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Ana Pérez-Bryan
Sábado, 4 de enero 2020, 00:55
Los libros están repletos de nombres de mujeres que lograron brillar pese a los tiempos hostiles en los que vivieron. Del mismo modo, existieron otras cuyas existencias y logros quedaron relegados a un puñado de líneas en las biografías de sus maridos y que quizás hubieran merecido otra suerte. Nuestra historia cercana guarda muchos ejemplos de esa realidad pasada que hurtaba a las mujeres esa necesaria autonomía, aunque otras lograron sortear ese pesado techo no de cristal, sino de hormigón: es el caso de Amalia Heredia Livermore (1830-1902), que ya desde la cuna contó con todas las facilidades para construir un destino brillante y con un lugar propio en la historia local. Fruto del matrimonio entre el insigne industrial Manuel Agustín Heredia Martínez e Isabel Livermore Salas, fue la décima hija de la pareja y la importancia de su familia fue tal que entre los círculos de la época eran conocidos como el 'clan de la Alameda', un exclusivo título de familias burguesas que los Heredia compartieron con otros grandes como los Larios o los Loring.
Entre los últimos encontraría Amalia al perfecto compañero con el que brillar: Jorge Enrique Loring Oyarzábal (1822-1900), un emprendedor de diversos negocios con el que se casó con apenas veinte años y puso los pilares de una historia de muchas luces y algunas sombras que merece ser rescatada. Porque muchos consideran a Amalia como una de las primeras feministas activas de la época; si por feminismo activo puede considerarse la certeza, compartida con su marido, de que hijos e hijas tenían que educarse en igualdad de condiciones. Aquella huella le había quedado a la señora Heredia Livermore desde la más tierna infancia, ya que a pesar de ser criada únicamente por institutrices y ayas terminó siendo una de las mujeres más cultas, ilustradas e interesantes de la Málaga del siglo XIX. Uno de los ejemplos de esa forma de interpretar la igualdad está en la educación de sus propias hijas: en aquellos tiempos, era habitual que las señoritas de clase alta fueran enviadas a internados franceses, pero Amalia Heredia se resistió a esa idea; en parte por su propia experiencia: según recogen las crónicas históricas, dos de sus hermanas (Concepción y Mercedes) fallecieron de manera prematura cuando cursaban sus estudios en el extranjero, de ahí que sus padres renunciaran a la idea de enviarla a ella también. Y por eso cuando llegó el momento de decidir sobre el futuro de dos de sus hijas contactó con las religiosas agustinas de la Asunción, con las que puso, en 1865, el germen de lo que hoy es el Colegio de la Asunción. De hecho, las dos primeras alumnas fueron Amalia e Isabel Loring Heredia.
Pero su aportación a la Málaga del siglo XIX fue mucho más allá: en efecto, una de las grandes herencias de la que hoy también disfruta la ciudad es el Jardín Histórico de La Concepción, una joya natural a las puertas de la capital adquirida por el matrimonio en 1857 por 72.000 reales. Según recoge la historiadora Rosario Camacho en su 'Guía Histórico-Artística de Málaga', la joven pareja residía en la pujante Alameda, pero una vez adquirida la finca a orillas del río Guadalmedina, en la zona norte de la ciudad, fijaron allí su hogar. Declarada hoy Bien de Interés Cultural, fue especialmente Amalia la que se encargó de dotar al espacio de una riqueza natural y botánica que lo convirtió en una referencia en toda Europa. De aquellos jardines y museos de Francia, Alemania, Suiza e Italia que recorrió la pareja durante su viaje de novios quedó una amplia huella en La Concepción. De hecho, es un lujo al alcance de muy pocos lugares que se pueda recorrer el mundo entero a través de sus 80 especies de árboles más característicos de los cinco continentes: para esa creación, la pareja contó con la ayuda de un jardinero francés llamado Jacinto Chamoussent, quien seleccionó y aclimató plantas exóticas en esta zona privilegiada de la ciudad.
Sin embargo, la importancia de ese vergel no fue sólo botánica. Al contrario, la residencia de los Loring Heredia fue conocida por cualidades que iban mucho más allá: la afición del matrimonio, a quien años más tarde se otorgaría el título de marqueses de la Casa-Loring, por el arte y la cultura les llevó a adquirir las tablas de la Lex Flavia Malacitana, una pieza de incalculable valor descubierta poco antes en los tejares de la ciudad y compuesta por dos planchas de cobre datadas al finales del siglo I de nuestra era donde se recogía parte del articulado legislativo de la Málaga romana. Aquella adquisición fue el germen del conocido como Museo Loringiano, que Amalia y Jorge construyeron en 1859 en la misma finca a modo de templete dórico para lucir allí su valiosa colección, recopilada con esmero por la matriarca tras una intensa labor de recolección de objetos arqueológicos no sólo por Málaga y provincia, sino más allá de las fronteras locales.
