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Los agustinos habían llegado a Málaga en 1918, tras fundar un colegio en Ronda que no había cubierto las expectativas iniciales. El edificio de la ... calle San Agustín lo recuperaron al año siguiente, cuando les fue devuelto por el Ayuntamiento tras un pleito secular. En los años veinte el Colegio de San Agustín se convirtió en uno de los centros preferidos de la burguesía malagueña.
El lunes 11 de mayo de 1931 unos trescientos alumnos estudiaban en sus aulas, sin sospechar que su colegio sería incendiado esa misma noche. A la tarde, a causa de los preocupantes rumores que corrían, los cuarenta alumnos del internado fueron enviados a casas de familiares y amigos. Sobre las once de la noche, ante la gravedad de la situación, la veintena de religiosos que formaba la comunidad desalojó el edificio. Dos de ellos se refugiaron en casa de Filomena Beleña, en la calle San Agustín 10, frente a la iglesia.
A las dos de la madrugada, después de quemar el Palacio Episcopal, un compacto grupo se dirigió en actitud levantisca a la calle San Agustín y empezó a apedrear los cristales del colegio. Al poco la puerta principal caía hecha pedazos y se inició el saqueo del edificio. Según un periodista testigo de los hechos, «la gente enardecida comenzó a destruir y a lanzar a la calle muebles, pupitres, papeles, ropas y enseres». Frente al colegio se prendió una gran pira. Otro grupo entró en la iglesia y la destrozó antes de prenderle fuego. Juan Temboury contaba que a la imagen de Santa Rita le pusieron un cigarrillo en la boca. (Estremece pensar en los dos sacerdotes que se habían refugiado en la casa frente a la iglesia. Quiero imaginármelos retirando prudentemente el visillo para ver cómo ardía su colegio y su iglesia, sin entender por qué ni poder hacer nada).
Tradicionalmente se ha afirmado que un individuo, que conocía el edificio, condujo a algunos asaltantes a la habitación del prior, en la que esperaban encontrar objetos de valor. Unos guardias detuvieron a un hombre saliendo por la parte trasera de la iglesia, en la calle Pedro de Toledo, con una maleta en la que había títulos de deuda, una máquina de escribir, alhajas y medallas, todo por valor de unas 250.000 pesetas. Se llamaba Fernando Gómez González, tenía 24 años y era albañil. A las cuatro de la madrugada llegaron los bomberos para apagar el incendio. Las llamas se reavivaron en los días siguientes e incluso el domingo 17 de mayo, debido al fuerte viento, parte de la iglesia volvió a arder.
Manuel del Campo (Manolín) entró en el Colegio de San Agustín en 1935, cuando solo tenía cinco años. Su padre ya le había enseñado a leer y a escribir a él y a su hermano Narciso. Manuel del Campo recuerda que en el colegio había un aula muy grande con pocos alumnos, casi todos de primaria. Ya había desaparecido el famoso internado. Sus primeros profesores fueron los frailes Luis Gutiérrez y Diego Hompanera, de los que guarda muy pocos recuerdos porque era muy pequeño. Lo que no sospechaba Manolín era que ambos serían asesinados al año siguiente. De ese curso conserva todos los boletines de notas, que se daban semanalmente.
Manuel recibió clases de los agustinos en el piso de la calle Echegaray, antes de que estos recuperasen el colegio en 1939. En San Agustín estudió todo el bachillerato hasta que junio de 1947 aprobó el temido Examen de Estado en Granada, acompañado por el P. Vicuña. Forma parte de la cuarta promoción del colegio después de la guerra.
Como consecuencia de estos graves hechos, la comunidad de agustinos se disolvió y los frailes se dispersaron por España y América. Durante los cursos 1931-32, 1932-33 y 1933-34 no hubo clases. A finales de 1933 volvieron unos pocos agustinos con la loca empresa de reconstruir el colegio. En 1934 se reanudaron las clases con un reducido número de alumnos, que no llegarían ni de lejos al centenar. Según recuerda un antiguo alumno, Manuel del Campo, en el zaguán del colegio había una pareja de guardias de asalto para garantizar la normalidad.
En julio de 1936 estalló la Guerra Civil. De los ocho agustinos que formaban la comunidad en 1936, dos estaban en El Escorial y cuatro fueron asesinados: Manuel Formigo en la calle Alcazabilla; Fortunato Merino y Luis Gutiérrez en el callejón de la Pellejera; y Diego Hompanera en las tapias del cementerio de San Rafael. Los dos supervivientes, los padres Domingo Fernández y Vidal Fernández, pudieron reanudar las clases en el otoño de 1937. Como el edificio del colegio se había convertido en cuartel de la Falange, los agustinos alquilaron un piso en la misma calle San Agustín, frente al colegio, aunque la entrada se hacía por la calle Echegaray. En 1938 consiguieron que les cediera la Falange unos salones en la planta baja, en los que impartieron las clases de primaria. Mientras tanto, el padre Andrés Pérez de Toledo daba las clases de primero de bachillerato en el piso y tenía instalada su cama en la misma clase.
Por fin, en 1939, los agustinos recuperaron el edificio del colegio. Vicente Gómez Navas recuerda cómo en ese primer año todavía podían subir a la parte alta de la iglesia arruinada y jugar con bayonetas y fusiles, que los falangistas se habían dejado olvidados allí. Y muchos antiguos alumnos se acuerdan de cómo, durante los años cuarenta y cincuenta, los agustinos hacían turnos los jueves por la tarde para visitar la lápida del Camino Nuevo que recordaba a sus compañeros asesinados.
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