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Si un viajero curioso, hace doscientos años, echase a andar desde la plaza de la Constitución hasta la de la Merced, subiendo por la calle ... Granada, hubiera podido contar en su corto recorrido hasta siete conventos femeninos. En la Plaza Mayor estaba el de las Agustinas Recoletas y a unos metros el de las Carmelitas, fundado por San Juan de la Cruz; ya en la antigua calle Real hubiera admirado el convento dominico de San Miguel Arcángel, conocido como El Ángel entre los malagueños; en la actual plaza del Siglo hubiera contemplado la puerta del convento de Santa Clara, el más antiguo de Málaga; un poco más arriba le hubieran sorprendido otros dos cenobios femeninos más, el de las Capuchinas a su derecha y el de San Bernardo a su izquierda; finalmente, en la plaza donde abría sus puertas el convento de frailes de la Merced, estaba establecido desde tiempo inmemorial el de Nuestra Señora de la Paz. A estas siete clausuras hay que sumar otras tres más que podría descubrir nuestro viajero recorriendo la ciudad de oeste a este: el de las Catalinas, en la calle Andrés Pérez; el de la Encarnación, en la calle Beatas y el del Císter, en la calle del mismo nombre.
En total, los diez conventos sumaban una superficie superior a los treinta y dos mil metros cuadrados. Meditemos por un momento en lo que valdrían hoy en el mercado inmobiliario estas parcelas. Una pista: la que ocupaban los cines Astoria y Victoria le costó al Ayuntamiento, hace pocos años, la friolera de veinte millones de euros.
Según el Catastro de Ensenada, en 1756 vivían en Málaga 1.490 religiosos entre una población total de 33.937 habitantes, lo que suponía un 4,3%. Si afinamos un poco más, en 1771 habitaban estos diez conventos exactamente 353 monjas, 33 novicias y 169 sirvientas. Llama la atención el de San Bernardo, en el que 45 monjas eran atendidas por 44 criadas. No es mala proporción. No obstante, la Málaga conventual nunca alcanzó las altas cotas de otras poblaciones como Antequera, Granada o Madrid.
En sus cenobios malagueños las monjas llevaron una vida tranquila y sosegada, entregadas a sus rezos, devociones y ocupaciones. Pero en el siglo XIX comenzaron los sustos y las angustias. El primero, la invasión francesa. El general Sebastiani ordenó el 11 de octubre de 1810 que los diez conventos se redujesen a tres, Santa Clara, San Bernardo y el Ángel, quizá por ser los más espaciosos. Ya se pueden imaginar los robos y la rapiña en los edificios que se habían quedado vacíos y sin vigilancia alguna.
Segundo susto: llegan las desamortizaciones. Las primeras, las de 1836, afectaron a las Agustinas y al convento de Nuestra Señora de la Paz. De aquel permanece como testigo mudo, en la plaza de la Constitución, la portada de piedra que daba acceso a la iglesia del convento. En su solar se levantó el pasaje de Álvarez, luego llamado de Chinitas por su famoso café cantante. En el de la Paz se construyeron las conocidas como Casas de Campos. Gracias a su derribo se pudo unir la plaza de la Merced con la calle de la Victoria.
Tercera alarma: la revolución de 1868. Ese año fueron desalojados los dos conventos más antiguos, el de Santa Clara y el de San Bernardo. Este último fue el preferido por las familias aristocráticas malagueñas. Llegó a albergar en sus mejores tiempos a más de cien monjas. Pero todo esto es minucia comparado con el cuarto y último susto. El 17 de diciembre de 1873, en una sola jornada de aciaga e infausta memoria, se derribaron cinco conventos: el Ángel, Císter, Carmelitas, Capuchinas y Encarnación. La locura pudo ir a más, porque el Ayuntamiento Republicano Federal llegó a acordar la demolición de la iglesia del Sagrario, del Hospital de Santo Tomás, de San Julián y de Gibralfaro. Afortunadamente, no se ejecutaron. Solo se salvó el convento de las Catalinas, porque los descendientes de la fundadora alegaron derechos de propiedad sobre el inmueble.
De los diez conventos femeninos que había en Málaga en la Edad Moderna solo sobrevivieron dos hasta nuestros modernos días de patinete y apartamento turístico. El de las Catalinas se clausuró en el año 2006. Y el del Císter, que fue reedificado en 1878 ocupando una superficie menor que la original, cerró definitivamente en el año 2009.
Hoy solo nos quedan dos conventos femeninos en el centro de Málaga: el de las Hermanas de la Cruz, en la plaza de Arriola, de fundación relativamente moderna; y el de las Carmelitas, en la calle Don Rodrigo, junto al río, heredero del que fue desalojado de la calle Santa María en 1873. Su comunidad está hoy formada por diez religiosas. Llevan en Málaga desde 1585.
Sobre los solares de los antiguos conventos surgió una nueva ciudad. El paisaje urbano de Málaga cambió de manera notable. Se construyeron casas y se proyectaron nuevas calles, modificándose en gran medida el viejo trazado árabe y medieval de nuestra urbe. Así, el convento de Santa Clara dio lugar a la plaza del Siglo, a la calle Duque de la Victoria y al primer tramo de la de Molina Lario; el de San Bernardo, al inicio de la calle Méndez Núñez; el del Ángel, a la de Luis de Velázquez; el de la Encarnación, a las calles Marqués de Guadiaro y Ramón Franquelo, proyectada esta última sobre el antiguo callejón del Aventurero; del monasterio carmelita surgió la calle Sánchez Pastor; y del de las Capuchinas, la de Echegaray.Aunque desde nuestra óptica actual la expropiación y derribo de los antiguos cenobios femeninos nos pueda parecer una aberración, pensemos que los gobernantes municipales querían planificar una ciudad más moderna, con calles más espaciosas y saludables que tuvieran al menos siete metros de anchura las principales y cuatro las trasversales. El trazado viario actual se lo debemos a ellos.
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