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Antonio Cánovas del Castillo (Ahora ya podemos tutearnos todos)

Antonio Cánovas del Castillo (Ahora ya podemos tutearnos todos)

Este pasado sábado se cumplieron 192 años del nacimiento del político e historiador malagueño. Del mayor estadista de la historia de España quedan en Málaga el Parque y el Puerto como muestras excepcionales de su pasión por la ciudad

Domingo, 9 de febrero 2020, 17:34

En la tarde del lunes 2 de agosto de 1897 la Junta de Obras del Puerto daba por oficialmente concluida la construcción de los nuevos muelles de Málaga, cuyos inicios se remontaban al año 1875. En dicho acto Francisco Bergamín, ilustre abogado y político malagueño, pronunció un discurso en el que se contenían las siguientes palabras:

«... Cuando en la vida se siembran favores se suele recoger el fruto. Y tenemos un paisano ilustre, Don Antonio Cánovas del Castillo, que ha hecho mucho por Málaga...«.

Apenas reinstaurada la monarquía el año 1875, el joven rey Alfonso XII firmó un decreto que Cánovas, recién nombrado presidente del gobierno, le presentó para allanar las dificultades que impedían iniciar la construcción del puerto que Málaga imperiosamente necesitaba. Casi diez años después, en 1884, Cánovas nuevamente tuvo que intervenir para suspender una disposición del gobierno anterior que injustamente obligaba a la Junta del Puerto a indemnizar con dos millones de pesetas al desaprensivo contratista de las obras. Ello permitió contratarlas nuevamente y al fin terminarlas en 1897.

Y, como complemento, Cánovas propuso la Ley de 6 de septiembre de 1896 que autorizó a la Junta del Puerto a ceder al Ayuntamiento los terrenos ganados al mar con motivo de las obras para construir sobre ellos el Parque, con una superficie que hoy asombra por su magnitud. Transcurrido más de un siglo continúa siendo la mayor zona verde del casco urbano.

Firma de Cánovas del Castillo

Desgraciadamente el 8 de agosto de aquel mismo año 1897, seis días después de la terminación de los nuevos muelles, y cuando leía el periódico sentado en un banco del balneario guipuzcoano de Santa Águeda, Cánovas fue asesinado por un anarquista italiano.

En la necrología que Cos-Gayón pronunció meses en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, se contiene una frase que merece ser recordada: «Muchas páginas serían necesarias para analizar a Cánovas; pero Cánovas no merece el análisis. Cánovas es digno de la síntesis...».

Cánovas fue un estadista genial, el gran conciliador de la España contemporánea, un político excepcional, que por patriotismo llegó a dimitir en cuatro ocasiones el cargo de presidente del Consejo de Ministros para facilitar la gobernación del país.

Fue, además un gran amante de la la Historia y de las Bellas Artes. Llegó a ser presidente de las cinco reales Academias entonces existentes y también del Ateneo de Madrid en dos períodos.

Es injusto afirmar que se olvidase de Málaga, en la que nació el día 8 de febrero de 1828. Cuando estas líneas se escriben se han cumplido 192 años de tan señalada efemérides.

El ingenio de Cánovas fue parejo con su inteligencia y con su afán por sacar a España de la postración y de la guerra civil, que desde la invasión francesa de 1808 había ensangrentado nuestra nación. Fueron casi 70 años de lucha fratricida, que terminaron al llegar Cánovas a la jefatura del gobierno en 1875.

Entre los mejores amigos de Cánovas estuvieron Jorge Loring y Amalia Heredia. Prueba de esta gran amistad es que pocos días antes de su alevosa muerte autorizó la adquisición por el Museo Arqueológico Nacional de la Lex Flavia Malacitana y de los otros cinco bronces reunidos en el Museo Loringiano, porque Jorge no se fiaba del destino que podrían tener tan inapreciables reliquias de la Hispania romana cuando él falleciera.

Monumento al político malagueño, en Madrid, frente al Senado

También es muy de resaltar su extraordinario interés por la desviación del río Guadalmedina, a cuyo efecto planteó una Proposición de Ley presentada el 11 de mayo de 1889, que en síntesis consistía en realizar el proyecto redactado por el gran ingeniero de caminos José María de Sancha junto con su colega Luis Moliní. Una vez culminada esta obra, anhelada durante más de cuatro siglos, permitiría crear sobre el cauce ya liberado una gran avenida. Pero lamentablemente, por diversas causas, el problema del Guadalmedina no se consiguió resolver. Y pocos años después se produjo la gran catástrofe de septiembre de 1907.

Cuando Cánovas fue asesinado, el entonces presidente del gobierno, Sagasta, pronunció una histórica frase: «Ahora ya podemos tutearnos todos», demostrando así la categoría y la grandeza de Cánovas, al que todos en su tiempo llamaron Don Antonio y siempre trataron de usted.

Cánovas fue el mayor estadista de la historia de España, solo comparable al cardenal Cisneros, y además tuvo una cultura enciclopédica. Hoy está prácticamente olvidado. Pero al menos quedan el Parque y el Puerto como muestras excepcionales de su pasión por Málaga.

Hace unos años el Ayuntamiento colocó una lápida en el Salón de Sesiones para recordar a tan egregio hijo de Málaga, cumpliendo así un acuerdo tomado hacía 100 años. Colocar un busto de este gran malagueño en el Puerto también contribuiría poderosamente a recordarlo.

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