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Al mismo tiempo que los adoquines volaban en París en mayo del 68, el Ayuntamiento de Benalmádena recibía una propuesta de impacto. No parecía una pedrada, aunque la iniciativa acabó siendo una china en el zapato del régimen tardofranquista. El cineasta Luis Mamerto López-Tapia registraba aquel cálido mayo malagueño su proyecto de un festival de cine para la localidad: la Semana Internacional de Cine de Autor. Aunque como recoge el documento original, la denominación entonces era otra: I Certamen Cinematográfico de Nuevos Valores. Influenciado por la 'nouvelle vague' francesa y otras olas europeas, el promotor de la idea también supo tocar la tecla municipal adecuada al hablar de la «promoción turística» para el pueblo. El entonces alcalde Enrique Bolín no tardó en ver la rentabilidad de los fotogramas. No solo por el glamour y el interés que despertaba el cine, sino por la posibilidad de promocionar el nombre de Benalmádena ya que entonces la Costa del Sol era sinónimo de Torremolinos. López-Tapia, que además contaba con el apoyo de la Federación Española de Cine-Clubs, logró el apoyo financiero institucional para el festival y desde el primer momento imprimió un carácter combativo y cinéfilo que contrastaba con la España oficial de la dictadura.
«La Semana nacía de una contradicción, no aparente sino real, entre su vocación cultural, progresista, contestataria y un régimen político que impedía la libertad de expresión que disfrutaba el resto de países europeos», reconocía el ya fallecido López-Tapia, que dispuso de un presupuesto de 709.751,84 pesetas –4.265 euros al cambio actual– para aquella edición inaugural de 1969, en la que los hoteles aportaban gratis habitaciones y manutención, el Ministerio de Información y Turismo libraba 75.000 pesetas y el Ayuntamiento ponía la mayor parte con 458.587,84 pesetas. Así, el 3 de noviembre de 1969 arrancó aquella edición inaugural de la Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena (SICA, aunque más tarde añadiría la 'B' de SICAB) con una programación radical de cinematografías europeas, orientales, latinas y española, y en la que no había jurado oficial, sino que los premios los otorgaba la crítica y el público por votación. El poder estaba en los espectadores, toda una revolución democrática en el franquismo. Un certamen pionero del se cumple medio siglo y que el Festival de Málaga reivindica con un homenaje y una exposición que se inaugura el próximo viernes.
Pero aquella libertad no era gratis. Y la lucha comenzaba antes de la celebración del festival con la batalla con el censor ministerial. Los responsables del certamen utilizaban argucias, como distraer al inquisidor fílmico en el momento que iba a llegar una escena susceptible de corte o directamente amenazándole con el escándalo internacional si prohibía la película. «Pasábamos la censura porque éramos unos osados», reconoce el cineasta Julio Diamante, que se hizo cargo de la semana desde su cuarta edición en 1972 y hasta su desaparición a finales de los 80. Esa lucha por defender películas incómodas o sexualmente atrevidas hizo que el director gaditano fuera tildado de «comunista», aunque Diamante señala que el certamen programaba películas de «todo Cristo».
Y esa fue la grandeza la SICAB y la clave de su influencia, ya que en Benalmádena se proyectaban títulos que no se podían ver en ningún festival de España, ni siquiera en San Sebastián. El que fue director del Festival donostiarra en los 80 y 90, Diego Galán, fue uno de los asiduos al certamen costasoleño y lo dejaba por escrito en la revista 'Triunfo' en 1972 en la que afirmaba que «la selección de películas ha sido una de las más interesantes de las que suelen ofrecer los festivales españoles», mientras que Fernando Lara, más tarde responsable de la Seminci, comenzaba su crónica de 1976 diciendo que «la Semana de Cine de Autor de Benalmádena se ha configurado como el certamen de mayor interés y significación de cuantos hoy existen en nuestro país». Una afirmación que se comprueba con el palmarés de aquella VIII edición en la que triunfó un trío de autores 'de luxe': Patricio Guzmán con 'La batalla de Chile', Miguel Littin con 'Actas de Marusia' y a Theo Angelopoulos con 'El viaje de los comediantes'. Amén del gran revuelo internacional que se organizó con la prohibición por la censura de la proyección de 'El imperio de los sentidos', de Nagisa Oshima.
La puesta en escena de la Semana de Cine de Autor no dejaba indiferente a nadie. Ni a los partidarios de la línea oficial del régimen ni a los que tomaban como propia esta isla de libertad en el océano de la dictadura. Ya en la primera edición se vivieron alborotos por la proyección del documental de Ángeles Rubio Argüelles –benefactora del teatro malagueño– 'Un pedazo de historia' y por la cinta de Francisco Regueiro 'Me enveneno de azules', protagonizada por Junior, aunque el gran altercado llegó en la clausura de la segunda edición. El director Ricardo Franco subió a recoger un premio y saludó al respetable con el puño en alto, lo que fue contestado desde el patio de butacas con algunos asistentes que respondieron con el saludo fascista. La trifulca provocó la intervención de la Policía, por lo que Franco y un grupo de cineastas, entre los que estaban Antonio Drove, Víctor Erice, Jaime Chávarri y Vicente Molina-Foix, se encerraron como protesta en el salón de convenciones del Hotel Alay en el que se celebró la gala hasta que a la mañana siguiente fueron detenidos.
