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maría teresa lezcano
Domingo, 23 de agosto 2020, 00:10
Tal día como hoy nacía Luis XVI, que sería decapitado por la Revolución Francesa, y moría William Wallace, símbolo de la resistencia escocesa frente a la ocupación inglesa.
Versalles, 23 de agosto de 1754. Nace Luis Augusto de Francia, que siendo ya delfín, no de los cetáceos saltarines sino de los subsidiarios al título reservado a los herederos al trono de Francia, fue matrimonialmente enlazado con María Antonieta de Austria por aquello de las alianzas de estado, aunque las nupcias fueron, más que consumadas consumidas ya que Luis tardó siete años en adentrarse en las intimidades mariantonietanas, por fimosis o timidez dependiendo del grado viperino de la opinante lengua de turno.
Cuando su abuelo y predecesor Luis XV fue letalmente desborbonado por viruela negra, un Luis XVI de veinte años y una María Antonieta de diecinueve, que dicho sea de paso aún no habían ni consumado ni consumido los esponsales, fueron coronados en la catedral de Reims e iniciaron el reinado conjunto entre la extrema impopularidad de ella por su condición de extranjera y el recelo hacia él por un carácter indolente que propició una corriente de pensamiento liberal proveniente de los ideales de la ilustración, los cuales a su vez desembocaron en la oposición del Tercer Estado, es decir el Pueblo, con los dos anteriores asociados a la Nobleza y al Clero; desencuentro que culminó el 14 de julio de 1789, cuando los parisinos y una parte del ejército en desacuerdo con las decisiones reales tomaron la Fortaleza de la Bastilla, símbolo del despotismo luisino.
La Revolución Francesa estaba servida, y en sus posteriores banquetes simbólicos fueron confitadas las testas de los aristócratas que cometieron la imprudencia de elegir la permanencia patria al exilio, incluyendo la del propio rey, quien tras haber sido descoronado y degradado a 'ciudadano Luis Capeto', fue descabezado a su vez por el eficiente invento de monsieur Guillotin, mientras en torno al cadalso instalado en la Plaza de la Revolución los parisinos entonaban La Marsellesa a voz en grito. Nueve meses más tarde, como si de un embarazo ectópico se tratara, fue a su vez desembarazada de cuello para arriba (o para abajo, según se mire) María Antonieta, mientras en Roma el Papa Pío VI dilucidaba si beatificar o no a 'feu' Luis XVI, aunque no tardó el obispo supremo en desistir al haber confiscado los franceses los bienes territoriales de la Iglesia al tiempo que quemaban una efigie del propio Pío VI y en las orillas del Sena llovían caricaturas papales en cantidades suficientes como para soponciar al sexto Pío de la cristiandad. «Allons enfants de la patrie...».
Cuatrocientos cuarenta y nueve años antes del nacimiento versallesco de Luis XVI, moría en Londres William Wallace, soldado escocés de ascendencia galesa que dirigió a su país contra la ocupación de Eduardo I de Inglaterra durante la primera guerra de independencia de Escocia y fue cinematográficamente inmortalizado por el Mel Gibson de 'Braveheart'. Tras la subida al trono de Alejandro III de Escocia, este decidió comprometer con el heredero inglés a su nieta Margaret, también conocida como 'la doncella de Noruega' por su nacimiento escandinavo y por los escasos siete años que había cumplido, con el objetivo de unir ambas naciones.
Sin embargo Margaret, pese a los salmones ingeridos a diario en su Noruega natal, era de salud más que delicada efímera, y finó en el trayecto en barco que la trasladaba a Escocia para el desposamiento real, siendo letal y margaritamente deshojada frente a las costas de las Órcadas. Enviado por tanto el plan inicial a tomar viento fresco orcadiano, los diversos clanes escoceses se enzarzaron en una animadísima disputa por ceñirse la corona; situación que decidió dirimir Eduardo I de Inglaterra invadiendo Escocia para que cesara la beligerante ondeada de tartanes diversos. Fue entonces cuando William Wallace, al mando de un ejército al cual él mismo había enseñado las artes de la guerra, arrasó a los ingleses en la Batalla del Puente de Stirling, y fue por tal hazaña nombrado 'Guardián de Escocia', aunque un año después, cuando volvieron a enfrentarse en la Batalla de Falkirk las tropas escocesas y las inglesas al mando de Eduardo I, también conocido como 'el zanquilargo' por evidente longitud anatómica de miembros inferiores, devastaron a los soldados de Wallace, quien consiguió eludir la captura inglesa hasta siete años después aunque, eso sí, una vez apresado ya se aseguraron los ingleses su total aniquilación emasculando, eviscerando y otras torturas pareadas que les ahorraré, y colocando su cabeza en una pica del Puente de Londres del que enviaron sus brazos derecho e izquierdo a Newcastle y a Berwick, respectivamente.
Acto seguido se ve que no les pareció suficiente desmembramiento viajero y facturaron el pie izquierdo a Aberdeen y el derecho a Perth. «Pueden quitarnos la vida, pero jamás nos quitarán... ¡la libertad!». Aunque sí brazos y pies. Oh, man.
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