Fray Pedro de Zaldivia dispara contra un maragato por Francisco de Goya. Fundación Goya en Aragón
A la sombra de la historia

Curas asesinos, amancebados y bandoleros en los 'tiempos de maricastaña'

Jueves, 29 de agosto 2024, 00:10

Es cierto que los hubo en Málaga y que quitaron el sueño al bueno de fray Alonso de Santo Tomás. Durante los años que gobernó la diócesis (1664-1692) ocurrieron varios hechos graves que pusieron a prueba su paciencia, tanto que el prelado tuvo que ... convocar un sínodo con el fin de poner fin a «los diferentes abusos, corruptelas y otras costumbres disonantes» que abundaban en nuestra ciudad.

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Entremos en materia y expongamos los casos de algunos clérigos poco ejemplares, según los recogen en sus libros Salvador Daza y María Regla Prieto. Un cura de Ronda, Antonio Calzado, mató de un carabinazo el 13 de junio de 1668 a otro sacerdote, Cristóbal Fariña. El obispo logró que lo condenaran a ocho años de galeras, pero el clérigo apeló al juez archidiocesano de Sevilla y consiguió que le rebajaran la pena a cuatro años de destierro de la diócesis malagueña. Sin embargo, Antonio Calzado continuó con su vida licenciosa y se amancebó con una mujer casada, después de robarle al marido cuantiosos bienes. Por su contumacia fue condenado a ocho años de presidio en Melilla, donde suponemos que daría con sus pecadores huesos.

Otro caso más de sacerdote delincuente lo encontramos en Juan de Troya Figueroa. Había ingresado en la orden de los carmelitas descalzos sin tener vocación religiosa alguna. Vivía amancebado con una moza, sin cumplir el voto de castidad. Pero también atentó contra la carne al ganarse la vida traficando con alimentos (carne y pescado): dada su condición de eclesiástico no tenía que pagar impuestos al comprar y, luego, revendía quedándose la ganancia. Fray Juan era un experto en forzar cerraduras, para lo que se valía de un juego de llaves especial. La gota que colmó el vaso fue cuando mató a un criado propinándole un fuerte golpe. Los hechos sucedieron en 1672 y el obispo no tuvo más remedio que detenerlo y encerrarlo en la cárcel de la Inquisición.

El carmelita intentó escaparse forzando la cerradura, algo que no se le daba nada mal, pero lo pillaron justo a tiempo. Fray Alonso de Santo Tomás señalaba que el reo, por sus malas costumbres y vida incorregible, podía seguir causando grandes escándalos y sugería destinarle a cualquier presidio africano.

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Fray Alonso de Santo Tomás por Juan Bautista Maíno SUR

Si aún no ha salido de su asombro, querido lector, lea el caso del sacerdote malagueño Gaspar Cabello, peligroso delincuente, sangriento y despiadado, imposible de corregir o de castigar con las «medicinas espirituales de la Iglesia». Era ladrón, escalador de casas y mató a varias personas, una de ellas subdiácono racionero, jactándose de que «sabía matar monigotes». En 1683, en un lugar público, apuntó con una carabina a un guardacostas y le disparó dos veces, pero no le alcanzó pues aquel se arrodilló, esquivando los disparos. La víctima, viendo que el sacerdote le seguía apuntando, le pidió a gritos que «por amor de Dios, no le matase», pero el clérigo lo remató a tiros y también asesinó a otro que acudió en su ayuda.

Después de esta fechoría, Gaspar Cabello con su cuadrilla (en la que estaba su propio hermano) se apoderó del barco de la Aduana. Se desprendió de su sotana y se puso un traje de montera, más propio de un pirata o bandolero. El sufrido obispo consiguió detenerlo y, como el caso era tan grave, quiso degradarlo de sus órdenes sacramentales y entregarlo a la justicia secular para que le aplicaran su merecido castigo, como si de un delincuente común se tratara. Pero el cura Cabello era muy listo y consiguió apelar al nuncio, que lo condenó a cuatro años en Orán, ordenando que se lo pusiese en libertad para que en el plazo de cuarenta días compareciera él mismo en la cárcel africana. ¿Estamos locos? El obispo estaba perplejo.

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El fraile y la monja. Cornelis van Haarlem Museo Fran Hals Haarlem

Los estudiosos que recogen este sorprendente caso concluyen: «No se conocen más diligencias judiciales de este caso. Es de suponer que el facineroso Gaspar Cabello seguiría paseándose a sus anchas por Málaga, para terror de lugareños y de su obispo».

Andrés Llordén nos contaba que en 1690 el deán de la catedral supo que habían desaparecido parte de las peanas, que eran muy valiosas, de los santos Ciriaco y Paula cuando estos habían sido colocados en el altar mayor. El cabildo pidió al sacristán mayor que tuviera cuidado de las alhajas de plata y que el día que se depositasen en el altar mayor no saliese de la catedral. Pero, al poco, se descubrió que el responsable del robo era el propio sacristán, Antonio de Aguilera, quien también se había quedado con una perla del anillo del obispo, una capa y la tapa de una naveta.

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¿Era el obispo de Málaga hijo bastardo del rey Felipe IV?

El propio rey no era el mejor ejemplo de moralidad intachable. Aunque le habían casado a los quince años con una atractiva muchacha de diecisiete, Isabel de Borbón, Felipe IV amó a muchas mujeres. Se le calculan unos treinta hijos bastardos, además de los once legítimos que tuvo con sus dos esposas. Famosos son sus amores con una monja de San Plácido, en los que el conde-duque de Olivares terció de alcahuete, episodio que un día nos contó en clase el añorado Garrido Moraga, con su habitual gracia y amenidad, dejándonos a todos con la boca abierta. Para una historiadora del prestigio de María Isabel Pérez de Colosía, el obispo malagueño fray Alonso de Santo Tomás fue hijo del rey Felipe IV y de doña Constanza de Orozco quien era, a su vez, hija del marqués de Morata y dama de honor de la reina Isabel de Borbón. Nuestro obispo había nacido en Vélez-Málaga en 1631 y se llamó Alonso Enríquez de Guzmán. Antes de ser consagrado sacerdote fue marqués de Quintana y conde de Castronovo. Para su crianza, sus padres putativos fueron casados con urgencia y trasladados a Vélez-Málaga.

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