El suceso lo grabó la RAI y dio la vuelta a medio mundo, lo que puso contra las cuerdas al joven certamen. Enrique Bolín quiso suspender la siguiente edición. «El turismo no necesita líos sino paz y tranquilidad», le dijo a Luis Mamerto López-Tapia, que consiguió calmar al regidor, aunque las presiones desde Madrid fueron incesantes y provocaron finalmente el cese del fundador y director de la semana. Pero a lo Robert Mitchum, con la III Semana de Cine de Autor volvió a llegar el escándalo en 1971. Según consta en el Fondo Local de la Biblioteca del Arroyo de la Miel, donde está depositada buena parte de la documentación y la historia de la SICAB, la Junta de Censura prohibió dos películas, la canadiense 'Stop' y la alemana 'Mathias Kneisel', «salvo que se cortasen unas secuencias consideradas inadmisibles». El nuevo director del certamen, el crítico José Luis Guarner, se vio obligado a seguir las recomendaciones para poder proyectar las cintas, lo que provocó un motín de la prensa que decidió declarar todos los premios desiertos –aquel año solo hubo dos galardones del público– en protesta por la exhibición de películas «mutiladas» y las «represalias» por la anterior edición.
A ello se unió la Junta de Censura que abrió expediente por la programación de estas cintas prohibidas pese a los cortes y, por si era poco, las productoras de Stop' y 'Mathias Kneisel' enviaron cartas que se conservan en el archivo benalmadense criticando las amputaciones al metraje de sus películas. De nuevo un «lío» que se saldó con la salida del propio Guarner, que al año siguiente fue sustituido por Julio Diamante, que impulsó el certamen durante una década de gloria en la que no solo mantuvo el espíritu original, sino que potenció ese carácter cinéfilo, incómodo y libertario de la SICAB. Aunque como recuerda el tercer director, la primera pregunta que le hizo un periodista como nuevo director fue: «¿Por qué se hace usted cargo de este muerto?».
Pero como decía la canción, el festival no estaba muerto y le quedaba mucha parranda y mucho que proyectar hasta su declive en los años 80 por falta de apoyo económico y adaptación a los tiempos. Lo recuerda María del Carmen Martín, directora de la Biblioteca del Arroyo de la Miel y guardiana de la memoria documental del certamen, que también fue espectadora de esta singular propuesta cultural. «En Benalmádena solo teníamos las películas de Manolo Escobar, Marisol, 'westerns' y romanos, pero el festival nos ofrecía un cine al que no teníamos acceso y del que participaba todo el pueblo y toda la Costa», explica la bibliotecaria, que rememora el día que se empeñó en ir a ver con su padre una película sueca y se encontró con una escena de sexo subida de tono. «Lo pasé fatal», reconoce ahora con una sonrisa.
El festival pasó del Alay al Palacio de Congresos de la Costa del Sol, donde se vieron películas como 'Muerte en Venecia', la antibelicista 'Johnny cogió su fusil', la prohibida 'Tierra de España' o el controvertido documental sobre ETA y la pena de muerte 'El proceso de Burgos' –con premio incluido para Imanol Uribe en 1979–. Con llenos absolutos. «Benalmádena nos descubrió cinematografías como la japonesa, la rusa, la iraní o la escandinava en una España que todavía no situaba muy bien esos países», asegura el cineasta Eduardo Trías, que prepara un documental sobre el certamen que se estrenará en el próximo Festival de Málaga. «Y además creó un ambiente propicio para el inicio de un cine independiente en Andalucía del que salieron Bollaín, Taillefer, Parejo y Antonio Gonzalo. Para todos ellos aquella fue su semana y su ventana al mundo», señala Trías, al que le da la razón uno de los aludidos. El malagueño Carlos Taillefer recuerda que desde 1972 «solo me perdí una edición» y además estrenó su controvertida cinta con su visión crítica la Semana Santa 'Por la gracia de Dios' (1978) con la sala abarrotada. Salió de allí como los toreros, «con división de opiniones porque vinieron muchos cofrades de Málaga». También fue testigo de la edición de 1975 que en plena celebración vivió la muerte de Franco. «Quisieron suspender el festival, pero Diamante se negó y tras los tres días de luto se retomó el certamen», recuerda el realizador, que apostilla que, pese a la ausencia de proyecciones, «no había mejor lugar en España para celebrar la muerte del dictador».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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