Colegio de Don Ventura, donde estudiaron dos premios Nobel
A la sombra de la historia ·
El colegio ocupó la primera planta de un edificio de calle Sánchez Pastor diseñado por Gerónimo CuervoA la sombra de la historia ·
El colegio ocupó la primera planta de un edificio de calle Sánchez Pastor diseñado por Gerónimo CuervoVÍCTOR HEREDIA y Fernando Alonso
Domingo, 17 de julio 2022, 18:25
Otro verano más y ya van cuatro a la sombra de la Historia. A lo largo de cuarenta y tres entregas intentaremos tratar temas, unos ... olvidados y otros conocidos, de nuestra querida Málaga. Hoy les queremos hablar de un maestro que dejó una huella imborrable en sus alumnos, de tal manera que siempre lo recordaron con especial cariño. Se llamaba Buenaventura Barranco Borch, aunque todos le conocían como don Ventura. Era «un hombre bueno, paciente, cariñoso, excelente pedagogo y cuya figura rechoncha, rostro ancho, mirada franca y abierta y lacio mostacho a veces veo como hace sesenta años». Así lo recordaba al final de sus días José Antonio García-Herrera. El domingo 16 de diciembre de 1900 salió de su casa en la Cortina del Muelle para ir a la de don Ventura, donde tenía montada su escuela, y hacer unas planas con las que los escolares regalaban a sus padres por Navidad. Esa mañana percibió cierto revuelo en las calles malagueñas: se estaba hundiendo la fragata Gneisenau.
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Don Ventura había nacido en Málaga el 5 de enero de 1873, en una casa del Pasaje de Álvarez, a pocos pasos del mítico Café de Chinitas. Su padre, Antonio Barranco de las Heras, era uno más de los comerciantes de origen soriano que se habían establecido en Málaga a mediados del siglo XIX. Aquí había contraído matrimonio con la malagueña María de la Concepción Borch y Bardum, cuyo padre a su vez era natural de Malta, isla que por entonces pertenecía al Imperio Británico. Antonio Barranco regentaba una ferretería en la calle Compañía y no inscribió al niño en el Registro Civil hasta diez años más tarde, cuando tuvo que presentar la partida de nacimiento para que realizara el examen de ingreso en el bachillerato. Entonces declaró que anteriormente habían tenido otro hijo con el mismo nombre de Buenaventura, pero que éste falleció prematuramente. Entre los hermanos de don Ventura destacó el famoso pianista Pepe Barranco.
Superó el ingreso en el Instituto de Málaga el 27 de septiembre de 1883, pero no continuó los estudios de bachillerato y se formó como maestro de instrucción primaria en la Escuela Normal de la plaza de la Constitución. Se presentó a varias oposiciones para ser maestro de escuelas públicas antes de abrir su propio centro de enseñanza en el centro de la ciudad.
Cuando aumentó su fama de profesor y el número de sus alumnos, trasladó su escuela a la primera planta de un edificio diseñado en 1886 por Gerónimo Cuervo en la calle Sánchez Pastor, esquina a la de Granada. Allí, en un gran salón con cuatro balcones y cinco huecos a la calle, abrió en los primeros años del siglo pasado su pequeño colegio privado con el rimbombante nombre de Instituto Educativo e Instructivo, que sin duda disfrutó de cierto prestigio entre las familias burguesas que habitaban en el corazón de la ciudad. En septiembre de 1902 presentó la documentación para que el centro quedara reconocido oficialmente por la Universidad de Granada. En ese expediente se incluía un plano de las dependencias de la escuela, compuestas por un aula, un vestíbulo, un guardarropa y un pequeño aseo, además de un patio acristalado que servía para el recreo.
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En su escuela estudiaban los niños hasta los diez años y estaba dividida en dos grupos: el general y el de los mayores que se preparaban para sufrir (así lo expresaban los alumnos en las solicitudes) el examen de ingreso en el bachillerato. A la derecha de la entrada estaba el guardarropa donde los alumnos guardaban los canastillos con la merienda y los baberos de listas blancas y azules que se ponían para no mancharse de tinta. En la única clase, con vistas a la bulliciosa calle Granada y a escasos metros del Café Madrid, los escolares empezaban a hacer palotes, aprendían a sumar o se iniciaban en el catecismo. Muchos celebraron con don Ventura su primera comunión. El recreo lo hacían en un patio con el suelo de cristal (para proporcionar luz al local de la planta baja del edificio). En este lugar está tomada en 1911 la fotografía escolar que preside este texto, único testimonio gráfico que nos ha quedado de esta inolvidable escuela.
