Secciones
Servicios
Destacamos
Salvador Valverde Gálvez
Domingo, 3 de mayo 2020, 02:15
En la edición del 27 de julio de 1862 del rotativo El Avisador Malagueño, en la sección Gacetillas que llevaba a cabo Francisco López, apareció una sorprendente y a la vez trágica noticia que hoy día aparecería posiblemente en portada de prensa local: «El viernes (25 de julio) sucedió una horrible desgracia. Un pobre trabajador de una de las fábricas salió a bañarse en las playas de San Andrés, cuando se vio acometido por un gran pez, al «parecer tiburón o marrajo» que lo destrozó completamente comiéndose una pierna hasta el nacimiento del muslo. Una lancha de pescadores que pasaba corrió a prestarle auxilio, consiguiendo sacarlo, pero en tal estado que a poco falleció. Menester es que estén en guardia los bañistas, tengan pues mucho cuidado, y sobre todo no bañarse fuera del puerto, donde es probable no entren tan cariñosos animalitos».
Ante la duda del cronista si pudo ser un tiburón o marrajo (de la misma familia que el gran tiburón blanco con un tamaño entre 4 y 4,5 metros y 750 kg. de peso aproximadamente), evidentemente, por la seria mutilación sufrida, se puede confirmar que no fue precisamente una pintarroja la causante de la desgracia. Eso sí, al ser familia de los escuálidos es motivo para que, a partir de ese día, a los familiares más cercanos de la víctima se les quitaran las ganas de comer pescado en adobo de citada especie el resto de sus vidas, aunque el hambre apretara.
Podemos observar en la croniquilla la advertencia que da a los bañistas con estos tan «cariñosos animalitos», porque aunque parezca difícil de creer, según José Luis Estrada y Segalerva en sus Efemérides Malagueñas, el día de antes sucedió lo mismo. Eso sí, con otra persona diferente: «Bañándose un joven frente a la fábrica de Giró, fue acometido por un pescado. Acudieron varias lanchas y lo extrajeron con una pierna menos, falleciendo poco después. Al día siguiente se repitió la desgracia con otro joven, que se bañaba en las playas de San Andrés» (suceso expuesto anteriormente).
No se han encontrado ejemplares de prensa conservados que, como se refiere Estrada y Segalerva, narren esta primera muerte por ataque de un tiburón en aquel verano. De producirse, tuvo lugar en la playa de La Malagueta. Allí estaba la fábrica de pudelaje El Ángel desde 1841, cuyo propietario, como bien dice el reputado escritor malagueño, era Juan Giró.
La repercusión fue acorde con los sucesos. Francisco López plasmó el pánico existente en varios números de El Avisador Malagueño:
29 de julio de 1862:
«La hazaña del tiburón ha retraído a muchas personas, algo miedosas, de los baños del mar. Nosotros, así como creemos que sería una locura que podría acarrear malas consecuencias el bañarse en las mismas playas donde apareció el animalito, creemos también que no ha de venir este a las albercas de Diana o de la Estrella. Sin embargo, si a pesar de esto han de estar azorados, que no se bañen y será mejor».
30 de julio de 1862:
«Es muy remoto que ningún tiburón entre en el puerto y mucho menos en los parajes donde se hallan establecidos los baños de mar, pero de cualquier modo está bien la medida adoptada en los de Diana de tener vigilando constantemente una lancha tripulada al frente de los mismo baños, pues esto llevará la tranquilidad al ánimo de las personas pusilánimes».
Al ser habitual en esos días los infortunios en el mar a causa de los tiburones, hicieron que, incluso si sucedían de otro tipo, se especificaran que no eran debido a estos «pececitos» con colmillos afilados. Un ejemplo lo tenemos en el número del 1 de agosto de 1862:
«Otra desgracia en los baños de mar y no por los tiburones. En la tarde del lunes último se bañaban cinco jóvenes en la playa frente a la torre de Moya, partido de Benajarafe, entre Málaga y Vélez-Málaga a distancia de dos leguas y media de ambas poblaciones, y una de aquellas se internó demasiado, y hallando dificultad para salir se asió de otra, que era hermana suya, ahogándose una de ellas de 11 años y siendo extraída la otra que tiene 15, muy mal parada, la que seguía el martes de bastante gravedad. Les fueron prestados auxilios casi instantáneos por los tripulantes de una barquilla que por allí pasaba, pero desgraciadamente, como hemos dicho, todo fue inútil para una de ellas».
La precaución no beneficiaba a los baños de mar de entonces. Se temía una reducción considerable de la clientela debido a los trágicos acontecimientos. El propietario del baño de mar Diana, como medida para que se siguiera confiando en sus tranquilos perímetros de agua salada, hizo lo que se publicó en El Avisador Malagueño el 2 de agosto de 1862:
«El dueño de los baños marítimos de Diana va hacer colocar una gran valla o verja de hierro a regular distancia de los cajones. No puede llevarse a más extremo el deseo de contentar al público, y bajo este punto de vista, sobre todo, es muy laudable esta determinación, pero aun sin ella no hay peligro alguno. Así lo ha comprendido sin duda la generalidad, cuando siguen bañándose gran número de personas, entre ellas muchas familias de las provincias limítrofes del interior».
