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Con el final del verano llegan las temidas lluvias otoñales. Las inundaciones de 1907 (o la «riá») han sido las más graves que ha sufrido ... Málaga en varios siglos o, al menos, las que dejaron una huella más profunda en la memoria colectiva de los malagueños. Provocaron 21 fallecidos, aunque otras fuentes elevan la cifra a 30, y se tardó varios meses en limpiar completamente las calles de barro. Lo más curioso es que la ciudad se inundó sin que cayera ni una sola gota. La causa se debió a las intensas lluvias que desde la tarde anterior habían afectado a la cabecera del Guadalmedina, que se desbordó a su paso por Málaga la madrugada del 24 de septiembre, entre la una y las dos, anegando las calles del Centro.
Tres semanas más tarde un joven rey Alfonso XIII, de solo 21 años, visitó Málaga. Había salido desde Madrid la noche anterior acompañado del presidente del Gobierno, Antonio Maura. Tras cambiar de tren en Córdoba, llegó a la estación de Málaga exactamente a las 11:58 del día 17 de octubre de 1907. Allí fue recibido por el alcalde de Málaga, Eduardo de Torres, y por todas las autoridades locales. El viaje regio había levantado cierta expectación, pues venían en el tren periodistas del 'ABC', 'Blanco y Negro' o 'El Imparcial'.
Alfonso XIII se subió a un landó de la casa Larios y, pasando por las calles Cuarteles, Alameda, Larios, Granada y Molina Lario, llegó a la Catedral, donde fue recibido por el obispo, Juan Muñoz Herrera. Entró en el templo bajo palio por la puerta principal y rezó un responso por las víctimas de las inundaciones.
A continuación comenzó el plato fuerte del día: el recorrido por las zonas más afectadas de la ciudad. El itinerario se fue improvisando, como iremos viendo. Los periodistas pudieron observar que el presidente del Gobierno no se separó ni un solo instante del joven rey y que el recibimiento por parte de los malagueños fue bastante frío. Alfonso XIII salió de la Catedral y por la Alameda y Pasillo de Santa Isabel llegó a Puerta Nueva, donde se bajó del coche de caballos. Entró a pie por la calle Compañía y, antes de llegar a la mitad de la calle, tuvo que darse la vuelta porque el barro impedía pasar. Pensemos que habían transcurrido tres semanas desde la riada. Maura estuvo a punto de caerse y un guardia civil se quedó atrapado con su caballo en el fango.
Intentaron avanzar por la calle Carretería y sucedió lo mismo. Entonces la comitiva, cruzando por el postigo de Arance, salió al río, que atravesó por un puente provisional de tablas porque los de obra habían desaparecido en la catástrofe. Aquí pudo comprobar el monarca la altura que alcanzó el agua. En la calle Trinidad ocurrió igual que en las anteriores: tampoco pudo seguir. Sí lo hizo por la calle Mármoles y entró en las casas números 13 y 22. En la primera, comprobó en el patio los destrozos y el rey dijo: «Esto ha sido peor de lo que yo creí». En la puerta, una anciana se agarró al monarca implorando auxilio y este ordenó a sus ayudantes que repartieran monedas de cinco pesetas.
En el pasillo de Santo Domingo se volvió a subir al coche, que lo condujo al Palacio de la Aduana al que llegó a la una y media, por lo que el paseo de Alfonso XIII por las calles de la cuidad duró menos de una hora. Allí despachó y almorzó. Se habían encargado doce cubiertos al Hotel Reina Victoria.
Antes de las tres de la tarde el rey partió para Colmenar, que era una de las localidades más afectadas por la catástrofe. Se montó en el «automóvil grande» de José Álvarez Net (matrícula MA-4), junto a Antonio Maura, el marqués de Viana y el general Echagüe. En otro coche subió el Gobernador Civil y el resto del séquito. Tengamos en cuenta que en octubre de 1907 solo había seis automóviles matriculados en Málaga.
Por el camino salió a su encuentro el marqués de la Casa Loring para invitarlos a merendar. Lo mismo hizo Carlos Heredia en la venta Galwey. El rey aceptó ambos ofrecimientos. Cuando apenas quedaban dos kilómetros para llegar a Colmenar, la niebla dificultaba el avance de los automóviles y la noche se echaba encima, así que la comitiva decidió regresar a Málaga. En el Camino Nuevo se detuvo en el colegio de Barcenillas donde, según unos, fue invitado a té y, según otros, a un «espléndido lunch» y aseguran que «el rey comió con buen apetito». Yo ni quito ni pongo pero, conociendo la austeridad de las monjas, me inclino más por lo primero.
El rey se embarcó rumbo a Barcelona a las siete y cuarto de la tarde, tras dejar un donativo a la ciudad de 8.000 pesetas.
Así la refirió el diario conservador La Unión Mercantil. El Popular la llamó «visita relámpago» y destacó el poco tiempo que el rey empleó en recorrer las calles con los malagueños, frente a las seis horas que estuvo en la Catedral, la Aduana, la carretera de Colmenar o Barcenillas. El periodista continuaba: «No creemos que el rey haya podido tomar juicio exacto asomándose a cuatro bocacalles de aquende y allende el río».
Para la prensa más crítica, el objetivo de la visita regia debía ser que el monarca se percatase de la grandiosidad de la catástrofe y de la necesidad que había de desviar, canalizar o empantanar el río Guadalmedina.
En fin, esto se acabó. Me tocó a mí el último capítulo de los cincuenta que Víctor Heredia y yo hemos preparado para los lectores de SUR este verano. Los dos queremos agradecer desde estas líneas la oportunidad que este diario nos ha brindado y la buena acogida que han tenido entre sus lectores nuestras pequeñas historias de Málaga.
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