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Lo auxiliaron unos pescadores de caña. El hombre, que trabajaba como vigilante de seguridad en la garita de una urbanización de lujo de Estepona, acababa de recibir una paliza a manos de un grupo de encapuchados, que lo redujeron a golpes para campar a sus anchas y dedicarse a asaltar chalés sin interferencias. Le colocaron sus propios grilletes y lo encerraron en un cuarto del recinto.
Cuando consiguió liberarse, al cabo ya de un rato, corrió hasta la playa. Los pescadores llamaron al 091 de la Policía Nacional para pedir ayuda al ver el estado en que se encontraba. Lo que no imaginaba la víctima, ni los pescadores ni los agentes es que los autores de aquella paliza eran, presuntamente, vigilantes de seguridad privada que se habían pasado al otro lado de la ley.
La operación policial se ha saldado con tres detenidos -todos ellos vigilantes- que habrían conformado la banda que aquella noche asaltó dos chalés de lujo de Estepona. Aunque los hechos sucedieron en agosto, la investigación, a cargo de la Brigada de Policía Judicial de la localidad costasoleña, ha culminado ahora.
Tras entrevistarse con el vigilante agredido, los agentes acudieron a la urbanización donde trabajaba. Al revisar las cámaras de seguridad, comprobaron que su relato era fiel a la realidad. Los asaltantes, embozados y provistos de armas, lo sorprendieron en la garita y lo agredieron hasta inmovilizarlo con sus propios grilletes.
En ese momento, los policías no tenían forma de saber en qué casas habían entrado. Tras peinar la urbanización, localizaron dos viviendas que habían sido forzadas esa noche. Una de ellas estaba deshabitada en esas fechas, ya que sus propietarios se encontraban de viaje en el extranjero. Los ladrones se apoderaron de numerosas joyas que posteriormente fueron valoradas por los dueños en más de 70.000 euros.
La segunda vivienda, en cambio, sí debía estar ocupada por un matrimonio belga que, como atestiguó el vigilante agredido, no había salido esa noche a ninguna parte. Los agentes accedieron al inmueble y recorrieron uno a uno todos los cuartos. No había nadie. También comprobaron que no había habitación del pánico donde pudieran estar refugiados. Nada. Se habían esfumado.
Al cabo de unos minutos los encontraron. El matrimonio estaba subido a un tejado de la urbanización. Habían trepado hasta ahí aterrorizados por el asalto que acababa de sufrir y por miedo a que los delincuentes decidieran volver a por ellos. Según contaron a los investigadores, los asaltantes los maniataron y se apoderaron de dinero y de sus tarjetas de crédito.
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