VÍCTOR HEREDIA
Domingo, 14 de agosto 2022, 23:57
Después de la Primera Guerra Mundial se extendió por todo el mundo la fascinación por bailar como una forma de entretenimiento asequible, al igual que ... el cine. La llegada del jazz, el tango, el foxtrot y de otros nuevos estilos musicales y danzantes trajo consigo unos espacios de ocio específicos: los cabarets y las salas de baile. Los 'dancings democráticos' eran locales en los que por las tardes (y los domingos y festivos durante todo el día) se organizaban bailes animados por un gramófono, un organillo o una pequeña orquesta. A veces se trataba de salas de cabaret que ofrecían esas sesiones de baile antes de sus espectáculos nocturnos, que en esos casos eran conocidas como 'tea dancing'.
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La pasión por bailar hizo que proliferaran academias de danza y, para los menos espabilados, se estableció el servicio de 'chicas-taxi', importado desde Estados Unidos y que consistía en muchachas contratadas por los empresarios de las salas para bailar con hombres sin pareja que adquirían previamente tickets. Peor fama tenían las tanguistas, cuya función era alternar con los clientes y animarlos a consumir, como indica Cristina de Pedro al estudiar el caso de Madrid.
En la Málaga de aquellos años la diversión iba por barrios y, sobre todo, por clases sociales. Como en todos lados. La buena sociedad malagueña celebraba fiestas y bailes 'aristocráticos' en los salones del Círculo Mercantil y el Círculo Malagueño, en los hoteles Príncipe de Asturias y Caleta Palace o, ya con carácter privado, en los jardines de las villas de La Caleta y El Limonar.
En los barrios se celebraban a lo largo del verano numerosas veladillas y verbenas de carácter popular, que tenían su culmen en los festejos de agosto. El Balneario del Carmen contaba con una gran pista de baile y un quiosco para la orquesta. En el de La Estrella también se ofrecían verbenas, bailes y conciertos en la temporada de baños. Al lado de esta instalación estaba el Merendero Miramar, que anunciaba una 'excelente pianola eléctrica con jazz-band' y 'pista para bailes familiares'. En Pedregalejo el restaurante Las Acacias incluía entre sus servicios una 'excelente pista y orquestina para bailes familiares y verbenas'.
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Hacia el interior algunas ventas publicitaban su oferta gastronómica acompañada de la inevitable pista de baile, animada con una gramola y un pianillo de manubrio, como La Ola, al final de Ciudad Jardín, o el recreo-restaurante Cuesta de las Perdices, en el Camino de Antequera. Durante estos años en el solar donde actualmente está el Mercado de la Merced funcionó un parque de atracciones en el que, por supuesto, había todo tipo de actuaciones musicales y una gran pista de baile.
Los primeros cabarets malagueños fueron El Maipú y el Salón Royal. Este último no era otro que el veterano Café de Chinitas, que ofrecía espectáculos de varietés, flamenco, bailarinas, cupletistas y murgas. Se anunciaba como 'cabaret de moda' con magnífico salón de baile, jazz-band y 'bellísimas señoritas bailarinas de salón'. Se publicitaba con este lema: '¡Arte, lujo, belleza y alegría!'. Los testimonios de contemporáneos como Manolo Blasco nos refieren programas con espectáculos bastante subidos de tono.
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Hacia 1920 abrió el Gran Bar Paquín, a espaldas del lujoso Café Inglés de la calle Larios. Era un cabaret en el que se servían comidas a precios económicos, atendido por 'ocho simpáticas señoritas'. Manolo Blasco, Guillermo Narbona y Francisco Bejarano lo recuerdan con el nombre de El Maipú. Tenía vecindad con varias casas de lenocinio muy conocidas en la Málaga de aquellos años.
Un cabaret que se definía como elegante era el Parisiana, ubicado en El Morlaco. Junto al restaurante con vistas al mar no podía faltar la pista de baile y la jazz-band, que era en este local era la Orquestina Barrera dirigida por el maestro Villalobos. El servicio corría a cargo de 'doce bellísimas tanguistas', término que, como vimos, adquiriría connotaciones peyorativas.
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Debió haber más pero la publicidad localizada solo nos permite referir un par de cabarets populares. Uno de ellos se llamaba DancingRoom y estaba en la calle Muro de las Catalinas. La entrada, con derecho a una consumición, costaba una peseta, y en el interior había pista de baile, salón al aire libre, jazz-band, bar y '20 bellísimas señoritas bailarinas'. Otro era el Salón Eldorado, de Carlos Cejas, que se anunciaba exactamente igual que el anterior pero como el más económico de la ciudad. Se encontraba en la calle Chaves, en el barrio de la Victoria.
Vinieron tiempos duros. El Salón Royal fue clausurado en 1937. No estaba el país para bailes ni espectáculos sicalípticos.
El Maipú estaba en un callejón que había a la izquierda de la calle Siete Revueltas, entrando por la calle Larios. Había que subir a un primer piso a través de una escalera curva que conducía directamente al salón de baile, alargado y bastante amplio. Al lado había otro salón más pequeño donde estaba el bar. Bejarano cree que lo abrió un señor llamado Balebona. «Los tiempos de auge del Maipú fueron aquellos en que actuó como dueña y sacerdotisa mayor de aquel pagano templo del Terpsícore, Teresa la Casablanca, bella mujer de aquella vida irregular, y un poco sorda». En este establecimiento ocurrió en marzo de 1924 un desgraciado suceso del que resultó víctima un joven y prestigioso médico oculista. Hay varias versiones. Una dice que Miguel Mérida Nicolich estaba bailando con una señorita-taxi cuando el novio de ésta le disparó en la cabeza. Sobrevivió pero perdió la visión. En los años siguientes su labor fue decisiva para la creación de la primera institución malagueña dedicada a la atención de las personas ciegas y sordomudas.
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