Víctor Heredia
Viernes, 30 de agosto 2024, 00:16
En el siglo XIX alguien escribió que el nivel de desarrollo de los pueblos se podía medir en función del consumo de jabón. El aumento ... de la población y la paulatina mejora de las condiciones de vida repercutieron en el crecimiento de la demanda de este producto vinculado a la higiene. Cuando se hace referencia a la expansión industrial malagueña del siglo XIX no se suele mencionar que durante varias décadas Málaga fue el principal centro productor de jabón de España.
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En la ciudad existía una modesta tradición de elaboración artesanal de jabones a partir de aceite de oliva, de la que han quedado algunos nombres urbanos como Jaboneros y Almona (palabra aplicada al lugar donde se hacía jabón). A finales del siglo XVIII un comerciante de origen francés introdujo en Málaga la fabricación industrial de jabón. Este hombre era Juan Bautista Maury, dueño de una casa de comercio que en 1796 estableció una fábrica en la que luego se llamó calle de las Almonas (actualmente San Andrés). Para poner en marcha el negocio vinieron desde Tolón los hermanos Francisco y Luis Reboul, expertos en la elaboración de jabones.
En los años siguientes fue aumentando el número de pequeñas fábricas dedicadas a la jabonería, que empleaban aceite de oliva como grasa y cenizas de barrilla como agente alcalino. Estas materias primas procedían de la región: el aceite del interior y la barrilla de Almería, donde esta planta era cultivada para obtener sosa.
La mayoría de las iniciativas industriales en este sector procedió de comerciantes extranjeros. En 1813 José Reisig estableció una compañía para fabricar jabón y en 1817 la casa Scholtz introdujo como innovación el uso de grasa de Flandes, lo que generó ciertas protestas. La buena marcha de los negocios jaboneros atrajo la atención del emprendedor Manuel Agustín Heredia, que compró en 1830 una de las fábricas de los Reboul. Poco después consiguió el privilegio para emplear durante cinco años un procedimiento para hacer jabón con calderas de hierro colado, pionero en España. Heredia llegó a tener hasta tres industrias jaboneras en la calle Salitre y en 1841 se presentaba como el mayor fabricante de España.
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En esos años la producción malagueña se dirigía especialmente a la exportación hacia los mercados de las Antillas (Cuba y Puerto Rico). El mismo Heredia se quejaba de la competencia del otro gran centro exportador español, Mallorca, y de que los mallorquines reexportaban a las colonias jabones de Marsella. En 1843 un informe francés afirmaba que en Málaga había trece fábricas que producían casi 9.000 toneladas anuales de jabón, del que se exportaban unas 4.000.
Por aquellos años el sector estaba cambiando. El alto coste de la barrilla estimuló el desarrollo de sosas artificiales aplicando ácido sulfúrico y empezaron a utilizarse grasas de semillas y sebos animales. Heredia creó una gran fábrica de productos químicos junto a sus altos hornos en la que se producía, entre otros componentes, sosa artificial para la elaboración de jabón.
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Una de las mayores fábricas de jabón de la Málaga decimonónica estaba en la Alameda de los Tristes, la actual Alameda de Colón. Era propiedad de Manuel Gracián Reboul, sucesor de aquellos primeros Reboul que llegaron a Málaga desde el sur de Francia para introducir aquí ese ramo de producción. En esta vía del Ensanche del XIX había varios almacenes y algunos palacetes de familias burguesas, como los Scholtz y los Clemens. La fábrica de Gracián fue una de las que cerró a finales de la década de 1870 y quedó sin uso. Fue arrendada por el Ayuntamiento en 1882 para establecer la sede de la audiencia de lo criminal que correspondía a Málaga según la reforma judicial de aquel año. El arquitecto Jerónimo Cuervo se encargó de su adaptación, creando una fachada clasicista y un interior adecuado a su nueva función judicial. Posteriormente sirvió como almacén y como acuartelamiento de la policía. El edificio fue demolido en 1998 y en el patio de la nueva construcción se recolocaron unas grandes cerchas de madera que ya formaban parte de la primitiva fábrica.
En la ciudad hubo hasta 17 fábricas repartidas por el barrio de El Perchel (entorno de la calle Cuarteles), Capuchinos, Molinillo, Refino y pasillo de la Cárcel (actual avenida de la Rosaleda). Pertenecían a sociedades como Heredia, Zalabardo y Dupuy, Bolín, Sandoval, Antonio Maresca, Guillermo Reboul, Joaquín Sotelo, López y Gracián. En 1861 la industria jabonera malagueña tenía una capacidad de 39 calderas y empleaba a unas 125 personas. Antonio Parejo aporta un dato significativo de la importancia local del sector a partir de la matrícula industrial del año 1871: la cuota de los fabricantes de jabón representaba el 31% de la tarifa industrial, por encima de las industrias textiles de los Larios y de la siderurgia de Heredia, que sumaban el 37%.
A mediados del siglo XIX Málaga era todavía la principal provincia de España en la elaboración de jabones, pero ese liderazgo duró poco. La competencia mallorquina ganó la exportación a las Antillas y hacia finales de siglo fue Barcelona la que dominó el mercado nacional y colonial de jabones gracias a la incorporación de materias primas más baratas y de nuevas técnicas de producción basadas en la mecanización.
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Las fábricas malagueñas empezaron a cerrar y las que sobrevivieron atendieron la demanda local. Hacia 1890 solo existían cuatro: Armentia, Gross, López y Sandoval. En las primeras décadas del siglo XX resurgió levemente la actividad jabonera, pero ahora como subproducto de los almacenes y refinerías de aceite de oliva que se instalaron en Málaga de la mano de empresas como Moro, Minerva, Olivarera Peninsular, Larios, Nagel o Van Dulken. Quedaba lejos la etapa de hegemonía comercial de los jabones malagueños.
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