Borrar
Aduana. Soldados, guardias civiles y milicianos rodean la Aduana en los primeros días de la guerra. Archivo. SUR
Así fue el día que empezó la Guerra Civil en Málaga

Así fue el día que empezó la Guerra Civil en Málaga

A la sombra de la historia ·

Hubo varias reuniones de los mandos militares de la plaza y se recibieron órdenes telefónicas de Queipo de Llano desde Sevilla para que se declarase el estado de guerra

Fernando Alonso y Víctor heredia

Domingo, 18 de julio 2021, 00:14

Queridos lectores: Un año más estamos aquí para contaros historias malagueñas que hagan más soportables los calores veraniegos. Como hoy se cumplen 85 años del inicio de la Guerra Civil, queremos dedicar este primer capítulo a describir cómo vivieron los malagueños esa histórica jornada.

Aquel era el día más hermoso del verano; ni rebuscando en el hondo cajón del tiempo se podría haber encontrado un día más bonito. Así rememora Gamel Woolsey, esposa de Gerald Brenan, aquel sábado 18 de julio de 1936, de infausto recuerdo. Todos coinciden en que fue un día caluroso. La mañana transcurrió con normalidad: las tiendas estaban abiertas, las amas de casa abarrotaban los mercados, en el Parque paseaban las niñeras y los ancianos desocupados. Muchos se fueron a la playa. Edward Norton cuenta que a las once, en el mercado de Atarazanas, oyó rumores de una sublevación militar en el norte de África, al mando de no se sabía qué general. Cuando volvía, observó una mayor actividad en los alrededores de la Aduana, pero no le dio importancia. La hora de la siesta transcurrió tranquila, sin sobresaltos. Mercedes Formica refiere que la radio apenas daba información de los acontecimientos: «Las primeras horas del día discurrieron en una atmósfera de calma irreal».

Durante el día hubo varias reuniones de los mandos militares de la plaza y se recibieron órdenes telefónicas de Queipo de Llano desde Sevilla para que se declarase el estado de guerra. El gobernador militar de Málaga, el general Francisco Patxot, dudaba si sumarse a los rebeldes. Sin embargo, el capitán Agustín Huelín Gómez sí que tenía claro lo que había que hacer. En su cuartel de Capuchinos no ha habido permisos de fin de semana ni nadie ha dormido la siesta. Sobre las cinco y media de la tarde formó a su compañía para proclamar en Málaga el Estado de Guerra. Según Diego Carcedo, le dijo a sus soldados que «cualquier tipo de resistencia popular en las calles debería ser reprimida con la mayor contundencia». Su iniciativa era conocida y autorizada por el general Patxot. Se dice que éste comentó: «¡Adelante! Y sea lo que Dios quiera».

«Cuando el nuevo día alumbraba, la ciudad estaba tomada por las fuerzas obreras y los partidos republicanos»

A las seis de la tarde, los setenta y cinco soldados que formaban la compañía salieron a la calle. Se les sumó la banda de música del Regimiento, por lo que el ambiente, en un principio, era festivo. La gente, recién levantada de la siesta, se asomaba a las ventanas para verlos pasar. En Capuchinos se aplaudió a la tropa y se vitoreó a la República, pues la creencia general era que marchaban al puerto para embarcar y sofocar la sublevación del norte de África. Bajaron la pronunciada cuesta de la calle Capuchinos, pasaron por las calles Ollerías y Carretería, llegando a la Alameda de Colón y a la Comandancia Militar, que estaba entonces en la calle Casas de Campos. Allí recogieron el bando de guerra que habían de leer a los malagueños. El objetivo era ocupar los principales centros neurálgicos de la ciudad: el Gobierno Civil, el Ayuntamiento, el Puerto, y los edificios de Correos y de Teléfonos. Como todo malagueño sabe, todos estos lugares están muy cerca, lo que a priori facilitaba la operación militar. Entonces, las tropas del capitán Huelin se dirigieron por la Alameda de Carlos Haes (la actual calle Córdoba) hacia la Alameda (entonces de Pablo Iglesias) y se colocaron marcialmente al inicio de la misma para comenzar su desfile, acompañadas por la banda de música.

Testimonios de dos testigos de aquel día

Aquella tarde, Luisa Picasso Sierra y su cuñada Anita Navarro habían ido a visitar a una amiga en el barrio de la Trinidad, a pesar de que el marido de la primera, José González Caro, les había pedido que no fueran, que la cosa estaba muy fea. Estando allí comenzó la revuelta. Tuvieron que volverse solas y aterrorizadas, entre tiros y heridos. Apenas había portales abiertos en los que refugiarse. Afortunadamente, se encontraron a un vecino que las acompañó, mientras su esposo esperaba impaciente tras el cierre de su casa de la calle Sánchez Pastor, jugándose la vida también, no se fuera a escapar algún tiro.

