Solo faltaban unos minutos para las cinco de la madrugada. Aquella noche, como tantas desde hacía un año y medio, Ismail K. la pasó a bordo del Opel de color negro en el que trabajaba como conductor para la empresa Bolt. Un mensaje a través ... de la aplicación le avisó de un nuevo servicio en la calle Burgos de Fuengirola a las 04.44 horas. Él aceptó.
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En la dirección indicada le esperaba una pareja. La chica, quien había solicitado el viaje a través de su cuenta, se sentó en uno de los asientos traseros del vehículo. Su novio, con el que había iniciado recientemente una relación –se habían conocido dos semanas antes en un tratamiento psiquiátrico– rodeó el coche y se paró junto a la puerta del conductor.
El joven, sin mediar palabra, sacó –presuntamente– dos cuchillos que llevaba ocultos en el pantalón. A partir de ahí, el horror.
El chófer de Bolt, al saber que su vida estaba en peligro, se desabrochó el cinturón y se apeó del Opel en un intento desesperado de ponerse a salvo. No lo consiguió. Aquel hombre, a quien probablemente no había visto jamás, le dio alcance por la espalda mientras corría, lo que provocó su caída al suelo.
46 puñaladas acabaron con su vida de manera fulminante.
Esa noche, la del 22 de junio de 2023, él fue el segundo conductor de Bolt que recibió esa petición de viaje a través de la aplicación. Adrián (35 años), el presunto asesino, y su novia, habían estado cenando en una casa y más tarde pasaron a las copas. Según el relato de la chica, se bebieron dos botellas de vino y otra de Martini. Al terminarlas, pidieron un VTC para ir a una tienda a por más alcohol.
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El primer chófer aceptó el servicio sobre las 04.35 horas, pero estaba muy adormilado. Llevaba un rato echando una cabezada en el vehículo, mientras le salía un nuevo viaje, y el sueño le venció de nuevo en cuanto puso las llaves en el contacto del turismo, sin llegar a arrancar. Posiblemente, eso fue lo que le salvó.
Se despertó con una llamada de la cliente a la que había dejado esperando, aunque quien hablaba era un varón. Primero se interesó por saber si estaba bien, pero luego cambió su tono. «Gilipollas, tú tocas a mi novia…», le dijo hasta en dos ocasiones, según declaró el chófer en sede judicial. «Tú tienes huevos, lleva armas encima, prepárate», añadió. El hombre colgó y rechazó el servicio.
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El siguiente que lo aceptó fue Ismail. La víctima mortal, de 44 años, era natural de Tetuán, de donde emigró a España años atrás en busca de oportunidades y una vida mejor para su familia. Consiguió un permiso de residencia y se dedicó a trabajar con la esperanza de traerse pronto a su mujer y su hijo pequeño, que seguían viviendo en Marruecos. Ya había iniciado el procedimiento de reagrupación familiar.
Ese futuro quedó truncado aquella madrugada, cuando su vida se cruzó con la de Adrián, su supuesto asesino, cuya historia también había sufrido un revés hacía varios años. De ello da cuenta su historial clínico, con cientos de páginas que resumen algo más de una década marcada por los ingresos en instituciones mentales.
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Su novia, a la que conoció durante un tratamiento en un hospital de Málaga, salió aterrada del Bolt en cuanto vio que Adrián empezaba a atacar a Ismail. Se escondió entre dos vehículos y llamó al hermano de su pareja para contarle lo que acababa de presenciar.
A las cinco, una llamada al CIMACC 091 avisaba a la Policía Nacional de que una persona necesitaba asistencia médica tras haber sido acuchillada en la calle. Al llegar a la citada dirección, los agentes encontraron a Ismail tendido en el suelo y un abundante charco de sangre a su alrededor. No tenía ni pulso ni respiración.
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El conductor, como certificó la autopsia, presentaba 46 lesiones inciso punzantes producidas por arma blanca. Algunas de ellas, principalmente las de las extremidades, las habría sufrido al intentar defenderse. De acuerdo con el informe de inspección técnico policial, es probable que varias de las puñaladas fueran asestadas cuando ya había fallecido.
