Arde la Aduana: Tragedia en un abril de hace casi 100 años
Tribuna de la Historia ·
En los primeros momentos se cuantificaron 24 fallecidos, número que se fue incrementando a medida que fueron apareciendo los cadáveres en los escombros del edificio en los días que siguieron al 26 de abril de 1922
FRANCISCO CABRERA PABLOS
Domingo, 26 de julio 2020, 14:16
Málaga ha sufrido a lo largo de su historia un sinnúmero de calamidades entre las que ocupan un importante lugar los incendios, con unas consecuencias extraordinarias en lo que se refiere a la pérdida de vidas y haciendas. La especial configuración del callejero urbano en el pasado, la falta de seguridad en el manejo de las sustancias peligrosas y de formación entre quienes las trabajaban (los llamados coheteros) hicieron que con frecuencia se produjeran estos accidentes de los que guardan fiel testimonio los anaqueles de nuestros archivos y bibliotecas.
Hoy nos acercamos a uno de los más graves de los ocurridos en esta ciudad: el incendio de la Aduana que tuvo lugar en la madrugada del miércoles 26 de abril de 1922, hace 98 años. El resultado, una tragedia: el fallecimiento de 24 personas ya en los primeros momentos, número que se vio incrementado a medida que fueron apareciendo los cadáveres en los escombros del edificio en los días que siguieron. También la destrucción del inmueble a partir del segundo piso y la pérdida de una importante documentación oficial que se almacenaba en sus oficinas. Esta es su historia.
Primer proyecto de Aduana.
BARTOLOMÉ THURUS (1717). ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
La Aduana de Málaga es un monumento cuya construcción fue aprobada gracias a una orden de Carlos III, notificada a Málaga por medio del marqués de Vallehermoso y fechada en San Lorenzo el 16 de octubre de 1787: «He dado cuenta al Rey de lo ocurrido en la Junta de Obras que V.E. me participa con fecha de 9 del corriente, en la cual quedó acordado entregar a D. Pedro Ortega y Monroy el terreno de la Alcazaba para la construcción de la casa de Aduana. S.M. lo ha aprobado y de su orden lo participo a V.E. para su gobierno.» Una orden, por cierto, en la cual, presumimos, mucho tuvo que ver José de Gálvez, fallecido en el Real Sitio de Aranjuez en el mes de junio de aquel mismo año. Se cumplen en este los trescientos de su nacimiento. Un malagueño universal que, al igual que Cánovas del Castillo, tanto hizo por Malaga y por los malagueños.
Vista de la Aduana.
«EL GUADALHORCE»
Las obras comenzaron cuatro años después de recibirse la orden y siguiendo el proyecto del arquitecto Manuel Martín Rodríguez, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, tras unas propuestas anteriores de Miguel del Castillo que fueron rechazadas por su simplicidad. El 21 de octubre de 1791 se puso la primera piedra del que estaba llamado a ser uno de los edificios más singulares y emblemáticos de la ciudad. En octubre de 1796, se iniciaban las tareas administrativas en dicho inmueble, aún sin terminar por completo.
Sección del Palacio de la Aduana.
IDELFONSO BALCÁZER Y GARCÍA (1794)
No es el momento ahora de abordar los diferentes emplazamientos que alojaron durante siglos a las instalaciones aduaneras en locales mal acondicionados, ni los numerosos trámites administrativos que tuvieron lugar hasta la referida aprobación del rey Carlos, ni los avatares por los que paso la aduana portuaria mientras se edificaba, ni los diversos destinos que tuvo una vez construida en el transcurso de los años: el dominio francés, Fábrica de Tabacos, Aduana, alojamiento de los monarcas que nos visitaron, Diputación Provincial y Delegación del Gobierno, entre otros. Nos limitaremos a recordar con brevedad la terrible tragedia que padeció Málaga con su incendio, en una triste efeméride de la que se han cumplido en estos meses los 98 años.
La Unión Mercantil.
JUEVES, 27 DE ABRIL DE 1922
El fuego comenzó el miércoles 26 de abril, alrededor de la 1,30 de la madrugada, según nos cuenta el periódico «La Unión Mercantil», fiel testigo junto a otros, de lo que tituló en su edición del día siguiente como «Espantosa tragedia».
