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Víctor heredia
Jueves, 27 de agosto 2020, 23:53
La historia de Málaga está llena de nombres que han caído en el olvido, a la espera de ser recuperados para poder valorar su aportación ... a la construcción del pasado y del presente de la ciudad. Ahora que se cumplen cien años de la muerte de Enrique Ramos Marín, ocurrida el 29 de agosto de 1920, parece oportuno recordar la biografía de este abogado malagueño que fue determinante en la riqueza botánica de nuestro Parque y al que el Instituto de Academias de Andalucía le dedicó un homenaje en el pasado mes de enero.
Enrique nació en Málaga en 1847, hijo del antequerano Antonio Ramos y de María Encarnación Marín. Estudió el bachillerato en el Instituto Provincial de la calle Gaona y posteriormente se licenció en Derecho. Empezó a ejercer la abogacía en 1871, en pleno Sexenio Democrático. En esos años comenzó también su compromiso político como miembro del partido republicano federal presidido por Pi y Margall. Fue redactor del periódico federalista 'El Porvenir', diputado provincial por Alozaina y gobernador civil de la provincia de Cáceres por nombramiento del presidente de la I República, Nicolás Salmerón, entre el 14 de agosto de 1873 y el 31 de enero de 1874. Tenía entonces apenas 26 años.
Con el fin del breve régimen republicano y la Restauración monárquica, Enrique Ramos se apartó de la primera línea política y centró su actividad profesional en el Derecho, alcanzando en poco tiempo una merecida fama como abogado de asuntos civiles y mercantiles. Siguió vinculado al federalismo, en posiciones próximas a Emilio Castelar, siendo reconocido a principios del siglo XX como uno de los 'republicanos históricos' malagueños.
Contrajo matrimonio en 1879 con Carmen Puente, con la que tuvo tres hijos: Carmen, Encarnación y Enrique Ramos Puente. Este último sucedió a su padre al frente del despacho, dando continuidad a uno de los bufetes más antiguos de la ciudad, que ya en manos de sus descendientes cumplirá 150 años en 2021.
Ramos Marín alcanzó un notable protagonismo social entre finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX. Intervino en prácticamente todos los asuntos de importancia para la ciudad de Málaga y su provincia. Fue secretario del Colegio de Abogados entre 1876 y 1879 y decano del mismo entre 1899 y 1903, gerente de la Sociedad de Propietarios del Teatro Cervantes, albacea del Legado Marín García y miembro del consejo de administración de varias empresas, como la Sociedad Minero Metalúrgica de Málaga, que puso en marcha los antiguos Altos Hornos de Heredia en 1916. Por esos años estuvo detrás de un proyecto frustrado para instalar una fábrica de automóviles en La Aurora y en 1912 participó en un Sindicato de Estudios para facilitar todo tipo de mejoras en la ciudad.
Ramos Marín asentó su prestigio como jurista, benefactor y representante de intereses industriales y comerciales. A su muerte el diario 'El Regional' hablaba del «prestigioso y respetable letrado Enrique Ramos Marín, una de las grandes figuras del bufete, y uno de los pocos hombres que a través de los años y de las luchas políticas, abandonan la vida dejando tras sí la imborrable estela de una honradez sin tacha y el homenaje de la admiración y el cariño de todos los malagueños».
Poco después el Ayuntamiento le concedió su nombre a la calle que bordea lateralmente el Teatro Cervantes, espacio escénico principal de la ciudad al que estuvo estrechamente ligado como miembro destacado de la Sociedad de Propietarios. Esta calle está muy próxima, además, a su domicilio familiar y profesional de la calle Madre de Dios.
Pero la obra más importante y desconocida de nuestro protagonista está a la vista de todos y es orgullo de la ciudad. En un periódico madrileño de 1912 podemos leer lo siguiente: «El Parque de Málaga es una de las cosas que más honran a la bella ciudad, y sería injusto no mencionar el nombre del Sr. Ramos Marín, a cuya iniciativa y perseverancia se debe este paseo, digno de compararse con los más importantes de Europa».
En 1928 se abrió un expediente para instalar una lápida dedicada a Enrique Ramos por su colaboración en la creación del Parque. Se preparó un boceto pero nunca se hizo. Hoy en día Ramos Marín sigue mereciendo ese homenaje.
Enamorado de las plantas, Enrique Ramos poseía un pequeño jardín en su residencia de la calle Madre de Dios. Una vez que los terrenos ganados al mar fueron destinados a jardines públicos por orden de Cánovas, su labor fue decisiva a la hora de otorgar al nuevo Parque la diversidad botánica que con el paso del tiempo lo ha convertido en uno de los mejores del continente. Según Alfonso Cruz, jardinero municipal, «Ramos Marín se traía todos los años, de vuelta de sus viajes, nuevas especies para el Parque», costeando los gastos de su bolsillo.
Moreno Villa dejó otro testimonio en el mismo sentido: «Es justo que cite aquí el nombre de D. Enrique Ramos Marín, que sin ser arquitecto ni jardinero, sino abogado, fue su impulsor. Yo lo recuerdo como coleccionista. Más que experto en jardinería fue un buscador de ejemplares variados y raros. 'Hoy ha conseguido tal planta D. Enrique', se decía a cada paso. Y de este modo, sin pretensiones ni planes siquiera, llegó a conseguir un conjunto rico y entretenido, que para los fines de un parque público es de indudable eficacia».
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