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Antonio, junto al hijo de su pareja, antes del accidente. SUR
Un malagueño, parapléjico tras saltar en una cama elástica: el milagro que necesita Antonio

Un malagueño, parapléjico tras saltar en una cama elástica: el milagro que necesita Antonio

La familia del malagueño de 38 años que ha quedado parapléjico tras saltar en una cama elástica con el hijo de su pareja se enfrenta ahora a los gastos de la estancia en el hospital de Toledo

Sábado, 19 de diciembre 2020

La vida pasa en ese maldito segundo. Ese instante en el que todo cambia de repente. La familia, la pareja, los hijos, los proyectos, los planes, la agenda del día, el trabajo... Los 38 años anteriores. Y los que quedan por venir. Todo queda suspendido en ese maldito segundo. Y a partir de ahí, lo que antes eran certezas ahora son dudas. Y la vida se vuelve del revés. Como un calcetín. Y eso que llaman destino reparte cartas nuevas.

Antonio Robledo Díaz saltó pensando que, al caer, volvería a saltar. Que daría unas cuantas volteretas más en esas «dos horillas» de descanso que aprovechó para llevar a Álvaro, el hijo de su pareja, a las camas elásticas del Altitude Park, en el centro comercial Málaga Nostrum.

–«¿Es tu padre?», preguntaron los bomberos al ver al crío llorar y lamentarse, roto de dolor, cuando se dio cuenta de que  Antonio no podía moverse.

–«No, pero como si lo fuera», respondió él.

Esa tarde, Antonio pensaba vender unos cuantos cartuchos de castañas con Eva en su puestecito de Mangas Verdes, donde se sacan unos euros con los que defenderse de un mal invierno. Su familia es «castañera». Los padres, Paco y Pilar, regentan un puesto en la avenida Plutarco, en Teatinos, donde la heladería Kalúa. Sus cuñadas tienen otros dos en El Palo y Puerto de la Torre. «Con esto del Covid, vendemos la mitad que antes», dice Pilar, la madre, que hizo las maletas sin pensarlo para irse a cuidar a Antonio, el mayor de tres. En Lagunillas deja una casa con una suegra de 88 años y el único de sus hijos que vive con ellos, Noel, que acaba de separarse.

Antonio se mudó con Eva nada más empezar a salir. «No estamos casados, pero como si lo estuviéramos. Somos muy felices. Es una historia muy bonita, diferente... Muy de verdad», relata ella, que se emociona al hablar de él. «Lo amo con todas mis fuerzas, no paro de decírselo. Esté como esté es mío, para mí, para siempre. Voy a estar a su lado». Se lo repite ahora, constantemente, en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, donde Antonio se encuentra ingresado por una mala caída en aquel maldito segundo en las camas elásticas. Antonio no responde. Está sedado a causa de una neumonía contraída en las operaciones para repararle la fractura de la vértebra cervical C5. «Pero cuando me escucha encoge las cejas y se le acelera el corazón», dice Eva.

Eva y Antonio, en una imagen reciente previa a la mala caída. SUR

El dueño del Altitude Park estaba en las instalaciones cuando ocurrió. «Es el peor accidente que puede pasar. Es muy mala suerte. A la entrada del parque explicamos las normas y les advertimos de que no se deben intentar piruetas que excedan las capacidades de cada uno. Como mucho, la gente se hace daño por abrir las piernas en exceso en un salto o separar las rodillas. Pero esto...», explica Sergio Tiedeke. «A todos los que nos pilló allí –continúa el propietario de la empresa– nos impresionó muchísimo. Estuve una semana sin dormir. No imagino cómo debe estar la familia». Eva afirma que el personal del Altitude Park se ha volcado con ellos: »Se han portado muy bien con nosotros. La encargada me llama 10 veces al día para ver cómo está Antonio y el dueño hizo una donación de 500 euros para ayudarnos con los gastos».

Sergio Campos estaba de guardia en el parque de Bomberos de Las Pirámides cuando el aviso sonó por megafonía: «Persona accidentada en un parque de atracciones. Se ha caído entre unos trampolines». De camino al Málaga Nóstrum, Sergio llamó a la sala del 080: «Me sonó raro y traté de ampliar información. Me explicaron que el 061 estaba allí y que nos había requerido para el rescate», relata a SUR.

Cuando llegaron, Antonio estaba tumbado boca arriba en medio de la piscina de espuma que sirve de pista de aterrizaje para las acrobacias y volteretas de las camas elásticas. «No se movía lo más mínimo, decía que le dolía un brazo. El médico nos dijo que había sospecha de lesión en la columna».

Sergio, que es un cabo experimentado del Real Cuerpo de Bomberos de Málaga, se fue a otra de las piscinas de espuma y la pisó varias veces. Luego caminó sobre ella. Era como una cama de agua. Ahí supo que se enfrentaba a un rescate «complejísimo», de los más difíciles de su vida profesional.

Si ya era difícil de por sí, la situación se complicó aún más cuando los sanitarios, que controlaban las constantes vitales de Antonio, comprobaron que tenía fiebre. La sospecha de Covid obligó a los rescatadores a usar trajes especiales, aunque una PCR confirmaría más tarde que era negativo.

La maniobra de aproximación se prolongó durante casi una hora. «Cuanto más nos acercábamos al paciente, más movíamos su zona de influencia. El último tramo lo hicimos a gatas para alterar lo menos posible la superficie».

Descartaron utilizar una camilla de cuchara al tratarse de una superficie blanda e inestable, en lugar de un plano recto. Optaron por usar una tabla rígida de rescate que fueron introduciendo desde la cabeza hasta la cintura.

