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Permanecen en estado de alerta constante. Los avisos pueden llegar a cualquier momento. Una patera con mujeres embarazadas y niños a punto de naufragar; una nave que se ha quedado sin combustible y lleva horas a la deriva; un barco con una vía de agua... ... El naranja se ha convertido en el color de la esperanza para quienes se encuentran en apuros en la inmensidad del mar.
La dotación de la Salvamar Alnitak está más que acostumbrada a actuar en «situaciones límites» y a ejercer de guardianes del océano. Para sus integrantes, este «no es un trabajo más». Es un oficio y «una forma de vida». También están habituados a que el temporal nunca se «lo ponga fácil» cuando acuden a las emergencias que tienen lugar en aguas malacitanas.
A pesar de que los miembros de sus dos tripulaciones se pueden contar con los dedos de una mano –un patrón, dos marineros y un jefe de máquinas–, son capaces de crecerse incluso ante la «peor tormenta» cuando se trata de poner otras vidas a salvo.
La pandemia, entre otras consecuencias, ha conllevado un descenso del número de personas que se embarcan en pateras tratando de alcanzar las costas andaluzas en busca de un futuro mejor. Aún así, el pasado año la Salvamar Alnitak auxilió a un centenar de personas para llevarlas a tierra firme, además de navegar para atender a las llamadas de otras 450.
«La actividad marítima en Málaga sigue siendo muy intensa y las perspectivas son de crecimiento; si no es por un motivo, es por otro, pero aquí no se para», comenta Alejandro Rodríguez, patrón de una de las dotaciones de la Salvamar. Antes de que los flujos migratorios se vieran alterados con la irrupción del coronavirus, vivieron años en los que los rescates eran continuos. Solo en 2017 salvaron a más de 1.500 personas de un destino trágico en las aguas malagueñas.
El día a día en el buque naranja está marcado por la falta de previsión de lo que pueda acontecer y, sobre todo, por la rápida puesta en acción de la embarcación. En cuanto hay una llamada del Centro de Coordinación de Tarifa, del que depende el buque, y reciben las coordenadas, los guardianes del mar se movilizan sin perder tiempo. «Se deja lo que estamos haciendo para, como mucho, estar navegando en unos 15 minutos», afirma el patrón.
Inclemencias del mar
El tiempo de intervención, sin embargo, siempre queda a merced de las condiciones del temporal. Los tripulantes saben lo que es tratar de surcar a contracorriente, con olas de hasta nueve metros de altura y en la más absoluta oscuridad. Se han familiarizado con el nudo en el estómago que reaparece cada vez que se encuentran en la tormenta perfecta y el mar hace imposible su avance.
En la cabina también acompaña a la dotación la patrona de los marineros, la Virgen del Carmen. Rodríguez bromea cuando dice que, a pesar de no ser muy creyente, hay noches en las que al equipo no le queda otra alternativa que aferrarse a la fe. Sobre todo cuando saben que hay personas el peligro y que la marea no está dispuesta a facilitar su llegada.
«Este es un trabajo muy físico, pero también muy mental», apunta el responsable de su equipo. A las inclemencias del tiempo, hay que sumar los riesgos que corre el personal cuando la intervención es complicada y es asumida por cuatro personas. En el caso de Rodríguez, que pasó 19 años en la proa antes de convertirse en patrón, cuenta con varias heridas de guerra de su etapa como marinero, aunque su hombro se llevó la peor parte en una de tantas lesiones a bordo.
Y pese a ello, no cambiaría su trabajo por ningún otro. Si algo tienen los tripulantes de la Salvamar Alnitak es una vocación desmedida para ayudar a quienes se encuentran en riesgo. «Lo que se siente cuando acudes a auxiliar a alguien y la intervención sale bien es una felicidad y una satisfacción increíble», mantiene el patrón.
Aunque también está la otra cara. La más dramática y de la que apenas hay testigos. Una realidad que los integrantes de la embarcación conocen bien. Son conscientes de que el océano se está convirtiendo en una fosa de dimensiones inabarcables, sobre todo para quienes tratan de migrar y alcanzar Europa por esta vía ante la falta de acceso a otras legales y seguras.
«Con el tiempo aprendes a intentar no llevarte el dolor a casa, porque nosotros hemos visto ya de todo», asevera Rodríguez. La impotencia es insoportable cuando los casos acaban en tragedia. «No puedes evitar pensar que se podría haber hecho más, aunque hiciéramos todo lo que estaba en nuestras manos», sostiene.
La flota de Salvamento Marítimo, además de asistir a personas, también vigila para que se cumpla la normativa de protección del medio ambiente. En caso de que algún buque tire vertidos al agua, la tripulación recoge muestras para que estas se analicen y se da parte a la Guardia Civil. «Afortunadamente, cada vez hay más conciencia y se dan menos casos de contaminación en el mar», apunta el patrón al respecto. Para ellos, el agua tendría que ser sinónimo de vida. Y la Salvamar Alnitak continuará en alerta para procurar que así lo sea.
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