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La vida de Antonio Leiva, de 73 años, pudo salvarse por una cuestión de segundos. Se salvó porque tenía cerca dos ángeles de la guardia, los policías locales Francisco Gálvez y Rafael Mérida. Se salvó porque los agentes lo sacaron a toda velocidad de su vehículo, empotrado contra una fachada tras sufrir un infarto que pudo ser fulminante. Se salvó por las maniobras de reanimación con las que lograron que recuperarse el pulso, que se paró unos instantes. Se salvó porque mientras masajeaban su corazón ya se escuchaban las sirenas de la ambulancia aproximándose.
Antonio «ha vuelto a nacer» porque la suerte estuvo de su parte. Así lo asegura su esposa, Isabel Cuevas, quien se deshace en palabras de agradecimiento para los policías y los sanitarios que intervinieron cuando la vida de su marido casi pendía de un hilo. «El cardiólogo me dijo que si no hubiesen actuado tan rápido no habría llegado ni al hospital; los policías lo salvaron», explica la mujer. Su marido ya está en su casa de Fuengirola, donde poco a poco va recuperándose.
Esa mañana de domingo, la del 9 de enero, Antonio despertó más nervioso de la cuenta, recuerda Isabel. Él no le dio mucha importancia. Desayunó y se fue al campo con su cuñado para plantar unas higueras. Seguía notándose fatigado y, antes de marcharse, se sentó un rato para que se le pasara el mareo. Al notarse mejor, se metió de nuevo en el automóvil para regresar a casa. Allí lo esperaba su mujer con la comida ya preparada. En el trayecto sufrió un ataque al corazón que le hizo perder el control del coche y acabó colisionando contra una pared del barrio de El Boquetillo, concretamente en la calle Miguel Bueno.
A poca distancia de allí se encontraban los policías que pusieron de nuevo su corazón en marcha. «Fuimos comisionados por la Sala del 092 porque un todoterreno se había empotrado en la fachada de una vivienda y pudimos presentarnos inmediatamente porque estábamos muy cerca», relata el agente Francisco Gálvez. Encontraron al conductor semiinconsciente, con dificultad para respirar y todos los síntomas de un paro cardíaco. El tiempo jugaba en contra y cada segundo podía ser determinante. El hombre quedó encajado en el vehículo. Pese a las complicaciones, lograron extraerlo por la puerta del copiloto.
«Es una persona muy corpulenta pero, por suerte, pudimos sacarla rápido», rememora su compañero, el indicativo Rafael Mérida. «Tuvo un buen rato el corazón parado», añade el policía. Sin perder ni un instante, procedieron a las maniobras de reanimación. El alivio fue inmenso cuando notaron que volvían los latidos. Eran leves, pero lo suficientemente fuertes para mantener la esperanza. En aquel instante, además, escucharon las sirenas de la ambulancia acercándose. «No tuvimos que usar ni el desfibrilador, los sanitarios no tardaron en llegar», indica.
Trasladado al Hospital Clínico
El corazón de Isabel casi se detuvo también aquel mediodía al recibir la llamada de su hermana, quien se enteró por causalidad del accidente de Antonio. «Imagínate, ninguno de mis tres hijos estaba aquí; tenía a uno en Granada, al otro de camino a Murcia y a mi hija trabajando, y nadie me cogía el móvil», se acuerda la mujer. Se dirigió al barrio de El Boquetillo con la angustia metida en el cuerpo, pero no encontró ni rastro de su marido o la ambulancia.
Luego fue al ambulatorio de Fuengirola con su hermano, donde le comentaron que su marido no había sido trasladado a ese centro. Probaron a buscar a Antonio en el hospital marbellí. Allí tampoco tenían constancia de que ningún paciente hubiera llegado en el transporte sanitario con signos de un infarto. «Por suerte mi cuñado se puso en contacto con la Policía y ya le indicaron que lo habían trasladado al Hospital Clínico; cuando llegamos ya lo habían operado y todo había salido bien», narra Isabel.
Antonio pasó tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) y otros seis ingresado en planta, ya fuera de peligro. Pudo regresar a su casa el pasado 18 de enero, después de recibir el alta médica. Al despertar no recordaba nada de lo sucedido. «A los días fuimos contándole y nos preguntaba, '¿pero entonces a mí me ha salvado la Policía? Pues tenemos que invitarlos y darles las gracias personalmente'», rememora la esposa.
Uno de sus hijos, tras varias gestiones para averiguar la identidad de los efectivos, consiguió hablar personalmente con Gálvez, a quien ya conocía. «La llamada fue una sorpresa porque esta persona había hecho trabajos en mi casa y no sabia que era familiar del accidentado, fue muy gratificante saber que el hombre pudo salir adelante por nuestra actuación y por la de los sanitarios», asegura el agente.
Su compañero, a quien el hijo de Antonio hizo extensivo el agradecimiento de su familia, apunta a que gestos como este son «casi lo más bonito de la profesión». Con los días, además, Mérida supo que la víctima del infarto era una persona muy conocida por la zona. Durante 32 años regentó el Bar Filemón, al que echó el cierre en 2013 para disfrutar de su jubilación. Su antiguo establecimiento, causalidades de la vida, se localizaba en el mismo barrio en que tuvo lugar el siniestro.
De momento, indica Isabel, no han podido averiguar los nombres de los sanitarios que acudieron en ambulancia al rescate de su marido. «Estaremos eternamente agradecidos porque esto no podríamos contarlo si no fuera por los policías y los médicos que ayudaron a Antonio», sostiene la mujer. Para su familia, los verdaderos héroes son los que llegan anunciados por el sonido de las sirenas.
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