«Buenas tardes, preciosa, ¿te apetece venir a mi casa?». La invitación le llegó por Whatsapp a uno de sus teléfonos móviles («el del trabajo», ... aclara), que está publicado en una web de contactos. Empezaron a conversar.
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Él le explicó sus preferencias sexuales, sus fetiches... «Si tienes juguetito, popper (un estimulante con efecto vasodilatador) o viagra, tráetelo. Vente y echamos un buen rato. A mí lo que me gusta es pasarlo bien y que la otra persona también disfrute», le contó.
Ella puso el precio (120 euros) y, para asegurarse de que era un cliente de verdad, le pidió 30 por adelantado para el taxi. «El otro día me llamaron para un servicio y, cuando llegué, el número de la calle que me habían dado no existía. A veces pasa. A algunos les gusta reírse de nosotras», explica ella.
Cuando vio el bizum en la pantalla del móvil, comenzó a maquillarse.
Carla (63 años) se siente Carla desde que nació, aunque su pasaporte diga que se llama Julio. Lo sabe desde pequeña, cuando jugaba a vestirse con la ropa de mamá. «Al principio hacía gracia, pero cuando ven que vas en serio, te quieren cambiar».
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Asegura que siempre quiso ser mujer, pero que esa metamorfosis es lenta. «Empiezas siendo una mariquita más. Luego comienzas a hormonarte (lleva 10 años) y el siguiente paso es la operación. Pero eso ya se me jodió. Le he preguntado al médico que para cuándo y me ha dicho que ahora esté tranquila, que primero tengo que arreglar esto».
«Esto» son las 22 fracturas que recorren su cuerpo tras saltar desde una tercera planta porque era la única escapatoria al cuchillo que, según denuncia, un hombre blandía contra ella. Estar a punto de morir por huir de la muerte.
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«Esto» es la pelvis destrozada, que le obligará a tener una prótesis, a usar silla de ruedas durante una temporada y que le hará pasar por un quinario de operaciones y rehabilitación para, con suerte, volver a andar «como lo haces tú».
«Esto» es beber agua con ayuda de una pajita y de sus amigas, que se turnan en el hospital, porque tiene el cuerpo roto y sólo puede mover el brazo derecho.
«Esto» es también la sensación de impotencia, «de que me puedan vapulear sin que se me respete, de que no tengamos ayuda de nadie y sigamos siendo invisibles», dice Carla. «Estamos en la sombra. Si estuviéramos en la luz, esto no nos pasaría».
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Oscurecía la tarde del miércoles día 20 cuando llegó a la casa del cliente, en el número 10 de la calle Viña del Mar, en Puerta Blanca. Era la primera vez que lo veía. «Abrió la puerta completamente desnudo. Tenía toda la mesa llena de drogas. ¿Quieres tomar algo?, me preguntó. Yo le dije que no consumo y le pedí una coca-cola».
Lo notó «medio raro», pero pensó que era por los psicotrópicos. A la hora, «cuando se le empezaba a acabar la droga», cambió. «Creo que le dio el mono o algo. No fue un problema de dinero, porque, de hecho, ya me había pagado. He estado con locos, pero eso... Empezó a buscar fantasmas, a mirar debajo del sofá, de la mesa... Echó las cortinas y las cerró con pinzas de la ropa. Yo le dije: 'Mira, mi amor, mejor yo me voy ya, que el tiempo ha terminado'».
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Carla quiso salir, pero no pudo. No sabe en qué momento las llaves -que habían estado colocadas por dentro en la cerradura- desaparecieron y, con ellas, la única alternativa al balcón. «Dame las llaves», reclamó ella. Él -siempre según la versión de la denunciante- respondió: «Ya no te vas». Forcejearon y, de repente, sacó un machete de 60 centímetros que tenía escondido bajo el sofá. «Me dijo: 'Hija de puta, te voy a atravesar'».
Carla se viene abajo al recordar y se cubre las lágrimas con el único brazo que puede mover. Le pide a su amiga con un gesto que le dé la mano, como si buscara la fuerza que necesita para continuar con el relato: «Es terrible, yo fui para estar de fiesta y acabé en una película de terror».
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Se niega a llamarlo cliente, porque «a mí los clientes siempre me han tratado bien», aclara. «Un drogadicto te puede robar, pero no hace que saltes por la ventana». Asegura que es la primera vez que sufre una agresión física. «Otra cosa es el rechazo», matiza, ese que le hizo abandonar su país, «más transfóbico que éste», en el que era empresaria y se ganaba la vida como peluquera.
Apenas lleva cinco años en España, los cuatro últimos como trabajadora sexual, y tiene un entorno que la quiere y la arropa para no dejarla caer. Tres amigas se turnan para cuidarla en el hospital. En el rato de la conversación suben a verla varios enfermeros que la atendieron en la UCI, de la que salió este el martes 26. En los seis días que estuvo allí Carla se ganó al personal de urgencias que la asistió.
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A los enfermeros les preguntaba, asustada, si su agresor podía entrar en el hospital y volver a atacarla. «Una doctora me tranquilizó y me dijo que era imposible que él accediera a la UCI. Son todos majísimos. No tengo forma de agradecerles el trato a los sanitarios y también a la policía». Tras su detención, el individuo ha ingresado en prisión acusado de intentar matarla. Y ella respira un poco más tranquila.
De pronto -vuelve al relato- lo vio encima: «Cuando tuve el cuchillo delante, me vi atravesada, así que me refugié en el balcón. No pude hacer otra cosa que saltar». Carla cayó a la terraza del primero, donde la atendió un matrimonio. «Me gustaría darles las gracias, se portaron muy bien. Fueron buenísimos conmigo», añade.
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En ese momento pensó que la había apuñalado, aunque no fue así. Cuando llegó al hospital, las radiografías revelaron que tiene huesos rotos por todo el cuerpo a causa de la caída. La peor lesión es, quizá, la rotura del acétabulo de la pelvis, una de las cavidades donde encaja la cabeza del fémur. «Me tienen que operar. Es una intervención muy grande y arriesgada. Me tienen que abrir por delante y existe gran riesgo de infección. Como poco, me quedan tres meses en silla de ruedas», explica.
Y ese es el segundo drama al que se enfrenta Carla: cómo afrontar el postoperatorio, la rehabilitación, los desplazamientos... sin recursos. Sin una pensión, sin sustento. «Me ha jodido la vida, primero por la salud, pero también porque me ha dejado sin trabajo. Yo consumo, compro comida, pago mis impuestos, y ahora el Estado no te da nada. ¿Dónde voy a dormir, si no tengo nada? Me dejó en la calle. ¿Quién va a sostenerme?».
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