Víctor Heredia
Viernes, 11 de agosto 2023, 00:13
Hace unos días escribíamos en esta misma sección del Café Universal, que durante años ocupó el local situado entre las calles Méndez Núñez, Granada y ... Niño de Guevara. Luego en este lugar estuvo la veterana tipografía y litografía de Ramón Párraga, fundada en 1857, que de aquí se trasladó ala calle Molina Lario. Pero la actividad comercial que durante siete décadas definió el ambiente de esta esquina fue la de los primeros almacenes que existieron en Málaga con un sentido moderno. Y lo fue hasta tal punto que, para los cofrades, el giro entre las calles Granada y Méndez Núñez ha sido conocido como «la curva del Águila».
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El recinto del Café Universal fue dividido en tres partes. En la esquina de Granada con Niño de Guevara se estableció el negocio de José Polonio Rivas, dedicado inicialmente a la venta e instalación de aparatos de gas y que en los años veinte se reorientó como comercio de loza, cristal y juguetería. Al lado se instaló la Droguería Universal y en la esquina con Méndez Núñez abrió sus puertas la tienda de los Almacenes El Águila.
La publicidad de esta cadena de almacenes populares afirmaba que había sido fundada en 1850, aunque otras fuentes retrasan su creación a 1860. Surgió en Barcelona como una sastrería por iniciativa del empresario, economista y político catalán Pedro Bosch y Labrús (1827-1894). La primitiva sastrería amplió su actividad mercantil a la confección de ropas hechas, contando con una fábrica propia, y se extendió territorialmente con tiendas en varias ciudades españolas, ya bajo la razón social de Bosch Labrús Hermanos. En 1921 la cadena contaba con locales en Alicante, Almería, Barcelona, Bilbao, Cádiz, Cartagena, Gijón, Granada, Madrid, Palma de Mallorca, Santander, Sevilla, Valencia, Valladolid y Zaragoza. Y Málaga, por supuesto. Se añadiría más adelante otra sucursal en Murcia. Según el cónsul de Estados Unidos en la ciudad condal era la red de tiendas más importante del país.
El modelo de los grandes almacenes, que llegó tardíamente a España desde Europa y Estados Unidos, revolucionó el comercio gracias al aumento de la producción industrial, el crecimiento de la población urbana, la formación de una cierta clase media con poder adquisitivo y la implantación de nuevas técnicas de ventas más dinámicas. En algunas poblaciones El Águila construyó edificios que fueron hitos arquitectónicos de sus respectivas ciudades. En Palma, Sevilla y Zaragoza se instaló en edificios modernistas, estratégicamente situados junto a la Plaza Mayor (1908), en la calle Sierpes (1910) y en la calle Alfonso I (1916), respectivamente. En Valencia se ubicaba en la calle de la Paz, en Granada en la Gran Vía y en Madrid en la calle Preciados, en un inmueble que compró en 1939 Ramón Areces para instalar la primera gran tienda de El Corte Inglés. La casa central de Barcelona, que primero estuvo en la Plaza Real, se trasladó en 1925 a un espectacular edificio entre la plaza de la Universidad y la calle Pelayo, que estaba coronado por una cúpula rematada por una gran águila de bronce.
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La sucursal malagueña se inauguró el 6 de noviembre de 1903. Se anunciaba en la prensa local como un bazar de ropas hechas, aunque también ofrecía servicio de sastrería. La empresa Bosch Labrús daba mucha importancia a la publicidad, que ocupaba amplios espacios en los periódicos, destacando las ofertas de cada temporada. Se insistía en el pago al contado y en los precios fijos, que estaban marcados en las etiquetas de las prendas. Además se editaban varios catálogos ilustrados anualmente para facilitar la compra a distancia. Procuraba atender a un público amplio con productos de diversas calidades.
Cuando El Águila abrió su tienda en 1903 ya existían en la ciudad varios comercios que se dedicaban a la venta de ropa hecha, aunque lo común seguía siendo la venta de tejidos para la posterior confección de las prendas por cuenta propia o en sastrerías y modistas. Félix Sáenz, que todavía no había hecho su emblemático edificio, se publicitaba como grandes almacenes de tejidos, con un extenso surtido de géneros, y ofrecía el servicio de sastrería. Los otros vendedores de tejidos al por mayor eran Hijos de Álvarez Fonseca y Gómez Hermanos, los dos en la calle Nueva, y Francisco Masó, en la calle Martínez. Un comerciante de telas autóctono, Salvador Ramos, tuvo una respuesta inmediata a la competencia foránea. Por un lado, rebautizó su negocio de la calle Nueva como El Águila Real, con una publicidad similar a la cadena catalana y anunciándose como grandes almacenes de tejidos y ropas hechas con una rebaja del 40%.También abrió una tienda dedicada a la venta de ropas hechas en la acera de enfrente de la misma calle Granada, que se titulaba El Águila Chica.
El comercio se organizaba en departamentos especializados: camisería, corbatas, artículos de viaje, paraguas y sombrillas, zapatería, peletería, guantería, sombrerería, bastones, géneros de punto, objetos para regalo y bisutería. En los años veinte se anunciaba la venta de «equipos completos para foot-ball». Francisco Bejarano describía con guasa El Águila como «esa benemérita institución dedicada a la crianza de maniquíes». Con el paso del tiempo fue ampliando y variando la oferta de artículos, siguiendo siempre el modelo de exposición y venta de los grandes almacenes, a pesar de que el local era reducido para recibir ese nombre.
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En los años cincuenta la cadena fue comprada por el magnate Julio Muñoz Ramonet, que se había enriquecido con el estraperlo de algodón durante la postguerra. No pudo evitar la decadencia de este modelo de almacenes populares, que acabó quebrando en 1976. La sede de Barcelona desapareció en un incendio, al parecer intencionado, en 1981. La sucursal malagueña cedió su espacio a una entidad de ahorro, la Caja Postal en la que tantas cartillas de estudiantes se abrieron para poder cobrar las becas.
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