María, 18 años y 27 puñaladas: «He estado muerta, pero he vuelto» (y II)
25N DÍA CONTRA LA VIOLENCIA DE GÉNERO ·
La joven aborda, en esta segunda parte de la conversación, lo que recuerda del ataque, su milagrosa recuperación en el hospital y la vida después de ser una superviviente de la violencia de género
«¿Dónde estás?», le escribió su exnovio al móvil, pasada la medianoche del 5 de mayo. María lo notó cortante. «¿Qué te pasa? Si te ocurre algo, no voy», respondió ella. Él insistió en que fuese a su casa. Que tenía que verla, sí o sí, esa noche. María llamó al portero automático a las 00.19 horas. Él abrió la puerta y salió con unos billetes en la mano. «Me dijo: 'Toma tu dinero'. Me lo puso en la mano y, a continuación, añadió: 'Y ahora te vas a enterar'».
A las 00.25, el agresor llamó al teléfono de emergencias 112-Andalucía. La conversación está recogida en el sumario del caso.
–Hola, buenas, rápido, rápido, manden un par de patrullas.
–¿Para qué, señor?
–Que me acabo de pelear aquí con mi expareja y está sangrando mucho y todo.
–¿Ella está sangrando?
–Sí, está sangrando, una cosa muy grave, rápido, rápido.
–Porque le ha pegado usted, señor...
–Sí, llamaba para entregarme, ¿vale? Llamaba para entregarme.
La policía acudió en cuestión de minutos. En la puerta de la urbanización les esperaba el agresor. El atestado policial recoge su confesión espontánea: «En cuanto llegó a casa, le di un puñetazo en la cara que la tiró al suelo. Después le pegué varias patadas en la cabeza, fui a la cocina, cogí un cuchillo y empecé a apuñalarla. Yo la quería matar, mi intención era matarla». Tanto en la comisaría como en el juzgado se acogió a su derecho a no declarar. La jueza lo envió a prisión, donde continúa a la espera de juicio.
La abogada Pilar Morales, que representa a la víctima, acusará al agresor de maltrato habitual y de intento de asesinato porque, a su juicio, hubo alevosía, ensañamiento y premeditación. El compañero de piso del agresor declaró a la policía que su amigo le reconoció que en alguna ocasión «se le fue la mano» con María. También contó que un mes antes el investigado compró dos cuchillos porque decía que en la vivienda no había de los «buenos». Uno era grande, con mango de madera. Supuestamente, ese fue con el que la apuñaló. Cuando la policía lo intervino, estaba partido en tres.
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El hospital
«Escuché una voz que me dijo que me tenía que quedar y cumplir una misión»
Ana había dejado a su hija feliz en casa y se la encontró en la UCI: «Fue la peor sensación del mundo. Ver a una María intubada, con aquellos aparatos alrededor. Tenía la cabeza, el cuello, el hombro, la cabeza hinchada, el ojo vendado... No sabía hacia dónde mirar».
La primera operación fue la de la cabeza. La neurocirujana le dijo a la madre que tardarían una hora, pero fueron más de tres. Al salir, la doctora le informó de que le habían extraído del cráneo tres fragmentos del cuchillo y que habían tenido que restaurar el hueso con una especie de masilla.
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La segunda fue la del abdomen. Los cirujanos tuvieron que abrir para extraerle el riñón afectado y drenar los coágulos de sangre que se le formaban constantemente debido a las hemorragias internas causadas por las puñaladas. «Es la más grande que tengo. Le he dicho a mi madre que ya tengo la línea, así que sólo me faltan los cuadraditos para la tableta de chocolate», bromea María.
«Hija, lo tuyo ha sido un milagro»
María también preguntó a la enfermera por qué estaba allí y ella le explicó que había sido agredida por su expareja. «Cuando dejaron pasar a mi madre ya me contó el resto. Estaba súper rayada con la voz que escuché. Pensé: 'Dios mío, ¿vas a ser tú el que me ha hablado?'. Cuando se lo dije a mi madre, respondió: 'Claro, hija, es que lo tuyo ha sido un milagro'».
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Cuando sus amigas se enteraron de que la habían rapado, le dijeron: «Te vamos a comprar la peluca más bonita que haya». Incluso, se echaron a la calle para hacer una recolecta y le pedían un par de euros a todo el que la conociera. «Es increíble lo que María movió en Fuengirola», afirma Ana.
La asociación de mujeres Avates hizo una donación para la peluca, que aún tiene que seguir utilizando mientras le crece el suyo y oculta poco a poco las heridas de la cabeza. «Como mis amigas habían recaudado el dinero, me compraron ropa y un montón de chuches que encima yo no me podía comer porque estaba con la dieta blanda... Imagínate, con el hambre que pasas y teniéndolas ahí delante».
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María es pura energía y la que le faltaba a ella se la daban los que tenía alrededor. Su padre cogió el primer avión y se plantó en Málaga. «Se puso a gritar al verlo. «¡Mi padre, mi padre ha venido desde Paraguay a verme!», cuenta la madre. María también recuerda bien ese instante: «Tenían las mascarillas puestas, pero esa cara de tristeza y alegría, esos ojos cansados, pero sonriéndome... No me lo podía permitir, tenía que salir adelante».
