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Víctor Heredia
Domingo, 30 de julio 2023, 00:17
En lo alto del monte Miramar, dominando el valle del Limonar y la playa de la Caleta, está uno de los lugares más singulares de Málaga. No solo por sus magníficas vistas sobre la ciudad y la bahía, sino especialmente porque en ese sitio se aúnan la historia y la modernidad en un conjunto formado por dos construcciones de épocas muy diferentes que comparten el mismo espacio.
El obispo Francisco Mendoza ordenó en 1624 que se levantara un baluarte en un punto elevado sobre el litoral de levante, como una pieza más de la red de fortificaciones destinadas a proteger la ciudad y el puerto. En esa época el peligro de incursiones por mar procedía de barcos ingleses, holandeses, turcos y piratas norteafricanos. La planta de este fuerte, que más adelante recibió la denominación de Castillo de Santa Catalina, presentaba un frente con los extremos formando ángulos que se adaptaban al terreno irregular y dos torreones circulares en la parte posterior, mirando a tierra.
El fuerte fue perdiendo importancia defensiva, aunque todavía en 1848 sirvió como escenario de un simulacro militar al que asistió el general Francisco Serrano, por entonces favorito de la reina Isabel II. Poco después pasó a propiedad particular y se convirtió en un elemento pintoresco del paisaje. Se editaron grabados con su imagen y una guía de 1866 se refería a «la fantástica masa del Castillo de Santa Catalina». A finales del XIX José María Padrón comentaba que «en el interior de sus torres tiene salas de secretos con mejores condiciones acústicas que la célebre de la Alhambra». Esta frase sugiere que ya por entonces las ruinas habían sido sometidas a una reforma para darles un aspecto islámico medieval. Los muros fueron perforados con varios arcos de herradura con alfiz, modificación que actualmente mantiene. Las fotos antiguas muestran que los torreones servían de humildes viviendas.
A principios del siglo XX se segregaron algunas parcelas de la Hacienda del Castillo de Santa Catalina para construir viviendas residenciales y la iglesia de San Miguel de Miramar. También se construyó sobre parte de la finca una Estación Sismológica, que quedó terminada en 1915. Ese año, Manuel Loring Martínez adquirió la propiedad a los herederos de Salvador Ruiz Blasco.
Algo más de una década más tarde emprendió la construcción de una villa de recreo en este privilegiado enclave, con el acierto de integrar los restos de la vieja fortaleza en los jardines del nuevo palacete. El proyecto fue encargado a un estudio de arquitectos con sede en París, el de Pierre Lahalle y Georges Levard. Su especialidad era el diseño de mobiliario art-déco y la decoración de interiores, para lo que estaban asociados con la venezolana Carmen Elena de las Casas. Presentaron sus obras en la Exposición de Barcelona de 1929.
De ese año data su proyecto para los condes de Mieres, en el que crearon un edificio de volúmenes prismáticos, fachadas macizas y ausencia de ornamentación. Sus altos muros de color rojizo establecen paralelismos con la Alhambra, sugerida como posible modelo de este inmueble que integra historicismo y modernidad. La inspiración en la arquitectura hispanomusulmana es visible también en el patio-jardín, al que se abren galerías de columnillas nazaríes y que está centrado por una fuente rodeada de cipreses. Este patio conecta el palacete con la antigua fortificación, que es monumento desde 1985.
María Morente, en su estudio del edificio, exponía que desentonaba con el tipo de residencias que predominaba en el entorno, distanciándose del regionalismo y de los estilos históricos con «la descarada modernidad de su arquitectura, oculta tras esas formas neomusulmanas».
La residencia de los condes de Mieres quedó concluida en 1933. Sus propietarios la cedieron en 1938, en plena Guerra Civil, para que sirviera como oficinas del Servicio Nacional de Turismo que entonces dirigía el malagueño Luis Bolín, organizador de las rutas de guerra.
En 1952 falleció en la casa el conde de Guadalhorce, Rafael Benjumea Burín. También fue utilizada puntualmente como residencia de Franco durante sus visitas a Málaga en 1943 y 1956, y fue lugar de descanso del rey Saud de Arabia Saudí entre los días 16 de febrero y 2 de marzo de 1962. Unos meses después, la villa sirvió para el rodaje de las escenas de una fiesta para la película 'The running man' (titulada 'El precio de la muerte' en España), dirigida por Carol Reed y protagonizada por Laurence Harvey y Lee Remick. Posteriormente la finca ha sido utilizada para la realización de eventos, hasta que la cadena Soho Boutique la ha transformado en un hotel de cinco estrellas y 24 habitaciones abierto en el verano de 2021.
Los promotores del magnífico palacete de Santa Catalina fueron Manuel Loring Martínez (1882-1937) y su esposa Marta Guilhou (1884-1942). Ésta se había casado previamente con Ricardo Heredia Loring, segundo conde de Benahavís, nieto de Jorge Loring y Amalia Heredia, con quien había tenido dos hijos, Ricardo y Marta, y de quien había enviudado en 1909. El 25 de noviembre de 1910 casó en segundas nupcias con Manuel Loring Martínez, primo de su primer marido y también nieto de los marqueses de Casa Loring. Manuel era el primogénito de Manuel Loring Heredia, quien había muerto en 1891 por los disparos efectuados por un periodista. Tuvieron siete hijos. Marta era heredera de una industria siderúrgica asturiana creada por su abuelo, el banquero francés Numa Guilhou, denominada Fábrica de Mieres. Manuel Loring, ingeniero de minas, se puso al frente de la empresa y en 1911 el rey Alfonso XIII le concedió el título de conde de Mieres del Camino. La familia tenía residencia habitual en Asturias y repartía sus periodos vacacionales entre Bayona y Málaga, donde construiría la villa de Santa Catalina.
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