Pocos maestros pueden presumir de haber enseñado a leer y escribir, sumar y restar a dos premios Nobel. Vicente Aleixandre llegaba todas las mañanas al colegio de don Ventura desde su casa en la calle Córdoba, acompañado de su amiguito Emilio Prados, al que había recogido en calle Larios, en la puerta de la tienda de muebles de su familia. «Don Ventura, maestro que nos enseñó las primeras letras a Vicente Aleixandre y a mí», dejó escrito Prados. Y así rememoraba el Nobel de Literatura al maestro:
«Parece que lo estoy viendo, rodeado de chiquillos, con un puntero y dispuesto a señalar en el mapa los pueblos y ciudades y paisajes de España. Esa es mi memoria: unos grandes bigotes de la época y una bondad inagotable».
Don Ventura fue también el primer profesor de matemáticas que tuvo el Premio Nobel de Medicina Severo Ochoa, que tan buen recuerdo tuvo siempre de Málaga, a la que volvía continuamente.
En varias ocasiones se ha reclamado la necesidad de distinguir a este maestro de maestros con una placa en el lugar donde estuvo su escuela. Nosotros nos sumamos ilusionados a esta propuesta y nos atrevemos a solicitar a nuestro alcalde una lápida que perpetúe para siempre la memoria de don Ventura y sus ilustres alumnos.
Don Ventura tuvo entre los niños escolarizados en su escuela a gran parte de la infancia de la floreciente burguesía malagueña. Entre otros muchos, enseñó a dos futuros premios Nobel. Uno de ellos, Vicente Aleixandre, fue alumno entre 1905 y 1908. El poeta nacido en Sevilla recordaba, ya en su vejez, que «el colegio de don Ventura estaba muy al principio de la calle Granada, donde precisamente hace su primer recodo, cuando aún tiene un aire comercial y exterior», y que en él estuvo con otro niño llamado Emilio Prados. El excelso poeta del 27 describía la figura de don Ventura con estas palabras al escribir sobre su amistad con Prados:
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Tupé levantado, cejas amenazadoras, bigotes a lo káiser, ojos desmentidores de tanta fiereza y mejillas plácidamente redondas bajo los ojos; don Ventura esperaba a los niños, de pie, desde unos minutos antes de las nueve, ya con el puntero en la mano, bajo el gran hule estampado de su España de colorines.
Aunque Vicente era un año mayor que Emilio, ambos forzosamente coincidían en aquella única clase de la calle Sánchez Pastor y ambos compartían muchas mañanas parte del camino hacia la escuela. La separación forzó el olvido mutuo, hasta el reencuentro que se produjo en 1926, cuando Prados le solicitó una colaboración para 'Litoral'. Entonces los recuerdos brotaron y Emilio le preguntó: «¿Eres quizá tú aquel niño rubio, con babero de mallorquín a rayas blancas y azules, que en el colegio de don Ventura…?». Vicente identificó rápidamente a aquel compañero y amigo alegre, juguetón y bromista, pero al mismo tiempo abstraído y con sentido de la justicia y de la misericordia. Aquel niño –'chalao' para los mayores de la clase– que Aleixandre recordaba «bajo un árbol del patio, mirando sin ver, mientras la luz le daba en los ojos o suavemente resbalaba sobre su cabello».
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Un hermano de don Ventura, el pianista José Barranco Borch (1876-1919) fue catedrático y director del Real Conservatorio de María Cristina. Como encargado de la dirección facultativa de la Sociedad Filarmónica organizó los mejores conciertos que hasta entonces se habían celebrado en la ciudad, contratando a las grandes orquestas nacionales y a los músicos más destacados del momento. Su brillante carrera se truncó por su prematura muerte, ocurrida en 1919 a causa de la epidemia de gripe.
Durante las dos primeras décadas del siglo XX Pepe Barranco fue el maestro de música preferido de la alta sociedad malagueña. Así lo describía el escritor Salvador González Anaya: «Pepe Barranco pasa horas y horas, días y días, años y años, sin cansarse, sujeto al duro banco de la galera musical. Y vienen a él, como en bandadas, todos los niños ricos del Limonar, de la Caleta, de los suburbios florecientes, de la Alameda aristocrática. Llegan las niñas blondas, de ojos azules y de rizada cabellera, y una tarde y otra tarde, pasan la infancia ante el piano».
