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Francisco Puertas lleva jubilado cinco años, los mismos que prestó servicio como agente en el País Vasco en los conocidos como años de plomo de la banda terrorista ETA. Entre unos y otros han pasado cuatro décadas, pero los estragos de la violencia, la confrontación y el terror de entonces siguen haciendo estragos todavía hoy en este policía nacional malagueño, que decidió escribir durante la pandemia lo que no había sido capaz de contar a lo largo de su vida.
Con la crisis del ladrillo asolando Andalucía y sin expectativa de una estabilidad laboral, Puertas decidió prepararse a las pruebas para el Cuerpo Nacional de Policía, donde ingresó en el año 1977, con 23 años. El salvoconducto para establecerse lo más pronto en su tierra natal era pasar por el País Vasco, «donde nadie quería ir». Y él se ofreció voluntario.
Tras tres meses de formación, el agente Puertas partió rumbo a Vitoria-Gasteiz para unirse a la Brigada de Seguridad Ciudadana. Su primer servicio lo prestó en una manifestación súbita de miles de personas, recuerda a las puertas de la antigua prisión de Málaga, en la avenida Ortega y Gasset, donde el 15 de febrero de 1991 ETA colocó un coche bomba con 50 kilos de explosivos, resultando heridas siete personas y provocando cuantiosos daños materiales en los edificios de los alrededores.
Durante el lustro y medio que Francisco Puertas desempeñó su labor en la capital vasca, se enfrentó a la muerte violenta de varios agentes a manos de la banda terrorista. Él también estuvo cerca, pero el destino o la suerte quisieron que la esquivara. «Un compañero me pidió un cambio de turno porque su mujer estaba embarazada, acepté y lo ametrallaron en un vehículo», lamenta. Ocurrió a las las ocho de la tarde del 5 de marzo de 1978 en el barrio de Zaramaga y, junto a él, falleció otro policía.
Pero el problema, comenta el agente retirado, no solo era el terrorismo, sino la convivencia. «Los policías no podíamos identificarnos y teníamos que escondernos continuamente. A mí esposa no la despachaban cuando iba a la tienda a comprar y el uniforme tenía que tenderlo dentro de la casa». Hasta tres veces, relata, tuvieron que mudarse de casa porque el vecindario lo identificaba como policía y, entonces, «el peligro estaba cerca».
A pesar de la rabia, del rencor y del odio que Puertas reconoce que sintió aquellos años, asegura que el sufrimiento y el pánico llegaron una vez puso un pie en Málaga. Rondaba la treintena y por prescripción del jefe del servicio médico de la Policía de Málaga tuvo que darse de baja unos tres meses tras diagnosticarle un shock postraumático denominado 'síndrome del norte'.
Según los expertos, la actividad terrorista en el País Vasco generó en muchos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado un estrés crónico relacionado con una amenaza vital continuada tras ser señaladas, perseguidas, extorsionadas o coaccionadas por ETA, las organizaciones terroristas de su entorno y los colectivos afines.
Todavía hoy, a sus 70 años, el policía malagueño confiesa que este síndrome le sigue condicionando su vida. «Cuando voy a un restaurante, tengo que tener enfrente la puerta para ver quién entra y quién sale», «le sigo pidiendo a mi mujer que no abra el buzón porque las amenazas entonces te las dejaban ahí» y «si voy andando y noto que alguien va al mismo ritmo que yo súbitamente me paro y cruzo, aunque no haya un paso de peatones», narra.
El cuerpo y la mente del policía le dijeron «basta» en 2018 en forma de ictus. «Cuando salí de la UCI no sabía leer ni escribir». Pero, la vida le dio una segunda oportunidad y, a los dos años, un confinamiento le regaló todas las conversaciones que no le había dado tiempo a tener con su hijo.
Con 15 años de trayectoria en el Cuerpo Nacional de Policía, Francisco Puertas hijo cuenta que hasta entonces había escuchado anécdotas a cuentagotas de su padre en el País Vasco. «Se notaba que era algo que tenía ahí guardado. Poco a poco fuimos charlando, de compañero a compañero más que de padre a hijo, y me fue contando intervenciones, cómo procedían y lo que pasaron».
Fue él quien le animó a cumplir una de sus grandes ilusiones: escribir un libro que además le sirviera de terapia. En menos de un año, Puertas padre comenzó a hacer memoria de lo vivido, a recopilar imágenes y revisar fechas que ha plasmado en 416 páginas.
-¿Qué espera ahora con este libro?
-«Desde luego hacerme famoso no. Tampoco voy buscando lo crematístico, casi todos los que tenía prácticamente los he regalado. Esto lo he escrito porque tengo la sensación de que desde el Ejecutivo trata de echar un tupido velo y que, cuando nos muramos los que vivimos aquello, se olvide. Los libros son las palabras que no se las lleva el viento. La idea es esa, reflejar lo que sufrimos muchos andaluces que solo buscábamos una estabilidad».
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Encarni Hinojosa | Málaga
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