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Uno de los rescatadores del conductor de Benalmádena: «Suerte que estábamos allí, ha vuelto a nacer»Les contó que no tenía que haber pasado por allí. Se había equivocado de camino y el GPS del Ford K que conducía lo redireccionó por la avenida del Sol de Benalmádena para llegar a su destino, al que ya no llegaría. A la altura de la glorieta de la intersección con la carretera de la Costa del Sol, un BMW de una empresa de VTC lo embistió y lo mandó directamente al mar tras caer por un acantilado de unos 30 metros de desnivel.
El conductor, un hombre de unos 50 años y de nacionalidad española, tuvo la fortuna de que la suya no fue la única casualidad que se dio este jueves 4 de julio en la zona de Torremuelle. El destino quiso que en esa misma playa, un roquedal de difícil acceso y sin bañistas, estuviese un vecino de Benalmádena que trabajaba por la tarde y que aprovechó la mañana para una de sus aficiones: practicar snorkel y tomar fotos del fondo marino.
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Y la causalidad también quiso que a sólo unos metros de distancia estuviesen Lolo y su compañera Irene a bordo de una zodiac de Medusa ADN, una empresa especializada en deportes acuáticos que organiza toda clase de talleres y campamentos de verano. «Escuchamos el bombazo y vimos el coche rodando ladera abajo. No tardamos ni 30 segundos en llegar», explica Lolo, que es socorrista e instructor de actividades náuticas.
Según relata, el hombre que había ido a hacer snorkel se dirigió hasta el coche desde la orilla, mientras que ellos se aproximaron desde el mar. «Cuando yo salto, el conductor ya está fuera del coche. También se acercó un chico que practicaba paddle surf. Entre los tres le inmovilizamos el cuello y lo subimos a mi embarcación. Entonces, llamé al coordinador de socorrismo de Benalmádena y les dije que lo iba a llevar a la playa más cercana para que nos estuvieran esperando». Lolo asegura que colaboran frecuentemente entre ellos y que la relación con los socorristas es «magnífica», ya que todos se ayudan en el mar.
Los improvisados rescatadores trataron de conversar con el conductor para que se mantuviera consciente y comprobar que estaba lúcido. Les sorprendió cómo era capaz de describir el accidente: «Nos contó -continúa Lolo- que sintió el golpe del otro coche y que, cuando empezó a rodar por el terraplén dando vueltas de campana, le dio tiempo a ver que el agua estaba cada vez más cerca. Cuando llegó al mar y el coche empezó a inundarse, le quedó una pequeña cámara de aire que le permitió respirar. Y entre la espuma y el desconcierto, fue capaz de apretar el botón del cinturón de seguridad para liberarse».
Lolo no puede afirmar si se hubiese ahogado o no, porque él hizo bastante por salir del vehículo -incluso se cortó en una mano con los cristales de una de las ventanillas-, pero sí tiene claro que el conductor, a tenor de los metros del acantilado y la posterior caída al mar, «ha vuelto a nacer». Ni siquiera manifestaba sufrir dolor, salvo en la pierna derecha, seguramente por la descarga de adrenalina del accidente. A Lolo le queda la satisfacción de haber contribuido a ponerse a salvo. Porque en el mar, y esa es una ley no escrita, todo el mundo se ayuda.
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