En sus memorias Emilio Prados recuerda la figura de José Barranco, que era visitante asiduo de su domicilio ya que daba clases de piano a su hermana Inés y hasta llegó a intentar enseñar al propio Emilio, con nulos resultados.
Por aquella escuela pasaron los hermanos García-Herrera, Ricardo Ron, Alejandro Romero, Antonio Luna, Esteban Salazar Chapela, Antonio Due Rojo o José Ramis de Silva. Entre los alumnos que acudieron al primer piso de Sánchez Pastor encontramos también apellidos ilustres malagueños como Palanca, Temboury, Marmolejo, Caffarena, Pezzi, Sáenz o Villarejo. Dado el éxito del colegio Barranco debió contar con algún auxiliar, como queda registrado en la magnífica fotografía mencionada más arriba y que reproducimos junto a estas líneas. El primer niño por la izquierda de la fila superior es Gustavo García-Herrera. El tercero por la izquierda de la tercera fila es su hermano Fernando. Y el chico que está sentado entre los dos profesores es Ricardo Ron. Según la descripción que hace José Antonio García-Herrera, don Ventura es el maestro de la derecha.
Uno de esos niños, Ricardo Ron, recuerda una escena estupenda con su compañero Gustavo García-Herrera, cuando se asomaron a uno de los balcones de la clase para escuchar a unos ciegos que cantaban en la esquina del Café Madrid un romance de la Guerra de África, sobre el desastre del barranco del Lobo. En la cercana plaza del Carbón abría sus puertas la librería Duarte. Allí los escolares compraban el material, los libros, las calcomanías y los famosos cuentos de Calleja.
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Pocos años después fue alumno de esta escuela, que también funcionaba como academia de repaso para estudiantes de bachillerato, otro futuro Premio Nobel, Severo Ochoa. Así lo recuerda su compañero de curso Antonio Luque Prolongo en un pequeño artículo publicado en un libro de homenaje a Ochoa: «Fue allá por el año 1915 cuando conocí a Severo en el Colegio de don Buenaventura Barranco, situado en la calle Sánchez Pastor de Málaga, de donde pasábamos diariamente al Instituto a rendir clases».
Otro antiguo alumno de este colegio de primera enseñanza, José Ramis, nos aporta más datos. «La clase, no había más que una, daba a todo lo largo de la fachada, alumbrada por cuatro balcones, que siempre estaban con las verdes persianas echadas». Ramis rememoraba con cariño «aquel santuario de la enseñanza, donde todo era placidez, bondad, armonía; donde éramos tratados los escolares paternalmente, tanto por don Ventura como por su santa esposa, de la que siento no recordar su nombre, no estoy seguro si era doña Laura». La memoria no traicionaba a Ramis, ya que la esposa de Buenaventura Barranco era la granadina Laura Duque Mena, también maestra. El matrimonio habitaba en el mismo piso donde se encontraba el colegio.
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Si don Ventura era un buenazo, doña Laura era una santa que ayudaba a su marido, «especialmente en los momentos de emergencia», como contaba Ramis de Silva. Sobrevivió varias décadas a su marido, pues este falleció hacia 1930. El Instituto Educativo e Instructivo, la escuela de don Ventura, había cerrado sus puertas a principios de la década de 1920 y en las guías locales de esos años Buenaventura Barranco aparece como vicecónsul honorario de Brasil en Málaga, siendo titular del consulado en la ciudad Francisco Crooke.
Laura Duque trasladó su residencia a la calle Trinidad Grund y murió en 1964. En su esquela se afirma que fue terciaria franciscana. Los hijos del matrimonio que vivían entonces se llamaban Concha, Miguel, María del Carmen y Rafaela Barranco Duque. Según los libros de padrones la pareja tuvo al menos otros dos hijos: Buenaventura y Rosario. No hemos conseguido localizar a ninguno.
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Estremece leer cómo sus alumnos recordaban a su maestro. «Inefable don Ventura, dechado de bondad y paciencia». «Consagró su vida a la enseñanza y hasta su salud». No sabemos la fecha ni las causas de su muerte. Pero considerando su entrega a la enseñanza (al inicio de este texto lo vimos atendiendo a sus pupilos un domingo), no nos extraña que don Ventura fuera de los maestros que dejan marcados a sus alumnos toda la vida.
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