Otra epidemia y otro confinamiento: lepra en la Edad Media

Tribuna de la Historia ·

La bacteria campó a sus anchas con gran agresividad, dando lugar a infecciones masivas: unas 30.000 personas en la España Cristiana y 50.000 en la España Árabe

José María Carrillo Montesinos

Sábado, 23 de mayo 2020, 01:36

La lepra es una enfermedad infecto-contagiosa, exclusiva del ser humano, producida por una bacteria llamada también bacilo de Hansen, en honor a su descubridor en 1874, en la ciudad de Bergen (Noruega), donde en esa época había mas de 3.500 enfermos.

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Comienza inicialmente por unas simples manchas ligeramente despigmentadas, con afectación posterior del sistema nervioso periférico invadiendo órganos internos como bazo, riñón, médula ósea, sistema ocular... y produciendo importantes alteraciones deformantes con parálisis en brazos y piernas.

El contagio es a través de las vías respiratorias y en contactos íntimos y repetidos, aunque en muy limitados casos pueda haber contactos esporádicos que infecten. La incubación de la bacteria para desarrollar la enfermedad puede variar de meses a varios años,porque existe una especie de equilibrio entre el bacilo y el huésped hasta hacerse efectivo el contagio de la enfermedad y dar las primeras manifestaciones cutáneas.

El bacilo de Hansen no ha podido ser cultivado y las inoculaciones a varias especies de animales, sobre todo en primates del genero mangabeys y en los armadillos de 9 bandas, no han dado los resultados esperados, ya que sí se infectaban, pero solo era en las zonas de inyecciones del bacilo de los enfermos, regiones muy localizadas y que posteriormente eran abortadas.

Esas consecuencias fueron las que evitaron poder desarrollar una vacuna efectiva, pero sí tenemos cuatro medicaciones selectivas y en estos momentos curativas al 100%. Con ello España ha pasado de ser país de gran endemia a pequeña endemia y desde los últimos 20 años a endemia despreciable.

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Actualmente en Europa está prácticamente desaparecida y en nuestro país hay alrededor de unos 300 casos diagnosticados, donde incluimos algunos de importación de países africanos y asiáticos.

Es muy evidente que desde el siglo pasado cambió el panorama, donde la bacteria dejó de ser muy contagiosa, perdiendo efectividad y pasando a ser difícilmente infectante. Además, la contagiosidad quedó reducida a un 3% casi siempre exclusiva en los contactos y excepcionalmente en otros casos. Tenemos que contar con la susceptibilidad a la enfermedad y que disponemos de un test cutáneo que nos indicaría si somos candidatos a la misma o no. Esto ha sido muy importante y gracias a esa prueba hemos podidos movernos por países de gran endemia de África y Asia con la garantía sanitaria para poder diagnosticar con muy escasas posibilidades de contagio. En las personas sanas este test sería positivo en una proporción de 80-90% y en caso de adquirir la enfermedad sería muy benigna y fácilmente curable.

¿Qué pasó en la Edad Media?

Aquí ocurrió lo contrario y la bacteria campó a sus anchas con gran agresividad, infecciones masivas e incubaciones probablemente más cortas y rápidas.

En los siglos XI y XII se difundieron los casos a través de las invasiones sarracenas, la Primera y Segunda Cruzada y algo más tarde las peregrinaciones a Santiago, que junto con los casos que ya existían de pequeña endemia en esa época pasaron y se incrementaron a gran endemia hasta llegar a más de 80.000 enfermos sobre una población de unos 7.500.000 habitantes, unos 30.000 en la España Cristiana y 50.000 en la España Árabe.

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Vamos a describir lo que ocurrió en la España Cristiana al tener documentos históricos confiables, crónicas, decretos reales y la existencia de leproserías. Las estadísticas de la España árabe son incompletas, sobre todo en lo referente a controles sanitarios.

Documentadas había ya unas 1.000 leproserías incluyendo pequeños lazaretos, alberges, casas de acogidas, asilos, etc. donde los infectados eran confinados de por vida. Al faltar locales cerrados y no haber suficiente cabida en los anteriores, muchos enfermos se fueron aislando, no porque ellos quisieran, sino porque eran ignorados y despreciados, formando guetos en pequeñas aldeas y poblados. Esta segregación «voluntaria» incluía a un número no despreciable de mendigos posiblemente no contagiados en un principio.

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El problema sanitario estaba tan desbordado que ordenaron a las Órdenes Militares y Religiosas como San Lázaro de Jerusalén, Malta, Calatrava y otras más pequeñas que se hicieran cargo de los controles, pero aun así las dificultades no cesaban. Entonces ampliaron esas ordenanzas a comunidades religiosas de a pie y se crearon los protomédicos y alcaldes de la lepra.

Creemos que ese riguroso control y aislamiento forzado y obligado, aunque era medicina preventiva eficaz, llevaba implícito un trato inhumano, brutal e injusto, dándonos una idea de la represión de aquella época hacia esos enfermos que carecían de todo, no tenían absolutamente nada de nada.

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Se practicaba la llamada «Separatio leprosorum», donde a los infectados vestidos con una especie de túnica larga, la cabeza tapada y de rodillas se les esparcía una pala llena de tierra de un cementerio próximo y se les decía: «Estás muerto para el mundo, pero vivirás con Dios» y un juez le leía una serie de prohibiciones, entre ellas no entrar en las Iglesias, mercados, molinos, unirse a los sanos, abandonar sus hábito de leprosos, lavados en fuentes publicas y arroyos, tocar a los niños, poder preguntar, andar por los caminos principales y más sobre todo por los caminos reales, entre las más importantes. Con su nueva vestimenta y un cencerro se les obligaba a irse a las afueras de ciudades, pueblos y aldeas improvisando guetos para vivir en cuevas, covachas y descampados. Allí vivían de la caridad, pues colocaban unas flechas en los caminos mas cercanos a sus guaridas en las que ponían unas especies de cajas para recibir comidas y otras limosnas.

Ya cerca de la finalización del periodo y con los Reyes Católicos cambió el panorama, había otro concepto de estos enfermos y se ocupaban de ellos como verdaderos seres humanos, creándose y renovándose los antiguos lazaretos (mal llamados hospitales). Había controles sanitarios de primer orden y llegaron a controlar más de 80% de los infectados, una magnifica estadística de la medicina preventiva.

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Los Reyes mismos tenían acceso directo con las autoridades pertinentes y con los protomédicos y alcaldes de lepra e incluso pagaron de su Real erario varios hospitales, entre ellos el de Málaga, que fue pagado con la venta de unas viñas que tenían en las afueras de la ciudad y de Vélez Málaga.

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