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De la ciudad acanalada al rey extraviado: Ámsterdam y Athelstan
Albas y Ocasos

De la ciudad acanalada al rey extraviado: Ámsterdam y Athelstan

Tal día como hoy nacía Ámsterdam, que según la leyenda se asentó sobre un pueblo fundado por dos pescadores y un perro que se perdieron en las orillas del Amstel, y moría Athelstan de Inglaterra, cuyos huesos se extraviaron durante la Disolución de los monasterios promovida por Enrique VIII.

TERESA LEZCANO

Domingo, 27 de octubre 2019, 01:36

27-10-1275

Ciudad de Ámsterdam

Veintisiete de octubre de 1275, hace dos telediarios, como quien dice. Nace, asentada sobre un pueblo de pescadores a su vez fundado, según la leyenda, por dos pescadores y un perro que se perdieron en las orillas del río Amstel, la ciudad de Ámsterdam, que cuatro siglos más tarde y ya bien finiquitada la Guerra de Flandes que la desespañolizó a base de bien, se convertiría en un puerto comercialmente harto estratégico y en el centro financiero más grande del mundo, siendo la Bolsa de Ámsterdam la primera que funcionó a diario. Con las guerras napoleónicas se inició el declive de la urbe, revertido en las últimas décadas del siglo XIX con la eclosión de la Revolución Industrial y los planes de los urbanistas que se pusieron a construir canales como si no hubiera un mañana fluvial, de tal manera que te levantabas un buen día para ir a la oficina y te caías al agua en un canal que no estaba allí cuando te fuiste a dormir. Además de canales tiene la denominada «Venecia del norte» su Museo Rembrandt y su Museo Van Gogh donde puede el visitante surfear pictóricamente del barroquismo al postimpresionismo; su Museo Heineken para recuperarse cerveceramente del inevitable desconsuelo suscitado por la visita a la casa de Ana Frank; su jardín botánico, uno de los más antiguos del mundo, donde se encuentra la planta de café de la que salió el esqueje que, tras ser regalado a Luis XIV de Francia, viajó ultramar a la Martinica desde donde colonizó cafeteramente América Central y América del Sur; su Barrio Rojo con su prostitución legalizada y socialmente securizada y con derecho a paro, y sus omnipresentes bicicletas, que puedes dejar casi en cualquier sitio aunque también casi en cualquier sitio te las afanan, quid pro quo, y que son susceptibles de ser conducidas incluso después de haber visitado los «coffeeshops» donde, tras consultar el menú de cannabis, te puedes dar un homenaje fumado o, si no te gusta el humo, ingerido en forma de magdalena o de brownie. De chocolate, claro está.

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Athelstan de Inglaterra

Trescientos treinta y seis años antes del nacimiento oficial de Ámsterdam, moría en Gloucester el rey Athelstan de Inglaterra, apodado «el glorioso» por motivos que no han trascendido su mortalidad. Era Athelstan hijo del soberano de Wessex Eduardo el Viejo, quien era joven pero no tanto como su sucesor Eduardo el Mártir, a su vez primogénito de Edgar el Pacífico, que dicho sea de paso era más irascible que un jabalí con dolor de muelas, y si bien no estaba destinado el citado Athelstan a reinar porque tenía un medio hermano mayor y heredero al trono, decidió el menor solventar este pequeño escollo escabechando al nuevo rey cuando éste apenas llevaba dieciséis días coronado. Ya titular en esto del mando real, se dedicó Athelstan a anexionarse Northumbría, convirtiéndose de este modo en el rey sajón con mayor territorialidad hasta la fecha, y que si nos sisamos mayestáticamente un trozo de Gales por aquí, que si nos invadimos Cornualles por allá, de haber tenido un heredero éste habría llegado con una panadería sajona bajo el brazo aunque como Athelstan ni se casó ni se reprodujo, bíblicamente hablando, crió como suyo a Haakon el Bueno, que de bueno sólo tenía el alias y que, una vez reivindicada su vikinguidad nativa se marchó a Noruega a descabezar a su hermano Erik Hacha Sangrienta, talmente denominado porque él mismo había hachado sangrientamente a todos sus hermanos para evitar que le disputasen la corona; a todos menos a Haakon el Bueno, que al haber anidado en la corte de Athelstan sobrevivió lo suficiente para deshachar a Erik y coronarse como rey noruego. Mientras todo esto sucedía Athelstan finó en su palacio de Gloucester, de donde fue enviado a freír reumas a la Abadía de Malmesbury, de cuyos muros se extraviaron sus huesos durante la Disolución de los monasterios, la cual, como bien indica su nombre o tal vez no, consistió esencialmente en que Enrique VIII, al tiempo que iba decapitando esposas, se quedó con todas las propiedades de la Iglesia Católica en Inglaterra, que por algo se había pasado al protestantismo. Los restos de Athelstan nunca aparecieron, ni católica ni protestadamente aunque, para compensar su fuga ósea, tiene la ciudad de Malmesbury una avenida Athelstan, además de una homónima empresa de autobuses y hasta una tienda de objetos de segunda mano donde lo mismo te encuentras un libro en gaélico que un candelabro de latón. Quién sabe si buscando bien aparece algún día una rótula o un mandíbula athelstianas. Slàinte.

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