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Imagen de archivo de la comisaría de Marbella.
«Estoy secuestrado, avisa a mi madre»: 30.000 euros para liberar a un 'bróker' de criptomonedas en Marbella

«Estoy secuestrado, avisa a mi madre»: 30.000 euros para liberar a un 'bróker' de criptomonedas en Marbella

La víctima hizo creer a sus captores que hablaba con un cliente para acceder a una cartera de criptomonedas, pero en realidad aprovechó para alertar a un amigo en Londres

Juan Cano

Málaga

Domingo, 9 de febrero 2025, 00:15

Sábado 1 de febrero, 12 del mediodía. Una mujer se presenta en la comisaría de Marbella para alertar de que su hijo está secuestrado. Es un 'trader' de criptomonedas, que viene a ser algo parecido a un 'bróker' de dinero virtual. La mujer aporta fotos del piso donde está retenido. Es una urbanización de Estepona, pero falta por saber cuál. Para la policía, arranca la 'operación Espino'. Para la víctima, su libertad.

Los investigadores, adscritos a los grupos I y IV de Crimen Organizado de la Udyco-Costa del Sol, sólo tenían la pista de las fotos. Las horas siguientes las dedicaron a rastrear el teléfono móvil del secuestrado y a ubicar, con una mezcla de inteligencia policial y de desgaste de suela de zapato, la urbanización de Estepona desde donde se habían tomado las imágenes. Siete horas. Eso tardaron en liberarlo.

Al caer la tarde, los policías de la Udyco y los del Grupo de Operaciones Especiales (GOES) ya estaban desplegados alrededor de una urbanización concreta de Estepona. Los agentes detectaron un trasiego un tanto extraño en una terraza. Unos tipos con pinta de guiris entrando y saliendo del piso en actitud nerviosa mientras hablaban con alguien por teléfono.

Había que actuar. Los investigadores tenían la convicción de que se trataba de la vivienda que buscaban, por lo que solicitaron al juzgado la orden de entrada y registro. Pero mientras se resolvía el papeleo, ocurrió algo que despejó todas sus sospechas. Un hombre corrió hasta el balcón, trató de descolgarse por la fachada y cayó desde una altura de unos 10 metros.

Los policías fueron a socorrerlo sin tener del todo claro si se trataba de la víctima o de alguno de los autores. El hombre, de 34 años y de nacionalidad inglesa, se había roto los dos calcáneos (los huesos del talón), pero aparentemente estaba bien. Él les aclaró que era el secuestrado y les indicó que había tres tipos armados dentro del piso. Aprovechó que uno de sus captores miraba el móvil para correr hasta el balcón y saltar.

Los agentes del Goes y de la Udyco se repartieron para acceder a la vivienda por la puerta principal y bloquear las posibles salidas del edificio. En el despliegue, detectaron un Audi que trataba de salir del garaje de la urbanización con tres hombres a bordo, todos ingleses. Eran ellos.

Los interceptaron y, tras confirmar que eran los sospechosos a los que buscaban, los detuvieron por secuestro, lesiones graves, tenencia de armas y tráfico de estupefacientes; sólo uno de ellos tenía antecedentes por delitos menores en España. En su país acumulaban cargos por posesión de armas y consumo de drogas. Bajo un asiento del coche hallaron un paquete con 8.600 euros. En el piso, en un armario de la cocina, encontraron las armas. Hasta aquí, la resolución del caso en siete horas.

Desde una cama del hospital, la víctima contó a los policías los prolegómenos de su cautiverio. Al parecer, había conocido a los autores un par de semanas antes en Marbella. Se vieron por primera vez en Valle Romano y charlaron mientras se tomaban algo. Al fin y al cabo, eran compatriotas.

Ya no volvió a saber nada de ellos hasta el 31 de enero, cuando se los encontró por la zona de San Pedro Alcántara. Ellos le propusieron comer juntos en un McDonald's y él aceptó la propuesta. Charlaron distendidamente y el grupo le propuso tomar una copa en casa. Aceptó.

La tarde se desarrolló con normalidad en la vivienda. Según contó, la vez anterior él les reveló que se dedicaba a gestionar carteras de criptomonedas, así que ellos le pidieron que les explicara un poco más cómo era su negocio. A quién representaba. Cuál era la comisión. Cuánto ganaba.

Las preguntas iban siendo cada vez más incómodas y la víctima terminó por responder que no quería hablar más de su trabajo. Entonces, uno de los ingleses se levantó del sillón, se acercó a él y le soltó un puñetazo. Así empezó su cautiverio. A continuación, lo ataron de pies y manos y le pidieron 30.000 euros en criptos para pagar su propio rescate. «Si no, te damos un tiro», le advirtieron.

La noche entró y el sueño lo venció sentado en el sofá del salón. Lo despertó la luz del día, donde continuaron las exigencias de los secuestradores, que de tanto en cuanto le propinaban algún golpe para demostrarle que iban en serio, aunque no llegaron a torturarlo.

Una de las peculiaridades del secuestro, que lo aleja por completo del narcotráfico, es que no podían privarle del móvil si querían cobrar el rescate. La víctima les pidió que le permitieran manejar su teléfono para conseguir el dinero que le exigían. Les explicó que las contraseñas de las carteras que gestionaba eran compartidas: él tenía una parte del código y la otra la conservaba el titular para evitar robos.

Con esa excusa, la víctima escribió por WhatsApp a un amigo que reside en Londres y que, como él, habla hindi, uno de los idiomas oficiales en la India. Los secuestradores creían que estaba hablando con un cliente para conocer su mitad de la clave. En realidad, le estaba diciendo que estaba secuestrado en una urbanización de Estepona y le pidió que avisara a su madre para que acudiera a comisaría a denunciar. Esa treta lo salvó.

 

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