Patricia (izq.) y Miriam Joy (dcha.), «sobrevivientes» del abuso sexual infantil, ayudan con Eva (centro) a víctimas de esta lacra en MálagaSalvador Salas
«Sufrí abusos sexuales de mi padre desde los seis años; a los 14 rompí mi silencio»
Superación ·
Los testimonios de Patricia y Miriam Joy son los de dos «sobrevivientes» de una lacra que se ceba con los más pequeños y que les deja marcados por la culpa y la vergüenza; junto a Eva, trabajan para ayudar a quienes sufrieron violencia sexual de menores
Patricia todavía recuerda las persianas bajadas. Solo era una niña, pero cada vez que miraba las ventanas, cerradas a cal y canto, pensaba que nadie podría intuir el infierno que estaba viviendo en aquel piso. «Sufrí abusos sexuales de mi padre desde los seis añitos hasta los 14, cuando rompí mi silencio porque ya no podía más», explica. Ni mucho menos contarlo supuso el fin de su pesadilla, como tanto esperaba. Al contrario, ahí empezó su segundo calvario.
A su lado se sienta Miriam Joy, que escucha con emoción contenida a su compañera. «Mis abusos comenzaron cuando solo tenía cinco años; él era una persona de total confianza para mi familia», señala. Ambas hablan el mismo idioma porque fueron víctimas de la misma lacra. Y porque arrastraron el trauma de su niñez durante buena parte de sus vidas, incluso como adultas. «Cuando te pasa algo así a esas edades, aunque no seas responsable, es muy difícil librarse de la culpa y la vergüenza», coinciden.
Las dos mujeres afirman que ya no se sienten víctimas, sino «sobrevivientes». A día de hoy, Patricia es trabajadora social y Miriam Joy es responsable de prevención en la Asociación Redime, que nació en Málaga en 2004 para ayudar a recuperarse a personas que sufrieron estos abusos durante su infancia o adolescencia. «Ha sido un proceso muy largo, pero somos la prueba de que es posible llegar a la sanación», aseguran.
«Mi abusador era una persona muy respetada y querida en la comunidad cristiana; yo pensaba: ¿quién me va a creer?»
Les acompaña Eva, quien, además de ser la coordinadora de proyectos de la entidad, es tía de Miriam Joy. También fue la primera persona con la que Patricia habló cuando acudió a la organización, «completamente rota» y en busca de apoyo. Como alerta la experta, una de cada cuatro niñas sufren violencia sexual en España. En el caso de los chicos, uno de cada siete. Las cifras son escalofriantes. Y más teniendo en cuenta que, como incide, los episodios suelen comenzar antes de los cinco años.
Los casos de Patricia o de Miriam Joy son la muestra de que lo que no tiene nombre no se puede denunciar. Ellas intuían que lo que sucedía cuando se quedaban a solas con sus agresores «era algo malo», pero no sabían identificar el problema. «Yo pertenecía a una comunidad cristiana y mi abusador era el encargado de nuestra educación espiritual; era una persona casada, muy respetada y querida... con esa edad yo pensaba: ¿quién me iba a creer? ¿cómo le iba a delatar, si no entendía lo que pasaba?», dice Miriam Joy.
Al contrario que su compañera, ella nunca dejó de comportarse como una niña extrovertida y risueña. Esa era «su máscara» y su manera de ocultar el horror que llevó a cuestas durante dos años y medio, hasta que su abusador «desapareció» del mapa de la noche a la mañana. Cuando le contaron que él se había marchado sintió un alivio inmenso. Ya no tendría que volver a dormir en su casa ni sería abordada por él cuando no hubiera testigos. Pero aún así, el daño ya estaba hecho.
Salvador Salas
Patricia explica que, a causa de la indefensión tan grande que sentía por los abusos, se volvió una menor muy retraída y con muchas dificultades para relacionarse con sus iguales. Según cuenta, llegó a un punto en el que únicamente deseaba ser invisible y que, directamente, nadie reparara en su presencia. «Imagínate, mi padre, el hombre que me enseñó a leer y al que más quería... y, al mismo tiempo, temblaba de pensar en quedarme a solas con él; era terrible», relata.
Tenía 14 años cuando llegó el día en que no pudo más. La trabajadora social recuerda que su progenitor cenaba a solas en el salón mientras ella discutía con su madre por un tema completamente ajeno en la cocina. En un momento de la pelea, se armó de valor y le confesó la pesadilla que llevaba sufriendo desde los seis. «Esperaba un abrazo, una mirada tierna, que echase a mi abusador... algo», dice. Nada de eso sucedió.
«Cuando padeces abuso sexual en la infancia distorsionas todos los límites naturales de las relaciones»
Patricia Salas
Trabajadora social
Según asegura, su progenitora, además de insultarla, le dijo una frase que le marcó el resto de su vida: «Algo habrás hecho para provocarle». Patricia nunca entendió qué era ese 'algo', pero sentía que llevaba la palabra culpable grabada a fuego en la frente.
Lejos de recibir ese apoyo, dice, sufrió «el destierro» más absoluto de su familia, que dejó de hablarle durante un mes. Su padre nunca volvió a tocarla, pero la situación en su casa se volvió del todo insoportable. «Ahí tuve mi primer intento de suicidio; por suerte, nadie se enteró», afirma.
