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Eugenio Gross Huertas fue el primer piloto que tuvo Iberia. En un viaje entre Tetuán y Sevilla, como los ingleses sospecharan con razón que realizaba ... labores de espionaje para los alemanes, derribaron su avión cuando sobrevolaba las aguas del Estrecho. Era el 18 de diciembre de 1939. Fallecieron también siete pasajeros y el radiotelegrafista. Todos están enterrados en el cementerio de Gibraltar, con nombres falsos.
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El 16 de diciembre de 1900, cuando se estaba hundiendo la fragata Gneisenau, una aguerrida loba de mar de la Malagueta, Elena Léon Gaitán, estaba sorprendida de ver que ningún hombre se atrevía a hacerse a la mar para socorrer a los náufragos. Así que la Elena, como era conocida por el resto de los marengos, botó la jábega de la que era propietaria, la Minina Grande, y salvó a siete personas de morir ahogadas.
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En mayo de 1917, en el polvoriento y pedregoso lecho del Guadalmedina, acampó una tribu de húngaros. Ellos se dedicaron al chalaneo y venta de bestias y ellas a calderear. Llamaron la atención porque las chicas, jóvenes y guapas, fumaban. Las matronas hacían lo mismo en vistosas pipas.
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Hasta la división provincial de Javier de Burgos de 1833, pertenecían a la provincia de Málaga los pueblos hoy gaditanos de Alcalá del Valle, Benaocaz, Grazalema, Benamahoma, Olvera, Setenil, Ubrique y Villaluenga del Rosario; Zafarraya en Granada; y Alhucemas y el peñón de Vélez de la Gomera.
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Como cuentan Antonio Márquez y Salvador Valverde en su entretenido libro Málaga curiosa, el 10 de agosto de 1865, festividad de San Lorenzo, se inauguró por sorpresa la línea de ferrocarril entre Córdoba y Málaga. El tren salió de Córdoba a las seis de la mañana y llegó a Málaga pasadas las siete de la tarde, después de un trayecto que duró más de trece horas. La tardanza se debió a las paradas en las estaciones del trayecto, en las que se realizaron demostraciones de júbilo. Era normal: nunca habían visto un tren. La locomotora llevaba al frente un gran escudo con las armas de España. En el tren viajaban autoridades nacionales y provinciales, además de la banda municipal de Córdoba que no dejó de tocar en cada una de las estaciones. Cuando el primer ferrocarril llegó a Málaga, varias bandas recorrieron las calles, se encendieron bengalas y hubo repique general de campanas. A las nueve de la noche, la traqueteada comitiva se dirigió a la Fonda de la Alameda, donde se había preparado una espléndida cena.
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El 10 de noviembre de 1767 nació en la calle Carretería una niña con dos cabezas. Era hija del sastre Juan Muriel y de María Nagel. El parto lo asistió el cirujano Lorenzo Dena, quien no consiguió que la niña sobreviviera. Tenía dos cuellos, dos brazos y dos piernas, pero dos estómagos, dos intestinos distintos y un solo corazón. Muchos vecinos acudieron a la casa de la recién nacida para admirar el prodigio. Tras su fallecimiento, la niña fue conducida a la parroquia de los Mártires donde, dicen, se conserva su partida de bautismo. Debo esta preciosa curiosidad a mi colega Víctor Heredia.
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Si atendemos al Catálogo de Segalerva, los alcaldes que menos tiempo han ostentado el bastón de mando en Málaga son Nicolás Maroto (del 29 de junio al 3 de julio de 1873) y Manuel Cárcer Trigueros (desde el uno al cinco de enero de 1918). Ambos solo fueron alcaldes durante cinco días, si las cuentas no me fallan. Les siguen muy de cerca Antonio Gómez de la Riva, que ocupó la presidencia municipal diez días en noviembre de 1871, y Bernardo Menéndez, quien fue su inmediato antecesor durante solo once jornadas. En cambio, el alcalde más veterano de la historia de Málaga (en todos los sentidos) es Francisco de la Torre Prados, quien lleva al frente del Ayuntamiento de Málaga desde el tres de mayo del año 2000.
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Durante su juventud, a Emilio Prados le encantaba subirse a la torre de la catedral y contemplar Málaga a sus pies. En cierta ocasión, estaba sentado con las piernas colgando del balcón de la planta superior a la del reloj, la penúltima antes de la de la cúpula. Entonces le comentó a un amigo que le acompañaba que, si se lanzaba al vacío, se quedaría flotando en el aire sobre Málaga. Una imagen muy surrealista.
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En febrero de 1937, recién tomada la ciudad por las tropas nacionales, un coche de bomberos entró en la Catedral para manguear de arriba abajo toda la suciedad acumulada. Allí se encontraron el cadáver de un niño pequeño, fallecido por viruela, y restos de una cuadra donde se habían mantenido burros y cabras.
Pocos saben que el poeta romántico español por excelencia, José de Espronceda, visitó los baños de Carratraca en el verano de 1839 para aliviar sus problemas respiratorios. Allí estuvo acompañado de otros destacados autores del olimpo de las letras españolas, como Miguel de los Santos Álvarez, quien continuó su Diablo Mundo, o Julián Romea, considerado el mejor actor de su tiempo y padre de toda una dinastía teatral. Algunos días, aburridos de la monótona rutina del bañista, se trasladaban a Málaga en busca de más vida y alicientes.
Un Juan Valera muy jovencito conoció al sin par Espronceda en los baños de Carratraca. Valera se mudó a Málaga con doce años, en 1836, porque a su padre lo habían nombrado director del Colegio de San Telmo. El autor de Pepita Jiménez estudió en el Seminario de Málaga durante tres cursos gramática, física, lógica, dibujo, literatura, historia, en definitiva, todas estas materias que tanto atraen a los adolescentes. Aunque él aseguraba que lo que más le gustaba era la cosmografía y la geografía. Y siempre guardó muy buen recuerdo de los curas que le enseñaron.
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