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En 48 horas, Matías (nombre ficticio) pasó de celebrar la comunión de su hija a ser evacuado en un helicóptero con tres disparos que lo dejaron al borde de la muerte. Uno le alcanzó en un tobillo, otro en un gemelo y el tercero le atravesó el estómago. «Yo volví a nacer el 6 de mayo de 2024», afirma este antequerano de 36 años, que es uno de los 16 heridos en el tiroteo con metralleta que se produjo la pasada primavera en un barrio de ciudad. Dos de las víctimas llegaron a estar críticas. Él es una de ellas.
Recuerda perfectamente cómo ocurrió todo: «Salí de mi casa andando y conforme entré en el barrio -él no vive allí- vi que ya se había liado. Me tocó a mí pagar el pato por estar en el momento y en el lugar equivocados». Se alarmó al escuchar la primera ráfaga, «un sonido que sólo había oído en la tele». Justo después, sintió una especie de calambre en las piernas: «Empecé a saltar y a moverme, y me escondí detrás de un muro. Ahí noté que me dolía mucho la barriga y al levantarme la camiseta me encontré el percal. Me habían dado por todas partes».
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Matías confiesa que siempre le ha tenido mucho miedo a la muerte, pero asegura que aquel día fue distinto. «Pensé que me moría, claro, y pasé mucho susto, pero no por temor a morir, sino porque mis niños se iban a quedar sin su papá». Matías tiene tres hijos de corta edad: «Perdí al mío por culpa de un cáncer cuando yo apenas era un veinteañero y sé lo que supone. A mí, mi padre me hizo mucha falta, así que sólo pensaba en ellos, tan pequeñitos, y en si iba a volver a verlos».
En aquel momento, en mitad de un tiroteo que no acababa y de los gritos de dolor de los heridos, los ojos de Matías sólo buscaban a su mujer. «Ella había salido de trabajar y yo quedé allí con ella. La idea era ir a casa de su madre, coger las lentejas y marcharnos juntos a la nuestra. Miré hacia el lugar donde habíamos quedado y vi que ella estaba entrando en los bloques, y eso significaba que estaba a salvo».
A partir de ahí, sólo le quedaba luchar por su vida.
Matías no se tiró al suelo a esperar ayuda. Decidió caminar (cuesta arriba) hacia el centro el centro de salud, que podía estar a unos 300 metros, sangrando por los tres orificios de bala que le había dejado un tiroteo al que era completamente ajeno. «Claro que conozco a los implicados de cruzarme con ellos por el barrio y saludarnos. Mi relación era normal, buena. Hicieron una locura y lo hicieron muy mal, porque pillamos muchos que no teníamos nada que ver», sentencia.
Lo que sucedió, tal y como ayer publicó SUR, es que dos vecinas discutieron porque, al parecer, el perro de una molestaba a la otra. La disputa se tornó violenta, las mujeres llegaron a las manos y los hombres pasaron a las armas. O al menos algunos de ellos. El marido de una de las implicadas terminó atrincherándose en un piso con su padre y con dos hermanos y desde allí dispararon presuntamente con una metralleta a varios miembros de la otra familia, aunque las ráfagas del arma automática alcanzaron a personas ajenas al conflicto, como Matías.
Aquellos 300 metros que recorrió tras la balacera fueron «el camino más largo de toda mi vida», cuenta el hombre, que llegó como pudo a la puerta del ambulatorio. «No venía nadie a atenderme y ahí me desplomé. Estuve inconsciente segundos, como mucho un minuto. Cuando recuperé el conocimiento, vi que los sanitarios me estaban cortando la ropa».
Su estado era tan grave -había perdido mucha sangre- que los médicos optaron por su evacuación en helicóptero al Hospital Regional de Málaga, donde ingresó directamente en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). El balazo del abdomen dejó orificio de entrada y salida, mientras que los otros dos proyectiles se quedaron alojados en su cuerpo.
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Días después, lo operaron para sacarle la bala del tobillo derecho, pero no pudieron hacer lo mismo con la del gemelo izquierdo porque se quedó muy cerca de una arteria y la intervención era demasiado complicada. Los especialistas optaron por dejarla dentro mientras no le afectara a la movilidad o le doliera. «Pero ahora me está empezando a molestar. Todavía no he acabado con esto», se lamenta.
Matías pasó 15 días en el hospital, alejado de su familia y sin poder trabajar (es empleado de una empresa que suministra a una gran superficie). A sus hijos les contaron que le había caído una maceta en el pie. Sólo el mayor se enteró de lo ocurrido. Al verlo encamado, le preguntó: «Papá, ¿cómo puedes estar vivo si te dieron un tiro en la barriga?». Y él respondió: «Yo estoy vivo porque soy padre. Los que me disteis fuerza sois vosotros. Si no llego a ser padre, no hubiese luchado para salir de allí».
Y no lo habría contado. No lo dice él, sino uno de los médicos que lo atendieron: «Me contó que llegué muy mal, que no hacía más que repetirle que no me dejara morir, que tenía tres niños chiquititos a los que tenía que poner grandes. Y me dijo que si en vez de caminar hasta el centro de salud como yo hice, le hubiese pedido a alguien que me llevara en coche al hospital, no habría llegado vivo».
Más allá de las secuelas físicas, las que peor lleva Matías son las psicológicas. Duerme con ayuda de pastillas porque se le viene a la cabeza constantemente «la película» que vivió. Y le cuesta horrores volver al barrio donde vive la familia de su mujer. «Veo los agujeros de las balas en la pared y se me viene todo encima. Estoy siempre sobresaltado, como en guardia, sobre todo si escucho un ruido más fuerte de la cuenta. Voy cuando no me queda otra, pero intento evitarlo, aunque no tendría que ser así. Las lentejas me han salido muy caras -bromea-, fui a por un túper y me llevé tres tiros. Hoy mi suegra también nos ha dejado, pero ha tenido que ir mi mujer a por ellas».
La postura de la Fiscalía respecto al tiroteo de Antequera, en que se investiga a cuatro hombres por disparar con armas -entre ellas, una metralleta- dentro de un vecindario y causar heridas de bala a 16 personas, ha provocado un gran malestar entre las víctimas. El pasado agosto, cuando sólo habían pasado tres meses del suceso, el Ministerio Público presentó un escrito donde solicitaba que los cuatro detenidos -tres hermanos y el padre de éstos- quedaran en libertad bajo fianza de 10.000 euros y con la obligación de realizar comparecencias periódicas los días 1 y 15 de cada mes. «Me siento ofendido de que la Fiscalía quiera que queden libres después de que se liaran a disparar sin mirar a quién. Me parece fatal. Las leyes en España no están bien hechas», afirma uno de los heridos. La acusación particular se opuso a esta medida y el titular del Juzgado de Instrucción número 2 de Antequera coincidió con su criterio al considerar que no se ha reducido el riesgo de fuga ni el de reiteración delictiva, teniendo en cuenta que el conflicto aún no ha finalizado.
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