Maribel vio salir por la mañana a su vecina Paquita y a la chica que se ocupa de las tareas de la casa. Justo después empezaron los golpes. Muchos, muy fuertes, como si estuvieran demoliendo una pared y rompiendo cristales. «Qué raro, no me han dicho que estuvieran haciendo reformas en casa», pensó. No se equivocaba del todo, porque alguien estaba reduciendo a escombros el piso de Paquita y Casimiro en Fuengirola, pero no precisamente con la intención de rehabilitarlo.
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Era mediodía del pasado martes 4 de febrero. Maribel decidió agarrar el teléfono y llamar a la empleada del hogar que se ocupa desde hace años del matrimonio. «Oye Emi, ¿qué pasa en tu casa? Estáis de reformas?». Ella respondió que no, que acababa de salir para hacer unas compras y no había nada raro. Que Casi, como llaman cariñosamente al dueño, un octogenario jubilado del Ejército que sufre Parkinson -inicialmente, los policías creyeron que tenía Alzheimer-, se había quedado con el chico nuevo, un colombiano de 37 años encargado de cuidarlo.
Maribel lo dejó estar, pero sólo por unos minutos. «Empezó a caer mucha agua, tanta que mi hija tuvo que echar los toldos. Al principio pensamos que estarían regando, pero no tenía sentido, porque había estado lloviendo dos días», reflexionó la vecina a la velocidad del rayo. Y ahí que agarró otra vez el teléfono y marcó el número de Emi. «No te imaginas la cantidad de agua que está cayendo del piso...», le anunció.
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La empleada del hogar telefoneó al chico colombiano que cuidaba a Casi. «No hacía más que decir 'señora Emi, no le escucho, señora Emi, no le oigo'. Se estaba haciendo el tonto», explica Maribel. Entonces, el individuo abrió la puerta y se marchó.
Cuando Emi volvió del mercadillo y entró en la vivienda, pidió a Maribel que llamara a la policía. «Lo han roto todo...», le dijo. Ella casi no atinaba a marcar el 091 de los nervios y empezó a preguntar con insistencia por el «abuelo», al que no veían por ningún lado. Segundos después lo encontraron «en un rincón entre los escombros, tiritando de frío y con un corte en la mano», expresa Maribel.
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Nadie sabe aún con certeza -el cuidador no ha declarado ni en comisaría ni en el juzgado- por qué destrozó todo el mobiliario de la casa, los sanitarios, la vajilla... Paquita se sigue lamentando de ver hechos añicos los recuerdos de toda una vida.
Lo que sí se sabe con seguridad es que el matrimonio echó en falta los casi 5.000 euros que habían sacado el día anterior del banco para pagar los sueldos a las dos personas que trabajan en casa, comprar la comida del mes y tener algo de efectivo para los gastos corrientes.
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Por la casa de Paquita y de Casi pasaron los vecinos, los policías, los sanitarios y, por último, los especialistas de la Científica, que hicieron un reportaje fotográfico para dar cuenta al juzgado de la dimensión de los destrozos, que el juez consideró de «considerable importancia» y calificó el delito como de «daños agravados».
Entrada la tarde sin noticias del cuidador colombiano, a una amiga del matrimonio se le ocurrió llamarlo y tenderle una trampa. Se mostró empática y se tragó todo lo que le nacía decirle. «He hecho una cosa muy mala», reconoció él por teléfono. La amiga de la familia le dijo que todo podía arreglarse si volvía y pedía perdón, que seguro que no habría sido para tanto. Y lo convenció.
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Cuando el hombre asomó por la calle, los propios vecinos dieron la voz de alarma. «Corre, llama a la policía, que está aquí». La patrulla llegó en un santiamén y lo sorprendió antes de que pudiera reaccionar. Al parecer, reconoció espontáneamente haber causado los daños, pero no haberse llevado el dinero. El juez lo ha enviado a prisión.
Paquita y Casi aún no han podido volver a casa. Familiares y amigos se están haciendo cargo de ellos -no tienen hijos- mientras vuelven a reconstruir el que siempre ha sido su hogar, ahora reducido a escombros.
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