Pero, ¿realmente se tranquilizaron los bañistas? Parece ser que no porque El Avisador Malagueño del 3 de agosto de 1862 publicó incluso que no había peligro en meterse en el agua de los establecimientos de baños de mar. Eso sí, no recomendaba zampullirse en el de las playas: «Continúa el retraimiento a los baños de mar a causa del incómodo huésped que ha tenido la humorada de venir a pasear por estas costas, y el cual parece que no ha tenido todavía a bien separarse de ellas. Está bien la prudencia; sin embargo, bueno será que no raye en pusilanimidad, pues sobre todo en los establecimientos de Diana y la Estrella no se corre riesgo alguno, y sí provecho en temblar algo nuestros abrasados cuerpos. Al agua pues, pero no en la playa todavía».
Cuando el asunto estaba más calmado y durante días no se publicaron noticias de tiburones, parece ser que estos se hicieron nuevamente visibles en el litoral. Francisco López lo reflejó con cierta ironía y buen humor en El Avisador Malagueño:
12 de agosto de 1862:
«Se dijo anteanoche que había centinelas en la playa para impedir que se bañasen, por haberse visto de nuevo el tiburón o tiburones hacia Torremolinos. No sabemos lo que habrá en esto de cierto, pero es seguro que los tales animalitos han venido este año a enturbiar el placer de los bañantes en estos días calorosos».
13 de agosto de 1862:
«Mientras los tiburoncitos buscan afán un sabroso pasto a su voracidad, ellos lo están siendo de todas las conversaciones, particularmente entre los muchos aficionados a bañarse. Ya no es uno, ni dos, sino que hay quien los ha visto por manadas; y según relato de pasajeros del vapor último lo menos doce tiburones (una división entera) vinieron rodeando a aquel por si había un descuido. Por lo demás este es un beneficio para los establecimientos de baños dulces».
La crónica del 17 de agosto de 1862 confirmaba que el asunto se estaba poniendo bastante serio (si no lo era ya con las dos muertes), pues las autoridades de la Marina tomaron importantes medidas para intentar acabar con los tiburones si se atrevían a asomar sus aletas:
«Para completa tranquilidad de los bañistas y a fin de alejar de ellos todo temor sobre la posibilidad de que el tiburón o tiburones puedan entrar en el puerto o aproximarse mucho a la playa, vamos a noticiarles las diferentes medidas tomadas por las autoridades de Marina para pescarlos. Se ha tendido una red cazonal en varias direcciones, hallándose hoy desde el Espigón de Guadalmedina por el O., y se va a colocar de un Espigón a otro dejándola fija algunos días. Esta red es trasmallada y completamente nueva, de piole, muy fuerte. Además se han tendido varios anzuelos con cadenas en varias direcciones, algunos bastante fuera y aboyados y con carnadas diferentes. Habiendo salido por repetidas veces lanchas pescadoras, con anzuelos, cocles, bercas, especie de arpones. Las compañías de Vázquez han mandado sus lanchas los días 29 y 30 de julio y 8, 9, 10, 11, 12 y 13 del corriente, y se continúa en la pesca con arpones, anzuelos de cadena con carne salada, tocino etc. Y de remolque por la popa unos pantalones blancos. Las lanchas de Serrano han salido desde el 29 del pasado al 13 del corriente, y continúan con las mismas artes expresadas, y una cubela de sangre del matadero. En lo general todos los pescadores van preparados con los artes necesarios para el caso de dar con este pez».
La crónica siguiente de El Avisador Malagueño del 19 de agosto de 1862 da a entender la sugestión general por la situación. El estado de pánico de la población a causa de los tiburones ocasionó situaciones cómicas: «Visiones del miedo. Es el caso que con lo del tiburón de marras hay quien ve tiburones en todas partes y la picadura de un pez de rey y otro pececillo cualquiera se gradúa por un rasguño cuando menos de aquel monstruoso animal, que se cree ver en las olas y aun en las mismas ropas menores de los bañistas. La otra noche estaba enjuagando una camisa de baño una pobre doncella, y al ver flotar y levantarse henchido por el aire el extremo de aquella y negrear por la arena que había tomado, se espantó de tal manera que dejó ir la camisa y no paró de correr hasta que contenida por una amiga suya pudo serenarse algún tanto y vestirse; pero sin que nadie pueda persuadirla de que lo que vio no era más que dicha camisa, pues ella afirma que lo blanco era la barriga, lo negro el lomo, y que vio la terrible caja de dientes en su enorme boca. De esto habrá mucho y no poco de patraña en lo demás de lo que se cuenta ya por miedo ya por gusto de tener en alarma con el tal bicharraco. Buena es la prudencia; pero no tanta que raye en inmoderado miedo y excesiva creencia».
La vuelta a la tranquilidad se confirmó el 21 de agosto de 1862. Al menos a modo de gacetilla firmada, como no, por Francisco López para el más que renombrado rotativo malagueño: «Parece que los tiburones han tenido la amabilidad de dejar estas aguas; al menos hace días que nadie los ve ni da noticias de ellos. Será de desear que no caigan en la tentación de visitarnos de nuevo».
Pues parece ser que, al menos al final de ese verano, fue así, porque no se han encontrado más crónicas relacionadas con tiburones. Eso sí, año tras año hay noticias y pruebas audiovisuales de avistamientos de escuálidos en el litoral mediterráneo español. Deseamos que nunca se repitan acontecimientos trágicos como los del verano de 1862 en Málaga.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.