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Atiende a la llamada de Diario SUR en uno de sus descansos como repartidor en un local de comida. En 2015 fue rebautizado como el 'pintor dorado', aunque ese apodo nunca le encantó. Ahora tiene 26 años y sigue prefiriendo mantenerse en el anonimato. El ... joven de La Cala apenas tenía 20 años cuando, por las noches, se colgaba al hombro su mochila cargada de botes de pintura. Su impulso artístico lo llevó a pintar papeleras, contenedores y bancos de su municipio y de la capital con el propósito de darles un nuevo significado. Para sorpresa de la población, estos objetos amanecían siendo de 'oro'.
A pesar de la expectación y el misterio que generó, su «proyecto» no duró mucho tiempo. Concretamente, hasta que en abril de ese año fue detenido por la Policía. Estas pintadas, que en ningún momento pretendieron ser un acto vandálico, como él mismo mantiene, lo llevaron el pasado año a sentarse en un banquillo de los acusados de el Juzgado de lo Penal 4 de la Ciudad de la Justicia en Málaga. La sentencia fue condenatoria. Él recurrió, pero la Audiencia Provincial también falló el pasado mes de diciembre en su contra.
Casi siete años después de que toda esta historia comenzase, el procesado por un delito de daños al mobiliario urbano ya está cansado de pelear su causa en los tribunales. Según se expone en la resolución, a la que ha tenido acceso este periódico, tendrá que abonar 4.500 de multa y otros 3.255 euros en concepto de indemnización. En total, la suma asciende a 7.755 euros. Ahora se plantea la manera de hacer frente a esta cantidad.
Como ya hiciera en su día el artista malagueño Dadi Dreucol, que en 2015 pagó una multa por pintar un mural al venderla reconvertida en una obra de arte, él también se propone buscar apoyos a través de una exposición. «Todavía está todo un poco en el aire, pero mi idea es hacer una muestra contando con la colaboración de más artistas; me gustaría que se hiciera en La Cala o en el Rincón de la Victoria por cercanía a mi pueblo y porque son lugares que no cuentan con muchos espacios que den pie al desarrollo cultural y artístico», comparte el creador de las papeleras doradas.
Según explica, antes no pudieron embargar la cuantía de la multa de su cuenta porque su sueldo no alcanzaba el salario mínimo interprofesional, pero esta situación cambió al obtener su nuevo empleo, hace poco más de un mes. «No me ha dado tiempo a consultar si me han quitado ya el dinero ni me ha llegado la notificación, pero me imagino que lo harán pronto... para cobrar son rápidos», dice en tono de broma.
Su intención, además de recaudar fondos para abonar las cantidades impuestas por la condena judicial, es rescatar el concepto de la iniciativa artística que dio lugar a su detención , además de reflejar cómo vivió la actuación policial siendo un chaval de 20 años. Con la madurez que le ha dado el paso de los años, se da cuenta de que entonces era «un joven inexperto». Ahora sabe que no tendría por qué haber permitido a los agentes que lo cazaron pintando unas firmas que visualizaran las imágenes de la cámara que portaba en su mochila junto a varios botes.
En ella había varias fotos que lo vinculaban a sus piezas doradas. Quizás tampoco habría firmado la hoja de registro de su vivienda, como hizo en un intento inútil de evitar más follones. «La verdad que me pillaron con la guardia baja», afirma. De su habitación se llevaron una piedra pintada de color oro, pero «poco más».
Un debate abierto
Al autor de las creaciones doradas le gustaría que su condena, al menos, sirviera para que se volviera a debatir, o «abrir el melón» como él dice, sobre las contradicciones en la apuesta por el arte urbano en Málaga. «Es interesante que se reflexione sobre si hay protección a ciertos artistas y, al mismo tiempo, la penalización a otros, como yo», señala. Dicho esto, aclara que a él le parece bien que se cuente con creadores internacionales o de renombre, aunque, a su parecer, «al final lo local siempre se ve de algún modo menospreciado».
Pese al revuelo que se armó con los objetos que pintó de dorado, se queda con que la mayoría de los comentarios que escuchaba o leía sobre sus piezas artísticas eran positivos. «A mí lo que me gusta del arte es generar un impacto, y de esta manera pretendía invitar a pensar sobre los distintos significados de estos elementos del mobiliario urbano», contextualiza el joven. «Siempre sentí una conexión con la gente en situación de calle y eso fue lo que me acercó a las papeleras», detalla.
Como explica, por desgracia, hay muchas personas que sobreviven de que encuentran en la basura, para quienes estos recipientes llegan a convertirse en un tesoro. «Son objetos que pueden ser importantes, de ahí la reflexión sobre el uso que alguna gente le da y que otros no lo hacen», matiza el artista.
Después de esta pronta experiencia con el arte callejero, el joven de La Cala se marchó a Madrid para cursar un máster de La Escuela SUR -fundada por el Círculo de Bellas Artes- y la Universidad Carlos III. Tras todo lo aprendido, apunta que sigue siendo más de graffitis en entornos urbanos que de obras expuestas en galerías. Huye de la especulación que rodea al ámbito artístico, mantiene. Lo que le gusta es generar emociones, sobre todo a pie de calle.
Eso sí, aunque en este último tiempo se ha sentido un poco más apartado del mundo artístico, también para «buscarme un poco a mí mismo», su amor por el arte urbano siempre se ha mantenido intacto. «No descarto que, en caso de que los ayuntamientos o entidades nos den más apoyo, acabe participando o promoviendo actividades o proyectos que estén relacionados; yo estaría encantado», sostiene.
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