Consecuencias
Cuando un menor es víctima de abusos sexuales, que en un 80 por ciento son cometidos por un miembro de la familia o personas cercanas, su problema no acaba una vez que cesan las violaciones o los tocamientos. Ese trauma, como explica Eva, les acompaña el resto de sus vidas -o, al menos, hasta que empiezan a recibir ayuda- y, entre otras consecuencias «devastadoras», suele acarrear problemas como la depresión, la ansiedad o los trastornos de alimentación.
Pero también aumentan las posibilidades de padecer otras formas de maltrato, como violencia de género, según advierten desde Redime. «Quienes vivimos esto de pequeños tenemos el doble de probabilidades de ser víctimas de malos tratos», sostiene Miriam Joy. A su lado, Patricia asiente con la cabeza. Ella, como tantas usuarias a las que atiende, también se vio atrapada en ese infierno, asegura. Nunca denunció.
Incluso antes, cuando iba al colegio, tuvo que lidiar con el 'bullying' al que le sometieron otras niñas. No tenía recursos para reaccionar, dice. «Cuando padeces abuso sexual en la infancia distorsionas todos los límites naturales de las relaciones; si quien te quiere te hace eso llegas a la conclusión de que no vales nada y aceptas todo lo malo porque, en el fondo, te sientes culpable», expone.
La trabajadora social -que se sacó la carrera tras iniciar la terapia en la asociación- asegura que lo que le salvó fue saber que «no estaba sola». Escuchar a otras víctimas y saber que ellas no tenían responsabilidad alguna en lo que les había sucedido le ayudó a comprender que ella tampoco había provocado nada. Que no merecía lo que sufrió, como creyó durante tanto tiempo. «Yo no pude empezar a sanarme hasta que llegué Redime; y fíjate si tardé, a los 43 años», sostiene.
«Los talleres orientados a la infancia y adolescencia son importantes para que, si les pasa, sepan que no tienen culpa»
Miriam Joy Iglesias
Responsable de prevención
Infradenuncia
El colectivo, que tiene su sede en el Centro Ciudadano Cortijo de Mazas, en Churriana, ha tendido la mano a unas mil personas desde que empezó su andadura, hace casi 20 años, a través de sus grupos de ayuda mutua. «De ellas, solo unas nueve o diez han denunciado, que sepamos», explica la coordinadora de proyectos.
Como manifiesta, hay un aspecto que tiene mucho que ver con ese altísimo índice de infradenuncia: «No es que las víctimas no quieran hablar, es que lo hacen cuando pueden, que suele ser muchos años después y, para entonces, el hecho probablemente ya se encuentra prescrito».
Lo esencial, subraya Eva, es que ese silencio se rompa, con denuncia o sin ella, porque es el primer paso del proceso de recuperación. «Por eso también incidimos tanto en la importancia de los talleres de prevención, sobre todo los que van orientados a la infancia y la adolescencia, para que tengan herramientas y que, si eso les pasa, sepan que es algo malo de lo que no tienen culpa y puedan contarlo», añade Miriam Joy.
Pese a que es una parte fundamental para terminar con esta lacra, paradójicamente, aseguran que suelen encontrar mucho rechazo y oposición por parte de los propios padres y de los centros educativos cuando ofrecen estas acciones, según mantienen. Pero ello sólo contribuye a que el problema siga siendo invisible a los ojos de la sociedad, lamentan.
«No es que las víctimas no quieran hablar, es que lo hacen cuando pueden, que suele ser cuando son adultas»
Eva Medina
Coordinadora de proyectos
«Es un tema tan desagradable y tan duro que muchas veces piensan que los pequeños van a salir traumatizados, pero obviamente no les hablamos de violaciones como tal», aclara Eva. «Les explicamos que hay secretos buenos y secretos malos y que cuando algo les hace sentir mal, aunque no sepan el por qué, es importante decírselo a alguien que les quiera mucho», detalla.
De hecho, asegura que han sido varios los casos que se han destapado durante estos talleres en las escuelas, tanto de abusos sexuales como de otras situaciones que los niños y jóvenes habían vivido y de los que no se atrevían a hablar. «Recuerdo en un cole, una menor de unos cuatro años que no paraba quieta; cuando hablamos de los secretos malos, con toda su inocencia, soltó que su tío jugaba con ella a tocarle en sus partes», cuenta Eva a modo de ejemplo.
Precisamente, por eso también disponen de formaciones dirigidas a los progenitores y al profesorado, en las que aportan claves que pueden ser de gran ayuda para detectar conductas que muestran los menores cuando se ven inmersos en este calvario, además de pautas para minimizar las consecuencias en los críos afectados.
Mañana, día 19 de noviembre, se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Abuso Infantil. Con motivo de esta fecha, Redime abre hoy las puertas de su sede a partir de las 18.00 horas para informar a la ciudadanía de la importancia de su implicación en la educación afectivo sexual de los más pequeños y jóvenes, para así garantizar una prevención activa contra las violencias sexuales.
Para quienes fueron víctimas y hoy son «sobrevivientes» de esta lacra, como Patricia y Miriam Joy, actividades como estas cobran un significado especial. Porque recuerdan las infancias que vivieron, creyendo que estaban solas y deseando que alguien les ayudara. Y porque saben que sus historias pueden servir de esperanza a quienes todavía viven atrapadas en el infierno que ellas han conseguido dejar atrás
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