Para «salvar» la zona de los glúteos, emplearon una maniobra de puente para, entre todos, alzarlo unos centímetros manteniendo alineados la cabeza, el cuello y el tronco. Al llegar a una superficie rígida, le pusieron un colchón de vacío, que se adapta perfectamente al cuerpo de una persona, y lo evacuaron a Carlos Haya.

Las posibilidades de que Antonio vuelva a caminar son casi nulas. La lesión, como le dijo a la familia una de las doctoras que lo operaron, requería un milagro. Y en Toledo ya se ha producido alguno que otro. El lunes llegaron Pilar, Paco y Eva en el Xsara Picasso de la familia, que ya tiene 15 años. Las dos primeras noches las durmieron en el coche, tapados con mantas, entre maletas y el papel de aluminio de los bocadillos que se llevaron de Málaga.

«Mi hijo me necesita, ahora mismo le hago falta», dice la madre. «Hoy –por ayer– estoy pasando un día malo, pero tengo mucha fe. El Cautivo está conmigo y con mi hijo. También mis difuntos. Mi madre, mi hermana, que murió joven, están con él». Se rompe al hablar de su Antonio, buen padre, buen hijo, deportista y muy trabajador. «Es una bellísima persona. Como madre... te puedes imaginar. Estoy destrozada».

Rafael Pérez Pallarés conoce bien a la familia. Son feligreses de la iglesia del Buen Pastor, en la calle Cristo, de la que él es párroco. «Son muy buenas personas», describe el sacerdote, que se puso manos a la obra inmediatamente para ofrecer toda la ayuda que estuviera en su mano. Al otro lado del teléfono encontró a Javier García-Cabañas, que es secretario general de Cáritas Diocesana en Toledo. «No conocía a Rafa [Pérez Pallarés], pero ya es como si fuéramos amigos. Me impresionó la historia, y mira que aquí estamos familiarizados con estas situaciones», explica el representante de Cáritas.

María tenía 33 años cuando salió despedida del asiento del copiloto del coche que conducía un novio que también duró un maldito segundo. El accidente le dañó la quinta vértebra dorsal. «Pasé mi tiempo un poco angustiada. Verte de pronto en silla de ruedas y sin pareja. Pero he sobrevivido. He sacado la cabeza, he reformado mi vida y soy más feliz de lo que era antes. Es curioso, pero la discapacidad me ha hecho más libre y mejor persona».

Sucedió en 2002. «En aquel momento era más barato pedir una hipoteca para comprar una vivienda que pagar un alquiler». Sus padres localizaron un piso «superadaptado» y María utilizó parte de la indemnización que percibió por el siniestro para la entrada. Le costó 240.000 euros.

Antonio, en el puesto de castañas en el que trabaja. SUR

El resto del dinero lo empleó en su sueño, una casa en el campo donde vivir rodeada de animales y naturaleza. «Mi idea siempre fue vender el piso de Toledo para comprarla, pero ahora no me dan ni la mitad de lo que me costó». A María le quedan unos 140.000 euros de hipoteca del piso. Paga 650 euros mensuales de hipoteca más la comunidad y el IBI.

«Es una ruina de piso... Para ir solventando la hipoteca, decidí alquilarlo a gente que estuviera en una situación como la que yo me encontré. Verte así, de la noche a la mañana, supone no solo un descuadre psicológico, sino también económico. No sabes cómo salir. Y la vida es mucho más cara en silla de ruedas».

Pero el suyo no es un alquiler al uso. No pide fianza ni una anualidad completa. El inquilino dura lo que su tratamiento. «No les pido un contrato serio. Puedes estar tres meses, seis, nueve... Aquí en Toledo nadie te alquila por menos de un año. Yo sí», asegura María.

La hermana pequeña de Antonio, Carmen, contactó con Aspaym –la asociación de personas con lesión medular y otras discapacidades físicas– para buscar algún alojamiento para su familia en Toledo. Ahí le dieron el teléfono de María, que alquilaba su piso adaptado. 550 euros al mes.

En la primera llamada de teléfono, Eva le explicó que necesitaban algo más barato. «Me he traído todo el dinero que tengo, que no es mucho, y tengo que seguir pagando la casa de Málaga», confiesa Pilar, la madre de Antonio. Ni Eva ni ella quieren dar un número de cuenta. No necesitan dinero, insisten. Necesitan comida y un techo. Un lugar desde donde ayudar a Antonio. «Ya en esa llamada les quité 50 euros», dice María.

Quedaron en verse en persona para conocerse. «Me dieron muy buena sensación, gente humilde, con un alma buena», continúa María. «Me explicaron su situación y le di las llaves sin que me entregaran ni un euro. Solo les pedí que me prometieran que iban a intentar arreglarlo, porque el piso no es mío, sigue siendo del banco, y que aunque sea tarde, me paguen el alquiler. En cualquier caso, voy a ir a verlos, a ayudarles en todo lo que pueda y a facilitarles un poco las cosas».

El capellán del hospital, muy familiarizado con estos casos, habló con la familia y con los médicos para conocer la situación y los meses de tratamiento que Antonio tiene por delante. Tras ello, contactó con Cáritas. «La familia tiene unos recursos limitados», explica García-Cabañas. «Vamos a brindarle apoyo en un doble sentido: que no se sientan solos y que tengan un apoyo económico. Es un periodo de tiempo en que no van a trabajar y no van a tener ningún ingreso ni aquí ni allí. Todo es muy complicado cuando ocurre algo así», cuenta el secretario general de Cáritas Diocesana en Toledo, que avanza: «Pondremos, como mínimo, la mitad del alquiler más los suministros del piso».

A Antonio y, por extensión, a sus padres y a Eva les quedan entre seis y nueve meses en Toledo. Seis meses por un maldito segundo. «Yo confío en él. Le veo mover los dedos...» Y Eva, entonces, cree un poco más en el milagro.

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