En las tres semanas de hospital, el torbellino de María tuvo tiempo hasta de estudiar. Como no tenía ordenador porque él se lo rompió, le prestaron uno para que pudiera hacer las tareas y presentarse a los exámenes de final de curso. Su tutora fue a verla al hospital y, con su ayuda, terminó la ESO en una cama, en vez de en un pupitre.
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María dice que, pese a todo, no se quería ir de la UCI. «Estaba súper a gusto allí. Todo el mundo me trató fenomenal. Yo le preguntaba a los médicos: '¿Cómo me habéis salvado?'. Lo que han hecho es impresionante, algunas [heridas] apenas se ven, tienes que fijarte mucho para darte cuenta. La de la cara es una obra de arte de la cirujana», afirma una cría de 18 años con el cuerpo cosido a puñaladas y la cabeza llena de optimismo. Lo cierto es que las cicatrices no logran eclipsar la fuerza y la vitalidad de María, que sonríe sin perder un minuto de vida después de saber lo que es estar a punto de perderla.
La vida después
«Ahora puedo ayudar a la gente a que vea la realidad, que después del primer golpe pueden venir muchos más»
María prometió a las enfermeras y a los médicos llevarles una tarta cuando saliera del hospital. «Yo fantaseaba con esa tarta. Pensaba todo el rato: 'La tengo que llevar; la tengo que llevar y la voy a llevar». Cuando recibió el alta, esperó a que estuviera de guardia el turno que más estuvo con ella y se presentó con tres tartas acompañada de su madre para cumplir su promesa. Al recibirlas, los médicos les dijeron: «Para nosotros es un placer que las personas salgan de la UCI, pero lo que nos alegra la vida es cuando vuelven para decirnos gracias y vemos que están bien». María apostilla: «Yo a ellos los amo. Se portaron muy bien conmigo». Antes de irse, prometió a las enfermeras volver un día con el maletín y hacerle las uñas a todas.
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María ha vuelto a hacer su vida. Sigue echando horas en el restaurante, donde es muy querida y se siente como en casa. Su jefe todavía se sorprende de que, con todo lo que ha pasado, siempre saque esa sonrisa. Cuando hay jaleo con las comandas, ella pone orden así: «A ver, que a mí Jesucristo me ha tenido cinco días arriba y me ha mandado p'abajo. Ahora me vais a escuchar».
Asegura encontrarse muy bien: «Es imposible que yo esté mal, con todo lo que han hecho por mí los policías, las enfermeras, los médicos, mi tutora... No estoy sola. Siempre hay alguien que te quiere ayudar, pero no lo dejas ver. Ojalá alguien que hubiera pasado por eso me lo hubiese dicho a mí en su momento».
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«Mamá, no puedo respirar»
En este tiempo ha tenido dos ataques de ansiedad. El primero, cuando sus amigas le mostraron un vídeo muy duro que alguien grabó en el escenario de la agresión, minutos después de que ésta se produjera, y que se compartió en redes sociales. La policía investiga quién lo filmó y lo difundió. El segundo lo sufrió un día cuando, en la calle, se cruzó con los amigos de su ex. «Mamá, no puedo respirar», le dijo a Ana por teléfono al pedirle ayuda.
María tiene calambres en el cuello y en las manos, y ha perdido la sensibilidad en dos dedos. Vive con un riñón menos, lo que le obligará a cuidarse de por vida «y no beber mucho» para conservar el único que tiene. Pero no siente rencor. «No, tengo ganas de que las cosas salgan bien y eso no es sano. La vida con rencor es una mierda».
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–¿Qué le dirías?
–He pensado en él, en cómo puede estar. Aunque me haya hecho lo que me ha hecho, no le deseo nada malo. Que la Justicia actúe, que cumpla lo que tenga que cumplir, y ya está. Tampoco le tengo miedo. Ya no». [María pide que no aparezca el nombre de su agresor. No por temor, aclara, sino por respeto al proceso judicial, que sigue abierto].
Cuando salió del hospital, vio un vídeo en TikTok de una chica sobre un caso ficticio de maltrato. María quiso hacer uno –que publicó en esta red social– para mostrar una historia real de violencia contra la mujer, pero también de superación: «Ya he estado muerta, pero he vuelto. Ahora, todo lo que tenga que hacer lo voy a hacer con la mejor sonrisa; salgo a la calle y doy gracias a Dios por estar aquí, por poder volver a ver a las personas, a mi madre, recibir un abrazo suyo... A veces le digo 'mamá, qué pesada eres'. Ella protesta y yo le respondo que no se enfade, que lo que quiero es decírselo muchos años más».
Cuando salió del hospital, Ana le habló a María de que su caso se había publicado en SUR y ella quiso mantener esta entrevista porque, desde que abrió los ojos, le da vueltas a aquella voz que escuchó en la UCI. «Puedo ayudar a que la gente vea la realidad. Que después del primer golpe pueden venir muchos más. Y decirle a otras mujeres que estén pasando por eso que no están solas». Esa, concluye María, es su misión.
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