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maría teresa lezcano
Sábado, 25 de mayo 2019, 23:53
Tal día como hoy nacía John Wayne, quien encarnaría el arquetipo del hombre del oeste bajo la dirección de John Ford, y moría Edmundo I de Inglaterra, hijo de Eduardo el Viejo, que en realidad era joven aunque menos que Eduardo el Mártir.
Veintiséis de ... mayo de 1907, Winterset, estado de Iowa. Nace Marion Robert Morrison, que antes de mutar nominativamente en John Wayne ya era apodado «el duque» debido a su infantil fraternidad con su Airedale terrier llamado Little Duke. Sería su descubridor profesional, el director de cine Raoul Walsh, quien le otorgaría artísticamente el apellido Wayne en homenaje al general de la Guerra de Independencia estadounidense Anthony Wayne, y el nombre de pila de John para sustituir a un Marion que a la estela hollywoodense le sonaba demasiado limítrofe con la androginia, hasta ahí podíamos llegar.
Ya adecuadamente seudonimizado, Wayne encarnaría el arquetipo del hombre del oeste bajo las reiteradas órdenes de John Ford, al tiempo que simultaneaba los rodajes de westerns con el apoyo político a su amigo Ronald Reagan, quien por aquellas fechas se postulaba a la gobernación californiana y hasta soñaba con la presidencia de toda Norteamérica que esta le serviría en bandeja republicana unos años más tarde.
Se iba entusiasmando asimismo Wayne, que al parecer no quedaba saciado con los tiros que disparaba en los rodajes, en desenfundar todo lo desenfundable en la genuina Asociación Nacional del Rifle, de la cual fue un miembro destacado al igual que su colega disparador Charlton Heston, con quien competía para ver quién la sacaba antes, léase la carabina de repetición o la pistola Derringer, obviamente. Había ya conseguido Wayne el récord de la mayor cantidad de papeles protagonistas de la historia del cine cuando la parca lo segó de lleno, en un duelo en el que el actor no tenía la menor posibilidad de vencer ya que, mientras rodaba «El conquistador de Mongolia» en una zona del desierto de Utah aledaña a un campo de pruebas nucleares cuando lo nuclear aún mostraba una sonrisa inocua, fue inicuamente expuesto a radiactividad mientras él jugaba inconscientemente en los descansos fílmicos con un contador Geiger.
Más de cuarenta integrantes del equipo de filmación de 'El conquistador de Mongolia' morirían a su vez de cáncer por probable radiación, incluyendo a la coprotagonista del film, Susan Hayward, y al actor mexicano Pedro Armendáriz. Oh, Duke.
Novecientos sesenta y un años antes del nacimiento iowense de John Wayne, moría en Wessex Edmund I de Inglaterra, cortésmente definido como el Magnífico por su brío en el campo de batalla. Era Edmundo hijo del rey Eduardo el Viejo, que en realidad era joven aunque fue talmente apodado a modo póstumo para diferenciarlo de Eduardo el Mártir, que era aún más joven, a la par que hijo de Edgar el Pacífico, quien era harto beligerante e hijo a su vez de Edmundo el Magnífico y, por si no ha quedado del todo claro, lo que esta ecuación coronada revela es que el Mártir fue nieto de el Magnífico.
Iba por tanto ejerciendo Edmundo I su real función, peleando por Northumbría y las Tierras Medias cuando tocaba; conquistando el Reino de Strathclyde cuando le dejaban; supervisando el renacimiento de los monasterios católicos cuando se levantaba más papista que el papa, y así hasta que un buen día, hallándose en Pucklechurch, que es una villa cercana a la frontera con Gales, el soberano y su séquito organizaron una verbena medieval de las buenas, con jabalíes asados por doquier y vino especiado a discreción.
Y tan feliz y tan magnífico se sentía Edmundo el Magnifico que le escupió a un ladrón exiliado, de nombre Leofa, que pasaba por la fiesta en busca de algo susceptible de ser afanado. Escupido Leofa, este reaccionó regular tirando a mal, de tal manera que se armó la de Dios es Cristo o más bien la de Edmundo es magnífico, y acogotó letalmente el ladrón al rey, antes de ser a su vez no menos letalmente acogotado por los hombres de su Majestad. La verbena acabó con Leofa, además de escupido, cadaverizado en tierra baldía y con Edmundo magníficamente acapillado en la Abadía de Glastonbury y vecino por tanto, al decir de la leyenda autóctona, del mismísimo Arturo de Camelot.
Ya convenientemente acomodado el muerto real en el hoyo monumental, llegó el no menos real vivo al bollo palaciego, siendo el bollo el gótico perpendicular de la ciudad de Bath y el vivo Edgar el Pacífico, quien además de heredar los territorios patrios se apresuró en invadir también los de su hermano Edwyn el Bello, quien era asombrosamente feo, y no sin antes haber raptado y violado a Wulfrida, abadesa del convento de Winton, la cual, previo parto de la hija del Pacífico y de la propia y posterior muerte, sería canonizada con todos los honores canonizables. También la hija del Magnífico y y de la abadesa alcanzaría, llegado el momento, la preciada canonización. Será por cánones.
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