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Es evidente que el recuerdo de algunas partes del pasado sigue doliendo a muchos españoles. Los episodios de crueldad y barbarie que nos dejó la ... Guerra Civil no dejan de impresionarnos. Pero, ¿cómo podemos ocultar lo que ocurrió? Empecemos con la primera de dos entregas en las que hablaremos, como decía Miguel de Unamuno, de «los hunos y los hotros».
Cogieron lo que pudieron porque venían los moros que iban a violar a las mujeres y matar a los hombres. Así lo aseguró literalmente Queipo de Llano en una de sus famosas soflamas radiofónicas:
«Nuestros soldados han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y, a la vez, a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora, por lo menos, sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen».
Y la Nacional 340, la única carretera que recorre los doscientos kilómetros que separan Málaga de Almería, se convirtió en una trampa mortal. En nuestra ciudad ya habían llegado en los días anteriores miles de refugiados, procedentes de poblaciones de la costa occidental y del interior. Cuando las tropas nacionales ocuparon Colmenar, Almogía y Fuengirola, era evidente que Málaga iba a caer en cualquier momento. El presidente Largo Caballero aseguró: «Ni un fusil ni un cartucho más para Málaga». Y el coronel José Villalba, al mando de las tropas defensoras de la ciudad, explicó a un periodista: «La situación es crítica, pero Málaga sabrá defenderse». Y, subiéndose a un automóvil, huyó en dirección a Vélez-Málaga. Eran las cinco y media de la tarde del domingo 7 de febrero de 1937. Solo el alcalde socalista, Eugenio Entrambasaguas, mantuvo la dignidad y permaneció en su puesto.
-Cerca de la Herradura, en la misma carretera y apelotonados, fuimos ametrallados. Mi padre me cubrió con su cuerpo y, milagrosamente, aunque herido, me salvé. Me levanté, cubrí su cadáver con su abrigo y continué la marcha hasta Almería.
-La gente corría llevando a los niños en brazos y abandonando los últimos restos de sus pertenencias. Se oían los llantos y los gemidos de los heridos. Todos intentaban llegar a alguna curva donde la carretera se alejara del mar. Los viejos, con lágrimas en los ojos, suplicaban para que los abandonasen allí e intentasen salvar a los niños.
-Era tal el terror que, si se divisaba un cuervo, se pensaba que era un avión y la gente huía aterrorizada. Nunca he olvidado a aquella mujer que, herida por un obús, en medio de un charco de sangre, amamantaba y abrazaba a su hijo de dos meses.
-Todo el mundo estaba igual y las plantaciones eran arrasadas hasta las raíces. Había un matrimonio con cuatro hijos comiendo cañadú y el padre le dio un trozo a la niña pero, como era tan pequeña y tenía los labios reventados por la sed y el hambre, lloraba sin consuelo.
La salida de la población fue de todo menos organizada. No hubo ningún plan de evacuación: hubo desbandada. Sálvese quien pueda. Ninguna autoridad se preocupó de organizar nada. Se calcula que huyeron unas ciento cincuenta mil personas, quizá más. La mayoría hicieron el camino a pie. Se llevaban consigo lo que podían: máquinas de coser, ajuares, trajes de novia y hasta colchones. Pero el horror alcanzó sus máximas cotas cuando los aviones y los cruceros del bando nacional dispararon indiscriminadamente a la población indefensa. Se calcula que en la carretera de la muerte fallecieron entre tres y cinco mil personas. Una auténtica matanza silenciada por los vencedores, pero que siguió muy viva en la memoria colectiva de muchos malagueños. Los autores de este crimen se defendieron alegando que ellos disparaban contra milicianos armados. Además, como en todas las guerras, había que asegurar la retaguardia. Queipo de Llano dijo:
«Una parte de nuestra aviación me comunica que grandes masas huían a todo correr hacia Motril. Para acompañarles en su huida y hacerles correr con más prisa, enviamos a nuestra aviación, que bombardeó incendiando algunos camiones».
Los medios de comunicación apenas informaron de esta carnicería y se limitaron a explicar que Málaga había caído. Las únicas fotos que conservamos las realizó un médico canadiense –Norman Bethune–, que en una ambulancia se pasó varios días recogiendo a hombres, mujeres y niños para llevarlos hasta Almería. El 18 de febrero publicó un artículo en 'The New York Times' en el que calificó la desbandá como «la más terrible evacuación de una ciudad en los tiempos modernos». Y añadió: «No había comida en los pueblos, no había trenes, ni apenas autobuses para transportarlos. Se tambaleaban y tropezaban con los pies magullados, mientras los fascistas los bombardeaban desde el aire y desde el mar». Había tanta gente que los padres temían que sus hijos se les perdiesen y los ataban con una soga.
Jesús Majada Neila recogió en el año 2006 los testimonios de los que sufrieron, siendo niños, esta tragedia. Nosotros nos limitaremos a copiar algunos de ellos:
-«Los barcos que disparaban «estaban tan cerca que, cuando acertaban a un burro o a un autobús, podíamos ver sus caras y cómo saltaban en las cubiertas, celebrándolo».
-«Había gente aplastada por las piedras que caían cuando disparaban desde los acantilados. Vi muchos niños muertos en las cunetas. Me acuerdo de una mujer que había muerto y todavía tenía a un niño pequeño en sus brazos. El conductor que nos llevaba a Almería paró varias veces para apartar a los muertos de la carretera».
-«Mis hermanos mayores levantaban las mantas que cubrían los muertos para ver si algunos eran nuestros padres, porque no habíamos vuelto a saber nada de ellos».
-«Las bombas cayeron y mataron al matrimonio y al niño mayor. Al pequeño, protegido por su madre, no le pasó nada. Cuando terminó el bombardeo vieron con horror este drama: un niño de meses se quedaba solo en el mundo en plena carretera».
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