Policías disfrazados, el antídoto contra los escurridizos ladrones del 'robo fantasma'

Se caracterizaban por no forzar nada en las viviendas ni alterar el mobiliario para que las víctimas no se dieran cuenta; su lema era «no denuncia, no problema»

Jueves, 17 de junio 2021, 00:54

Los agentes supieron muy pronto que la partida se iba a jugar en el terreno del disimulo. Estaban ante los ladrones más escurridizos que recuerdan en el Grupo de Robos de la Comisaría Provincial, de ahí que los consideraran auténticos «fantasmas» y que el único antídoto para atraparlos fuese... disfrazarse.

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Los investigadores llevaban tiempo escamados con unos extraños robos que se estaban produciendo en Málaga, Marbella y Estepona, todos con un denominador común: las víctimas tardaban días o incluso semanas en darse cuenta de que alguien había entrado en sus casas porque la cerradura no había sido forzada y el interior no estaba revuelto. Por eso bautizaron el método como 'ghosting' o robo fantasma.

En esas, llegó a manos de los responsables del grupo un vídeo grabado por un sistema de videovigilancia en Marbella donde se observaba a dos hombres mirando una cerradura. Fue una tentativa, sin más. Pero la causalidad quiso que días después, mientras hacían una vigilancia, esos mismos individuos se cruzaran en su camino. Decidieron seguirlos.

Los agentes se dieron cuenta de que los sospechosos adoptaban unas medidas de seguridad extraordinarias. Si veían dos veces a la misma persona, abortaban. Si el mismo coche pasaba por la calle en más de una ocasión, abortaban. «Son los ladrones más finos que hemos visto nunca», reconoce el jefe del Grupo de Robos.

Lo novedoso de su método consistía en no alterar absolutamente nada de la vivienda donde robaban. Visitaban su objetivo una, dos, tres y hasta cuatro veces –sin herramientas ni nada que pudiera incriminarlos– para investigar los hábitos de la familia y del vecindario, así como cerciorarse del mejor momento para entrar.

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Sólo cuando estaban completamente seguros llevaban el plan a la acción. De un coche 'caleteado' (con un doble fondo) cogían los útiles necesarios para el 'impresioning', una técnica que consiste en introducir en la cerradura unas finas láminas de aluminio deformable para crear una llave maestra con la que entrar en el domicilio.

Mientras uno vigilaba, el otro accedía a la vivienda y recorría las habitaciones en busca de dinero y joyas sin alterar absolutamente nada. Y aquí viene otra pecularidad: «Si había 10 alhajas, dejaban seis –explica el responsable de la investigación–; si había 5.000 euros, dejaban 1.000. Por eso la gente tardaba en darse cuenta de que habían entrado en su casa, o no se daban cuenta nunca. Nadie imagina que un ladrón vaya a dejar 1.000 euros».

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Pero estos eran unos delincuentes distintos. Si era necesario, hasta se entretenían en doblar la ropa que removían para dejarlo todo en perfecto estado, como si nada hubiera pasado. «Su lema era: 'No denuncia, no problema'», cuenta el jefe del grupo policial, consciente de la 'cifra negra' que hay detrás del 'robo fantasma'. «Probablemente se hayan denunciado dos de cada diez», reconoce. De momento, se ha esclarecido media docena de robos en la provincia.

Otra peculiaridad del dúo –ambos búlgaros, de 48 y 51 años– era la frecuencia con la que actuaban. Lejos de cebarse, cuando conseguían un buen botín, descansaban hasta que se les acabara el dinero. En uno de los golpes, recuerdan en el Grupo de Robos, consiguieron 8.000 euros y estuvieron casi un mes sin «trabajar». Vivían con sus familias en Benalmádena y en Fuengirola, donde tenían un pequeño taller para practicar, entre tanto, con las cerraduras.

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De hecho, la policía los atrapó cuando llevaban un par de semanas sin actuar. Habían dejado «enfriar» el método. Tras ser detenidos en sus domicilios, uno de ellos confesó a los agentes que ya los había «mordido», pese a que los investigadores llegaron incluso a disfrazarse para vigilarlos. Sin embargo, su obsesión por la seguridad era tal que hasta anotaban las matrículas. Así se dieron cuenta de que los seguían y habían decidido parar una temporada; «unos seis meses», dijeron espontáneamente a los policías. No en vano, uno de los detenidos ya había buscado trabajo como repartidor.

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