Rafaelito Gutiérrez, de 11 años de edad, había sido mandado por su madre a la confitería La Predilecta, en la calle Calderería, a comprar unos pasteles para una reunión familiar que celebraban. Allí le sorprendió al chavea un tiroteo muy grande. Para volver a su casa de la calle Duque de la Victoria, tuvo que pasar por la plaza del Carbón y pudo ver a un hombre muerto, abandonado en mitad de la plaza. Ya en su casa la portera había cerrado el portal y no había manera de entrar. Cuando al fin lo consiguió, pudo reunirse con su familia, que se había refugiado con otros vecinos asustados en el descansillo de la escalera, el lugar más seguro y alejado de los tiros que podían entrar por las ventanas. Al poco, llegó su padre del trabajo. Tuvo que venir todo el camino con los brazos en alto, para que todos viesen que no iba armado.

Los hermanos maristas, que tenían su colegio en Villa Tetuán, en el Paseo de Sancha, vieron pasar sobre las seis de la tarde a la Guardia Civil del cuartel del Palo, montada a caballo, que se dirigía al centro y que se desplegó en el Parque. Poco después se oyó un disparo, seguido de otros. La gente asustada, algunos en traje de baño, corría en todas direcciones. ¿Qué pasaba?

A esa misma hora, la niña Lola Mata jugaba en la Alameda con sus amigas, como todas las tardes. De repente oyó una explosión y pensó que era un neumático de un coche que había reventado, algo por entonces relativamente habitual. No. Eran disparos. Como ella y sus amigas vieron venir a gente corriendo, se fueron asustadas a sus casas. Al portero le atravesó una bala su gorro de fieltro y resultó por suerte ileso. Las balas rompieron varios cristales del cierro de su casa y otras se quedaron incrustadas en la madera. ¿Qué era aquello?

Casa Morganti. En el número 5 de la calle Larios, fue el primer inmueble incendiado aquel día. Biblioteca Nacional de España

En el Banco de España de la Alameda de Carlos de Haes, Juanito Alonso Oliva, nieto del director, vio a las tropas desfilar desde el balcón y luego escuchó los primeros disparos. Su abuela se puso a rezar el rosario en el hueco de la escalera. No entendía nada de lo que ocurría.

En el Ayuntamiento, el alcalde, Eugenio Entrambasaguas, presidía una reunión de la Comisión Municipal de Festejos, cuando el jefe de la policía local irrumpió visiblemente excitado:

- Vienen para acá los militares de Capuchinos, señor alcalde, y no tenemos fuerza suficiente para detenerlos.

Un grupo de municipales custodió la Casona del Parque, en la que se habían refugiado numerosos transeúntes, durante aquella larga noche. La esposa del secretario del Ayuntamiento les proporcionó café y coñac.

Palacio de los Larios. El primer herido cayó ante el Palacio de los Larios, asaltado e incendiado el 19 de julio. Biblioteca Nacional de España

Gerald Brenan, que había bajado al centro aquella tarde para hacer algunas compras, se encontró con la columna de soldados avanzando por la Alameda y escuchó los primeros tiros. Decidió no quedarse a ver lo que estaba ocurriendo y regresó a su casa de Churriana en un camión que lo recogió en El Perchel.

Los comercios empezaron a cerrar sus puertas, parte del público que estaba en la calle se retiró y un grupo de militantes de izquierda se interpuso al paso de la compañía en la Acera de la Marina, a la altura del Palacio de los Larios (donde está actualmente el edificio de La Equitativa). Se inició un intenso tiroteo. Los soldados se parapetaron alrededor del monumento al Comandante Benítez (entonces a la entrada del Parque), mientras que los partidarios del gobierno respondían al fuego desde los portales y resguardados por los árboles. El número de heridos iba creciendo.

Una sección de la compañía intentó avanzar hacia la Aduana, custodiada por la Guardia de Asalto, pero las ametralladoras barrían el Parque y la Cortina del Muelle e impedían que las tropas de Huelin se pudieran aproximar al edificio. En el Cuartel de la Parra, ubicado entre la Plaza de la Marina y el inicio de la Alameda, las fuerzas del Cuerpo de Carabineros esperaban la evolución de los acontecimientos.

Acera de la Marina. Los primeros tiroteos fueron a la estatua del comandante Benítez. Archivo Municipal

Desde toda la ciudad se oían los tiros y la expectación y la inquietud eran enormes. Miembros de los partidos de izquierda y de las organizaciones obreras acudieron a la Aduana y empezaron a tomar posiciones en las calles. Adolfo Sánchez Vázquez, miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, se echó a la calle y se vio en medio del tiroteo: «Me arrojé al suelo y no pude levantarme durante un buen tiempo porque estaba entre un fuego cruzado».