La pasión de Amalia por la cultura y el arte no sólo cristalizó en el museo y en su imponente biblioteca, sino también en una importante labor de mecenazgo que ha dejado para la historia curiosas anécdotas: la más impactante, una que recoge la prensa de la época en septiembre de 1890, cuando el matrimonio se encontraba de visita en Granada. El día 17 de aquel mes se declaró un incendio en la Alhambra que afectó al patio de los Arrayanes, el Salón de Embajadores y la Torre de Comares; y ante la falta de medios para su extinción Amalia no lo dudó y se puso a ayudar en los trabajos para sofocar el fuego «como un obrero más». Así lo explican las crónicas cuando se refieren a «una distinguida señora malagueña que acarrea cubos de agua como un peón más, contribuyendo con su trabajo material a la extinción del fuego del más admirado de nuestros monumentos árabes sin temor al qué dirán o a estropear su bonito traje». De esa enorme condición de mujer culta y comprometida quedan también títulos como el de socia fundadora de la Real Sociedad Española de Historia Natural o el de miembro de la Orden de Damas Nobles de María Luisa, una distinción creada por Carlos IV en 1792 para distinguir a mujeres nobles que destacaban por sus servicios o cualidades.
De vuelta en La Concepción, a esa pujanza botánica, cultural y artística, los marqueses de la Casa-Loring añadieron otra que contribuyó a dar aún más lustre a sus logros: la política y social. Los jardines y la residencia de la pareja fueron un punto de encuentro imprescindible de los políticos de la época, que dieron forma allí a un parlamento en paralelo donde no faltaban Antonio Cánovas del Castillo (que fue presidente del Gobierno de España y pariente lejano de Amalia), Francisco Romero Robledo, Eduardo Dato o Francisco Silvela, que además de yerno de la marquesa por matrimonio con su hija Amalia fue el familiar a quien más quiso y en quien más confianza tenía. De la política a lo social, la hija de Manuel Agustín Heredia también fue la anfitriona de la archiconocida emperatriz Sissí cuando ésta visitó Málaga bajo el nombre de la condesa de Hollms, recorriendo ambas los jardines de La Concepción en una visita de la que también quedan testimonios escritos. No se puede olvidar tampoco el fabuloso cenador de hierro forjado en la ferrería de los Heredia que se cubre con glicinias en el arranque de cada primavera y que era el escenario perfecto para recepciones, bailes y fiestas familiares.
La otra gran faceta de la Amalia Heredia fue la filantrópica, una cualidad que compartió con su cuñada Trinidad Grund, que vivió un breve matrimonio de cuatro años con su hermano Manuel Heredia Livermore y que terminó cuando éste se suicidó durante una cacería en Motril. Su profunda huella benéfica y asistencial quedó recogida en varias iniciativas, entre ellas la financiación del Hospital de San Julián o la primera piedra de lo que hoy es el Hospital Civil.
Pero en esa trayectoria repleta de luces, la vida de Amalia Heredia Livermore también tuvo sus sombras: a la muerte trágica de varios hermanos sumó también el fallecimiento prematuro de cuatro de sus hijos. El más doloroso, el asesinato de su hijo Manuel, nacido en Málaga en 1854 y que a pesar de haber estudiado la carrera de ingeniero de minas se dedicó a la política: fue diputado a Cortes por el Partido Conservador en 1884 y concejal en el Ayuntamiento de Málaga: en esa etapa, en concreto en 1891, fue asesinado a tiros por el director del Diario Mercantil, Francisco García Peláez.
El episodio aparece recogido en el testamento de la propia Amalia Heredia cuando se refiere al «perdón a todos mis enemigos, hasta al asesino de mi hijo Manolo». Sobre esas últimas voluntades firma un amplio artículo la profesora de la Universidad de Málaga Eva María Ramos Frendo, que se refiere a dos documentos firmados por la matriarca: uno en 1896 y otro en 1898. En ambos ya se adivinan las dificultades económicas que atravesaba el matrimonio, hasta tal punto de que tuvieron que vender la Lex Flavia Malacitana al Museo Arqueológico de Madrid para saldar deudas. En esas voluntades, y con su marido aún vivo, expresa su deseo de que la Finca de la Concepción pase a manos de su hija Amalia, casada con su admirado Francisco Silvela; aunque finalmente la fabulosa casa tuvo que ser hipotecada. La ruina económica queda ampliamente recogida en el testamento de 1898: «Nuestra situación es cada vez más falta de recursos y temo que vayamos pronto a una suspensión de pagos; y hasta que a mi muerte sea preferible para mis hijas no aceptar la herencia que pudiera dejarles (...)», dejó escrito Amalia. También dejaba de su puño y letra su deseo de ser enterrada en el panteón familiar que los Heredia construyeron en el Cementerio Histórico de San Miguel, donde reposan los restos de sus padres, Manuel Agustín e Isabel; junto con los suyos y los de su familia.
Aunque aquella última voluntad se cumplió una vez que le sobrevino la muerte repentina en 1902 (tenía 72 años) no fue posible que la finca de La Concepción quedara en manos de la familia por mucho más tiempo: en 1911 fue vendida a un matrimonio de Bilbao, Rafael Echevarría y Amalia Echevarrieta, quienes ampliaron el jardín y dieron aún más brillo a la joya botánica; y a partir de los 60 el espacio entró en una franca decadencia. En 1990, fue adquirido por el Ayuntamiento de Málaga por 600 millones de las antiguas pesetas (3,6 millones de euros), renaciendo de sus cenizas para ser, desde entonces, disfrutado por todos los malagueños. Y con él, del legado de la gran Amalia, la dama que supo brillar con luz propia.
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