa del Puerto en todos los rincones, llevándose así los malos olores y los efectos de la concentración de enfermedades en una época donde el saneamiento era absolutamente insuficiente. Baste recordar, en este sentido, que calle Larios fue, durante años, una de las pocas vías que contó con saneamiento propio, y sus viviendas incorporaban lujos absolutamente impensables para la época: agua corriente y dos cuartos de baño por casa. Aquellos detalles, unidos a esa identidad que aportaron los edificios y sus esquinas en curva, le dieron a Larios no sólo el sello de calle moderna. También de calle sana.
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