Hacia las ocho de la tarde salen de Capuchinos nuevas secciones que se dirigen a la calle Larios y las vías cercanas. Ante la imposibilidad de cumplir el plan de ocupar la Aduana y los demás edificios oficiales, algunos militares se internaron en la calle Catorce de Abril (es decir, la calle Larios) y otras adyacentes y cruzaron disparos con obreros armados. Algunos de éstos señalaron que también se les disparaba desde algunos pisos y prendieron fuego al local de la Casa Morganti, en el número 5. Este fue el primero de los incendios de aquella noche. Otro grupo atacó el local de la Librería Rivas, en los bajos del Hotel Niza, que también empezó a arder. Los huéspedes del establecimiento huyeron como pudieron.

Huelin y sus hombres consiguieron hacerse con el control del eje formado por la Acera de la Marina, la calle Larios y la Plaza de la Constitución, colocando ametralladoras en estos puntos. Los transeúntes debían circular con los brazos en alto y los vecinos fueron conminados a cerrar ventanas y balcones. Algunos jóvenes se acercaron para colaborar con los soldados.

El primer herido de la Guerra Civil en Málaga

Capitán Huelin.

Rafael Ferreira Frías era conductor de tranvías y pertenecía a las Juventudes Socialistas Unificadas. Ya estaba advertido por su partido de lo que se preparaba. Aquel 18 de julio vio desde su casa que salían los soldados del cuartel de Capuchinos. Cogió su pistola y siguió a las tropas para defender a la República. No se creía la patraña de que fueran al puerto para embarcarse. Cuando las tropas del capitán Huelin empezaron a desfilar por la Alameda, Rafael Ferreira estaba junto a la casa de los Larios y escuchó que el capitán Huelin gritó ¡Viva España!, a lo que él respondió ¡Viva la República! El teniente Segalerva se abalanzó sobre Rafael, dándole un empujón, lo tiró al suelo y le disparó, hiriéndole en el brazo.

Ferreira se refugió en un tranvía que estaba allí detenido. En ese momento comenzó un fuerte tiroteo en la Acera de la Marina y se produjeron otros seis heridos: tres paisanos y tres componentes de la banda de música. A Rafael le hicieron las primeras curas en la Aduana y, según su propio testimonio recogido por Antonio Nadal, el mismo gobernador civil le reconoció que, debido a su intervención y al tiroteo posterior, habían tenido tiempo para instalar ametralladoras y así poder defender el edificio del Gobierno Civil.

Hacia las once de la noche, Huelin intentó un nuevo asalto a la Aduana, con una maniobra simultánea a través de las calles Cister y Cortina del Muelle, pero de nuevo fue rechazado. Entonces las fuerzas se replegaron hacia la Acera de la Marina. Un grupo de guardias civiles ocupó la central telefónica de la calle Molina Lario. Este edificio de gran valor estratégico cambió de manos varias veces a lo largo de aquella larga noche.

Mientras tanto, los incendios de la calle Larios se extendían por los bajos de los inmuebles y ya afectaban al Círculo Mercantil y al Café Inglés, amenazando con propagarse a los pisos superiores. En un panorama dantesco, a la medianoche los vecinos evacuaban sus domicilios en una vía iluminada por las llamas.

Se entablaron negociaciones y el propio Huelin se entrevistó en la Aduana con el gobernador civil, Fernández Vega. A pesar de la amenaza de bombardear el edificio con un cañón y dos morteros que se habían dispuesto a la entrada del puerto, el gobernador rechazó la rendición. La orden para utilizar la artillería contra la Aduana no llegó.

Aduana. Posible huella de un impacto de bala en la fachada.

La lucha continuó sin tregua y sin que los contendientes movieran sus posiciones. Durante la madrugada se produjeron varias deserciones entre las tropas de Huelin, quien acabó tomando la decisión de replegarse al Cuartel de Capuchinos obedeciendo la orden de retirada del vacilante Patxot. Juan A. Ramos sostiene que fue el propio Huelin quien decidió retirarse. A las cinco de la mañana llegaron al acuartelamiento y se disolvieron. Entonces, imperturbables, aparecieron por la calle Larios los barrenderos municipales. «Pero, ¿qué hacen ustedes aquí?», les preguntó Adolfo Sánchez. «Pase lo que pase, nosotros barremos».

Cuando el nuevo día, domingo, alumbraba sus primeras luces, la ciudad estaba tomada por fuerzas de las organizaciones obreras y de los partidos republicanos. La sublevación había fracasado, pero los vientos de guerra y odio estaban ya desatados.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

diariosur Así fue el día que empezó la Guerra Civil en Málaga