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La enfermera Bárbara Muñoz, ayer, con la pequeña María, que le entregó un ramo de flores. Sur
Milagro en la cabalgata: «Mi hija se atragantó con un caramelo; si no es por la enfermera... »
Cabalgata de Puerto de la Torre

Milagro en la cabalgata: «Mi hija se atragantó con un caramelo; si no es por la enfermera... »

El padre vio que la pequeña María, de 4 años, empezaba a sangrar por la nariz y por la boca, y Bárbara Muñoz, que trabaja en la UCI del Regional, logró que expulsara la golosina

Juan Cano

Málaga

Viernes, 5 de enero 2024, 00:14

Fue todo muy rápido, pero para Guillermo Pulet el tiempo adquirió una dimensión distinta y comprendió el significado de la palabra eternidad. En un abrir y cerrar de ojos, la película de su vida pasó de la algarabía de la cabalgata, la felicidad de los caramelos, el «ten cuidado, no te lo vayas a atragantar», la cría que no respira, la sangre en la nariz y en su boca, a la desesperación de un padre. Los gritos: «¡Se me muere, se me muere!». Y el milagro en las manos de Bárbara, una enfermera amiga que estaba entre el público. «Ya está, ¡respira!».

Guillermo había disfrutando de la cabalgata de Puerto de la Torre junto a sus dos hijos la tarde de este miércoles 3 de enero [su mujer no pudo acompañarlos porque estaba en el funeral de un familiar]. Volvían los tres a casa paseando por la avenida Lope de Rueda y con la pequeña María, la mayor de los dos, de 4 años, saboreando el botín. «En el barrio me conoce mucha gente y nos dieron un montón de caramelos. Ella iba feliz con su bolsa y me dijo: 'Papá, dame uno'. Se comió uno blandito y yo cogí uno duro para mí. Entonces, me dijo: 'Quiero uno como el tuyo'».

El padre rebuscó en la bolsa y, antes de dárselo, le advirtió: «María, cariño, ten cuidado que te puedes atragantar». Recuerda Guillermo que ese primer caramelo se le cayó al suelo, así que la pequeña le pidió otro. «Voy a chuparlo mucho, que es muy grande», anunció para tranquilizarlo. Él siguió caminando mientras empujaba el carrito en el que iba su hijo pequeño, de año y medio, pensando que María venía detrás. Pero no.

Al darse la vuelta, comprobó que la niña se había quedado rezagada unos metros. Cuando le iba a pedir que acelerara el paso, observó que María tenía las manos en el cuello. «Vi que no podía respirar bien, aunque aún le llegaba algo de aire. Le metí un dedo en la boca para intentar sacarle el caramelo, pero no llegaba; estaba muy profundo».

Guillermo trató de hacerle la maniobra de Heimlich y comenzó a darle unos golpecitos en la espalda, sin éxito. «Iba con unos vecinos y les pedí que llamaran al 112. Uno de ellos me dijo que le diera a la niña porque había hecho recientemente un curso de primeros auxilios, pero la cría seguía sin reaccionar. Entonces, vi a un policía local a lo lejos y me llevé a mi hija en volandas», relata el padre.

Para entonces, la pequeña había empezado a sangrar por la nariz y por la boca, aunque Guillermo está seguro de que no estuvo por completo sin respiración, ya que no llegó a perder el conocimiento. «El agente empezó con la maniobra, pero no había manera, tampoco llegaba al caramelo».

Los padres de María, junto a Bárbara (izquierda), en el domicilio de la familia. Sur

Instantes antes del atragantamiento, Guillermo había pasado con su carrito junto a una mesa de un bar donde varias amigas tomaban café. Reconoció a una de ellas, Bárbara Muñoz, porque sus hijos van al mismo colegio. Se saludaron y se despidieron. Sin más.

Pasados unos segundos, una de las amigas de Bárbara se percató de que había un hombre alto corriendo con una niña en brazos en dirección a un policía que integraba el dispositivo de la cabalgata. Ella le dio un codazo a Bárbara, que es enfermera, y que se levantó como un resorte de la mesa para ayudar. «Había una rotonda y me metí sin mirar. Un coche me dio un golpe, pero no me paré. Cuando llegué, el policía local ya estaba interviniendo. Le dije: '¿Me deja a la niña? Soy enfermera».

«La cría estaba sangrando por el esfuerzo. Le metí los dedos y vi que no tenía el caramelo en la boca. Me puse en el suelo con ella y le di unos golpecitos en la espalda hasta que ella misma lanzó la bola. Justo en ese momento me di cuenta de que yo a la niña la conocía, y ya vi al padre al lado y me di cuenta de que era Guillermo», relata Bárbara, que ha recibido el mejor regalo de Reyes al que pueda aspirar un sanitario.

Al padre aún le cuesta olvidarlo. «Fueron los tres o cuatro peores minutos de mi vida. Llevo toda la noche sin dormir, con la niña encima de mí, pensando en todo lo que podía haber pasado», reconoce Guillermo, que no tiene palabras para agradecer a la enfermera que salvó a su hija: «Si no es por ella... Gracias a Bárbara tenemos a nuestra niña aquí».

«La cosa es que yo no quería ir a la cabalgata», explica Bárbara, que trabaja en la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital Regional de Málaga. «Teníamos previsto ir a la de Torremolinos y, como mis hijos son muy pequeños, no sabía cómo explicarles que podían ver a los reyes dos veces». Al final, sus amigas la convencieron para que fuera a la de Puerto de la Torre. «El destino quiso que yo estuviera allí esa tarde», confiesa.

María es una cría alta para su edad, muy cariñosa y «superbuena», en palabras de Guillermo. «La inocencia personificada», insiste el padre. En la carta de los Reyes Magos pidió un ordenador de juguete y sus majestades le adelantaron un ángel de la guarda. Ayer, recuperada del susto, ella misma regaló un ramo de flores a Bárbara mientras, con voz tímida, la abrazaba y le decía: «Gracias por quitarme el caramelo».

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