Por el testimonio de los supervivientes, todo parece indicar que las llamas se iniciaron en la parte alta del edificio (donde tenía sus viviendas el personal de servicio de Gobernación, Hacienda, Diputación y carabineros), junto a la habitación número nueve.
El recordado periodista Julián Sesmero lo contaba en este mismo Diario SUR el 25 de abril de 1998: «El incendio comenzó de forma larvada en las escaleras de madera de la segunda planta de la Aduana por las que se accedía a las buhardillas que ocupaban las familias de porteros y subalternos de los distintos servicios oficiales. Poco a poco tomó incremento hasta convertir el palacio en una gigantesca pira visible desde cualquier lugar de la madrugada malagueña. Gritos de terror se oían desde lo más alto del edificio y numerosas personas corrían despavoridas de un lado a otro de la terraza».
De allí se extendió pronto por las dos últimas plantas, inutilizando de inmediato a la pequeña escalera por la que se accedía a la mencionada buhardilla y que al ser de madera ardió con rapidez impidiendo el desalojo de los vecinos que arriba quedaron atrapados. Algunas de estas personas optaron por tirarse por las ventanas cuando comprobaron que la bajada era imposible: «Las llamas, voraces, lamían las paredes que empezaban a rechinar caldeadas; el humo era densísimo y el polvo asfixiante. Fue entonces cuando ante la pavorosa disyuntiva de una muerte horripilante y lenta, optaron por dejarse caer al vacío sin más amparo que la providencia.» Muchos de los heridos atendidos en el Hospital Civil lo fueron por fracturas de diversa gravedad motivadas por la caída.
Otro periodista, este de «El Cronista», llamado Sánchez Taboada, fue uno de los primeros que acudió de madrugada cuando, a punto de marcharse a casa terminado su trabajo, fue sorprendido por el tañer de las campanas de la Catedral malagueña que anunciaban la catástrofe.
Nada más llegar y comprendiendo la gravedad de los hechos entró en el edificio y en medio de una espesa humareda subió las escaleras para prestar la ayuda que pudiese: «Por si estos materiales eran poco combustibles para alimentar el incendio, el suelo de los cuatro cuerpos de la buhardilla era de madera también. Fácilmente comprenderán los lectores cómo, en veinte minutos tan solo, el fuego se comunicó del ala frontal a las otras tres, quedando invadida por las llamas toda la corona del edificio.»
Puerto de Málaga en 1870.
ARCHIVO DE LA AUTORIDAD PORTUARIA
«La Unión Mercantil» continuaba su detallada explicación afirmando que la magnitud de la catástrofe se debió en gran parte a la falta de material del Real Cuerpo de Bomberos, que a pesar de su cercanía -tenía la base en el propio Ayuntamiento-, no pudieron sofocar el incendio: «Aún nos parece verlos exhibiéndose, como número de festejos, subiendo a lo alto de una escala, que ahora no sirve para nada, provistos de una bomba para arrojar un ridículo chorrito de agua, y colocando una manga de salvamento en balcones altos -que ahora no ha parecido- para que por ella se arroje la gente, y a modo de manteadores de Sancho, esperando con una lona para que sobre ella caigan los niños.»
Seguía el relato extendiéndose con una crítica muy severa hacia las autoridades municipales, responsables de la escasez de unos materiales que por otra parte aparecían, los que aparecían, muy deteriorados. Además, el sistema eléctrico estaba en muy malas condiciones, lo cual sin duda ayudó a propagar el incendio.
Otros colectivos y profesionales también acudieron a socorrer en lo que podían. Los soldados del Regimiento de Álava, por ejemplo, participaron intensamente exponiendo sus vidas para salvar las de otros, y en los días posteriores colaboraron eficazmente en las tareas de desescombro.
A lo largo de la mañana del día 26 pudieron ser sofocadas las llamas no sin dificultad, aunque aún continuaron durante horas los rescoldos del incendio que hubo que vigilar para evitar su reactivación. Además, hubo que pasar el duro trance de trasladar al cementerio de San Miguel a las víctimas, las cuales alcanzaban ya la cifra de 28 fallecidos. La investigación primaria realizada en las horas que siguieron fue llevada a cabo por el juez de guardia Enrique Ruiz Martín, que tomó declaración a los heridos repartidos entre el Hospital Civil, el Noble y alguna casa de socorro.
