Un papel y un lápiz. Sólo así consiguió describir el infierno que estaba viviendo en su propia casa: «Odio a mi padrastro porque me viola». Decidió escapar de los abusos que sufría desde hacía meses de manos del hombre que vivía con ella, ... pero tenía miedo de decirlo en voz alta, así que lo escribió: envió un mensaje a su madre diciéndole que le había dejado una carta en el buzón y que no iba a volver. Tenía doce años. Él, treinta. Ha sido condenado a doce años de prisión y ocho de libertad vigilada por un delito continuado de abusos sexuales a víctima menor de 16 años con acceso carnal.
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Los hechos ocurrieron en Málaga capital, a lo largo de varios meses del 2017, y han sido juzgados recientemente en la Sección Tercera de la Audiencia Provincial de Málaga. Según ha resultado probado en el juicio –el abogado malagueño Luis Entreambasaguas ha representado a la familia–, el padrastro de la niña se aprovechó de la confianza que se había establecido en el núcleo familiar para «satisfacer sus libidinosos deseos». Abusaba de ella en los muchos momentos en los que se quedaba a solas con la niña, a la que solía cuidar cuando la madre salía a trabajar.
En concreto se han podido determinar con fechas casi exactas más de seis episodios de abusos continuados en diferentes lugares del domicilio. Cuando la menor decidió poner fin a la situación y fugarse de casa, envió un mensaje de texto a su madre: «Adiós mami, hay una carta para ti donde se ponen los correos».
En esa misiva la víctima describía lo sucedido, pero no ha sido localizada por las autoridades. Según ha quedado probado en el juicio, fue Carlos quien la interceptó antes de abandonar la ciudad, ya que la madre de la niña lo llamó con urgencia cuando recibió el mensaje de su hija. El ahora condenado sabía que lo iban a delatar, así que hizo las maletas y se fugó a Barcelona en posesión del documento, que no ha sido recuperado.
Finalmente la menor decidió regresar. Su madre la encontró tendida en la cama, llorando, y sosteniendo una segunda carta en la que había escrito la frase delatora («odio a mi padrastro porque me viola»). La mujer contactó con su ahora expareja y le dijo que lo iba a denunciar, pero él ya estaba fuera de la ciudad –dejó de acudir a un trabajo fijo en el que llevaba más de diez años contratado–.
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La madre de la víctima acudió a dependencias de la Policía Nacional, donde entregó además varios dispositivos de almacenamiento que tenía Carlos en los que había archivos de pornografía infantil (este otro delito se está investigando en otro procedimiento, ya que, según ha podido saber SUR, no está relacionado con su hijastra).
La menor presenta severas secuelas por la continuidad de los abusos. Sufre rumiaciones cognitivas –pensamientos reiterativos sobre un hecho traumático–, depresión, ansiedad y manifestaciones psicosomáticas. Ha tenido que ser tratada por especialistas y, tal y como se ha expuesto en el juicio, su sintomatología postraumática se manifiesta al experimentar «pensamientos recurrentes y pesadillas sobre la vivencia sexual, elevado malestar y bloqueo emocional ante el recuerdo de los hechos».
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La Fiscalía pedía quince años de prisión, aunque finalmente la Audiencia Provincial lo ha sentenciado a doce años de privación de libertad, acompañados de otros ocho de libertad vigilada (una vez salga de prisión). No podrá acercarse a la víctima a menos de 500 metros durante quince años. En este mismo tiempo tampoco podrá trabajar en ningún puesto en el que tenga contacto regular y directo con menores de edad.
Esta sentencia guarda un llamativo componente judicial en cuanto a la instrucción y el juicio en los casos de abusos sexuales a menores. Durante la investigación de los hechos, la magistrada instructora ordenó que se explorase a la víctima en una cámara de Gesell, un espacio creado para reducir el impacto de quienes han pasado por un hecho traumático y tienen que revivirlo –la víctima declara ante un experto que recibe instrucciones de las partes, que se encuentran ocultas en un espacio contiguo–.
Los peritos desaconsejaban de forma tajante que la menor volviese a declarar en la vista, así que se aceptó que la grabación de la exploración en la cámara de Gesell funcionase como una prueba reconstituida. Es decir, que se le dio a esa grabación el mismo valor que, por ejemplo, a una entrada y registro de un domicilio o a una autopsia, pruebas que por su propia naturaleza no se pueden llevar a cabo ante el plenario de una sala de vistas. Ese es uno de los principales objetivos de estas instalaciones:reducir el laberinto de declaraciones por el que debe pasar un menor.
Las cámaras de Gesell llevan varios años funcionando en la justicia española. La de Málaga se instaló en 2017, siendo la primera de Andalucía y una de las pioneras del país. Se trata de una habitación decorada con colores vivos, peluches y juguetes en la que el único elemento que llama la atención es un cristal opaco.
Al otro lado, sin ser vistos, se disponen las partes, que se pueden comunicar con la persona que está explorando al menor, generalmente un psicólogo autorizado y capacitado para conducir la conversación de forma no lesiva. Juez, fiscal y abogados pueden realizar preguntas al experto a través de un micrófono, y este las adapta a la edad del menor.
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