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Se llamaba Javier Quintana, tenía 54 años y era cabo de la Guardia Civil. Este sábado perdió la vida en un trágico accidente cuando se dirigía en motocicleta al puesto principal de Rincón de la Victoria, a apenas unos 500 metros de su destino. Su muerte ha causado conmoción y ha dejado de luto al Instituto Armado y al municipio en el que llevaba más de dos décadas prestando servicio, pero también a Valdepeñas (Ciudad Real), de donde era natural.
Quintana era el mayor de cinco hermanos y fue el primer agente de su familia. Sólo tenía 17 años cuando vistió por primera vez el uniforme verde. Así lo explica su hermano Antonio, quien apunta a que su vocación se remonta a la tierna infancia, cuando ya jugaba a perseguir a delincuentes en el cuartel de Benemérita de su tierra de la mano de un «amigo del alma», quien era hijo del Cuerpo.
Así, siendo apenas un joven, aterrizó en el servicio militar como auxiliar de la Guardia Civil, una decisión que marcaría su vida. Precisamente, fue en su primer destino, en Torremolinos, donde conoció a Elisa, su compañera de vida, con quien ha tenido tres hijos: Víctor, de 27 años; Mario, de 21 y Lucía, de 13.
Nada más finalizar la instrucción en la academia de Úbeda se volvió a enamorar, pero esta vez de la sierra, al llegar al Equipo de Rescate e Intervención en Montaña (EREIM) de Ezcaray (La Rioja). «Disfrutó muchísimos esos años», asegura Elisa. Precisamente, recuerda que una de las mayores satisfacciones que tuvo en el Cuerpo fue que, junto a sus compañeros Jesús Chaparro y Julio Torres, impulsaron la creación del GREIM (Grupo de Rescate Especial de Intervención en Montaña) en Valdezcaray, en la Sierra de la Demanda riojana.
Tras formarse como cabo, Quintana fue trasladado a Caminomorisco (Cáceres) y, más adelante, a Ponferrada (León), donde prestó su servicio en el Destacamento de Tráfico, en la especialidad de Atestados. Su siguiente destino, Rincón de la Victoria, fue el definitivo y en el que desarrolló la mayor parte de su trayectoria profesional, en la que cosechó numerosas felicitaciones.
Entre otras actuaciones, el agente fue reconocido por su papel en la intervención de un alijo de más de 300 kilos de hachís en la playa. «Se metió solo por la noche, con otro compañero, al ver que estaba habiendo un desembarco de droga; se puso a pegar tiros al aire mientras avisaba a los compañeros, porque si veían que estaba solo podían ir a por él», detalla su hermano. Aquella intervención se cerró con una treintena de detenidos.
Pero lo que de verdad le gustaba, sostiene su entorno, era ayudar al ciudadano de a pie. «Se volcaba», coinciden. La familia recuerda un caso en el que un joven amenazaba con precipitarse por un puente y cómo el cabo lo impidió permaneciendo a su lado y hablando con él para convencerle de que no había nada que no tuviera solución. «El muchacho se salvó», dicen con orgullo.
Además del Cuerpo, Quintana tenía otras dos pasiones: la primera y principal era su familia; y, la segunda, el deporte. «Se desvivía por nosotros, por sus hijos, por sus padres y sus hermanos», sostienen. De hecho, cada vez que podía subía a Valdepeñas para estar con los suyos. La actividad física era su otro motor. Últimamente se había aficionado especialmente al pádel, aunque lo mismo disfrutaba de una ruta senderista que de un torneo de fútbol.
Sus compañeros del Instituto Armado, que todavía se encuentran consternados por la pérdida, recuerdan a Quintana como un profesional y un amigo «leal», siempre dispuesto a remar por el equipo y a sacrificarse por los demás. Prueba de ello, ejemplifican, era su prisa por llegar al cuartel con el objetivo de que los agentes que estuvieran de saliente pudieran irse unos minutos antes a casa.
Quintana perdió la vida en un siniestro de tráfico ocurrido a mediodía de este 20 de julio, sobre las 14.05 horas, cuando el cabo apenas estaba a 500 metros del cuartel, a donde se dirigía para trabajar. Sucedió en la avenida de la Axarquía, en la zona de Torre de Benagalbón, donde se produjo una colisión frontolateral entre la moto en la que él circulaba y un turismo. Las causas todavía están siendo investigadas por la Policía Local de la localidad.
Su recuerdo, sin embargo, permanece vivo. Tanto entre sus familiares y compañeros, como entre los agentes municipales, bomberos y personal del resto de servicios de emergencias, así como en la población, con la que tanto se involucró. Aquel niño que jugaba a ser guardia civil y fue fiel a su vocación, como aseguran, deja una huella «imborrable».
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