Los muertos se fueron acumulando en la parte baja del edificio incendiado y en el Hospital Noble, donde se habían llevado algunos cadáveres y hacia donde se encaminaron las primeras autoridades presididas por el alcalde Sr. Briales López y por el propio gobernador Sr. Salas, que sobrevivió de milagro al tener su vivienda en el palacio de la Aduana. En el mismo hospital, los PP. Agustinos colaboraron en las difíciles tareas del traslado de los féretros al camposanto.
El Ayuntamiento, reunido en un pleno extraordinario en esa misma tarde del día 26 y a propuesta de su alcalde Sr. Briales se hizo constar en el acta el sentir de la corporación por el luctuoso suceso, trasladando a las víctimas el pésame de los malagueños. En todos los organismos oficiales se adoptaron disposiciones semejantes. La Junta del Puerto, en la primera sesión que tuvo lugar el 9 de mayo bajo la presidencia de D. Ricardo Gross Orueta, mandó recoger lo siguiente: «Se hace constar en acta el pésame con motivo de la catástrofe ocurrida en el edificio de la Aduana, haciéndolo presente al Sr. Administrador y felicitarle por su valiosa labor en aquellos tristes acontecimientos.» Un administrador que puso a disposición de las autoridades tanto al personal como el material portuario del que disponían.
Un aspecto más no carente de interés. El edificio en cuestión custodiaba un legado documental considerable en los diferentes organismos oficiales que tenían en él sus oficinas. «La Unión Mercantil», recogía en sus páginas este asunto bajo el epígrafe de Pérdida de documentos: «Es imposible precisar la cantidad e importancia de la documentación destruida por el fuego, pero se tiene el convencimiento de que habrá de proporcionar graves perjuicios, pues se han quemado todas las oficinas del Catastro y el Archivo de Hacienda, Propiedades e Impuestos. De la parte incendiada nada se ha podido salvar.»
La Aduana de Málaga antes del incendio.
ARCHIVO AUTORIDAD PORTUARIA
El historiador Elías de Mateo, en su libro sobre la historia del Real Cuerpo de Bomberos, hace un detenido análisis sobre este siniestro, las carencias de material que padecían los profesionales y las colaboraciones recibidas.
Antonio Lara Villodres, por su parte, en su interesante trabajo «El incendio de la Aduana en 1922», publicado en el n.º 96 de Jábega, se acerca al rumor no demostrado de que el siniestro tuvo una intencionalidad manifiesta, a fin de destruir una documentación que podría denunciar, llegado el caso, las presuntas corruptelas de altos cargos de la administración pública. En este sentido, conviene recordar las constantes relaciones de todo tipo entre Málaga y Melilla y que el Expediente Picasso sobre el desastre de Annual acababa de entregarse por el general auditor al Ministerio de la Guerra.
En este mismo Diario SUR, recordaba el periodista Ángel Escalera en enero de 2015 la tragedia de la Aduana. En todos estos autores, pueden ampliar los lectores interesados los datos que aquí ofrecemos.
Cubierta del Palacio de la Aduana en la actualidad.
En cualquier caso, la investigación posterior que se inició por parte del propio Ayuntamiento y de las autoridades judiciales y gubernamentales sobre el referido percance concluyó el carácter fortuito del incendio.
En los días que siguieron a la tragedia se adoptaron diversas medidas por parte de las autoridades. Por ejemplo, el Ayuntamiento destinó una partida importante a mejorar el Real Cuerpo de Bomberos dotándolo de un material que tanta falta hacía.
Monumento a las víctimas del incendio.
FRANCISCO PALMA GARCÍA. ARCHIVO DÍAZ DE ESCOVAR. FUNDACIÓN UNICAJA
La reconstrucción del edificio, acometida algo después, se culminó en terraza y no en el tejado a dos aguas que en su día tuvo. Una terraza que se ha mantenido, al menos, hasta su transformación en Museo de Málaga que se ha cerrado con un diseño muy vanguardista, esto ya en época muy reciente.
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