A ocho metros de su cadáver estaba el vehículo de Bolt, que permanecía estacionado en medio de la carretera y con las luces de emergencias activadas. Los funcionarios se acercaron a comprobar si en su interior había algún testigo de lo ocurrido.
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Uno de los efectivos, al asomarse a la ventana del copiloto, vio al supuesto responsable de la muerte violenta sentado en el asiento del conductor. Tenía la camiseta y las manos completamente ensangrentadas. Los policías se percataron de que empuñaba dos cuchillos y, presuntamente, empezó a realizarles gestos amenazantes.
Los funcionarios sacaron las pistolas reglamentarias e intentaron varias veces que depusiera de su actitud y tirase las armas. El joven, cada vez más nervioso, saltó a los asientos traseros y bloqueó las puertas para atrincherarse en el Opel.
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Dada la situación, los agentes solicitaron refuerzos y otras tres patrullas se sumaron a la intervención. Así dio inicio un dispositivo en el que los efectivos bloquearon todas las salidas del coche, a excepción de la puerta del conductor, impidiendo de esta forma una posible fuga o que el sospechoso pudiera herir a los agentes.
Ante la negativa de Adrián a obedecer, los policías finalmente fracturaron una de las ventanas y vaciaron en el interior del coche un spray de defensa. Sólo entonces el joven cedió y arrojó las armas al suelo, tras lo que los funcionarios lo sacaron a través de la misma abertura, siendo inmediatamente inmovilizado y detenido.
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Los efectivos localizaron en el coche los dos cuchillos de cocina –ambos impregnados con sangre y de hojas de unos 20 centímetros– con los que el investigado supuestamente salió de su casa.
En dependencias policiales se le realizó un reconocimiento forense. La conclusión del médico fue que presentaba un brote psicótico y sus capacidades cognitivas y volitivas disminuidas. Así lo acreditó también el informe del centro hospitalario en el que recibía tratamiento por un trastorno esquizoafectivo y de conducta en relación a tóxicos.
Dos días después del crimen, Adrián pasó a disposición del Juzgado de Instrucción número 3 de Fuengirola, el que se encontraba en funciones de guardia. El sospechoso confesó el ataque con armas blancas, aunque se mostró convencido de que el hombre había sobrevivido.
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«Lo hice por susto, por miedo, por protegerme», aseguró. De acuerdo con su testimonio, le había dado «mala sensación» al conversar con él por teléfono –aunque no fue con Ismail con quien habló– y salió a la calle con los dos cuchillos porque temía por su vida y la de su pareja.
El investigado sólo se rompió en el momento en que la magistrada le preguntó qué le ocurría, refiriéndose a su estado de salud mental. «¿Qué me pasa? Que estoy putísimamente triste», respondió, incidiendo en que lo único que necesitaba era «cariño».
Su primer ingreso en una institución psiquiátrica data de mediados de 2011, en Francia. En el momento de los hechos, recibía tratamiento y se encontraba bajo el seguimiento de los profesionales de la unidad mental de Fuengirola. También había pasado por centros de deshabituación de tóxicos.
Adrián vivía solo y, aunque percibía una pensión no contributiva, solía tener dificultades para afrontar gastos cotidianos, como la luz y el agua. Únicamente contaba con el apoyo de su padre –su madre falleció–, quien se encontraba completamente sobrepasado, ya que tiene otro hijo con trastornos mentales. Su progenitor ya había solicitado su curatela (una medida de apoyo para personas que no cuentan con plena capacidad y requieren de asistencia continuada) para los asuntos económicos y médicos.
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La vida del supuesto asesino hacía tiempo que se había sumido en una espiral a causa de su enfermedad, agravada con los años y el consumo de sustancias. Ahora pasa los días en el Centro Penitenciario Psiquiátrico de Sevilla, a la espera de ser juzgado por el crimen de Ismail.
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