La humanidad no entiende de fronteras, ni de razas o creencias. Bien lo sabe Mamadou, a quien no detuvo ni el oleaje ni el frío, ni siquiera su miedo al mar, para rescatar a un bañista que pedía auxilio en la playa de La Malagueta. El joven de 19 años, procedente de Senegal, se dio cuenta de que el hombre no podía salir por sus propios medios del agua. Y no se lo pensó. Dejó las pocas pertenencias que llevaba encima en la orilla y nadó lo más deprisa que pudo para llegar hasta él.
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«Me di cuenta de que algo pasaba porque había muchas personas mirando al agua, como preocupadas; cuando vi lo que ocurría supe que tenía que hacer algo; en mi corazón era imposible no ayudar», explica el muchacho, un tanto extrañado al tener explicar algo que a él le resulta tan obvio. En aquel momento, recuerda, le vinieron a la mente los rostros de varios amigos y conocidos. Todos habían muerto en el mar tras confiar su suerte a una balsa para buscar una vida mejor. «No quería que a él le pasara lo mismo», manifiesta el chico, refiriéndose al bañista.
Los hechos sucedieron el pasado día 2 de febrero. Aquel día, Mamadou no tuvo que tomar ninguna decisión porque, en su cabeza, no había nada que plantearse. Así, dio brazadas hasta que, al cabo de unos minutos, llegó hasta el hombre en apuros, al que ayudó a salir del agua en buen estado. No tiene ni idea de cuántos minutos tardó en esta operación. Solo recuerda que el bañista se encontraba cerca de una boya y que, para cuando ambos llegaron a la orilla, él se sentía completamente exhausto y «muerto de frío».
El chico no tuvo ocasión de hablar con el individuo al que salvó la vida, aunque le hubiera gustado. Más tarde supo que se trataba de un hombre español, de 45 años. En aquel momento se quedó tranquilo porque pudo ver que estaba consciente y que otro varón, cree que un turista, ayudó al rescatado a expulsar parte del agua que había tragado. No pudo ver mucho más porque Mamadou también precisó asistencia sanitaria por hipotermia y fue trasladado en una ambulancia del 061 al Hospital Regional Universitario.
A las horas recibió el alta médica, aunque el muchacho volvió al centro hospitalario en los días posteriores para comprobar que todo estuviera en orden. «Es que tengo un problema de corazón», explica. De hecho, según relata, fue esa dolencia cardiaca la que le llevó a tomar la determinación de abandonar Senegal, donde, dice, no tenía posibilidad de recibir un tratamiento.
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Mamadou creció en Mbour, una región costera que apenas sobrevive de la pesca y que está localizada a unos 80 kilómetros de la capital, Dakar. Llegó a Canarias cuando todavía tenía 17 años, después de sobrevivir a una travesía en patera que se prolongó durante diez días. Diez días con sus respectivas noches, en las que parecían que todos los miedos se recrudecían. Recuerda que con él viajaban cerca de un centenar de personas y que, en medio de la inmensidad del mar, de la nada, llegó varias veces a la convicción de que aquel podría ser su final.
Cabe señalar que, de acuerdo con los datos que maneja la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), el pasado año fallecieron 812 personas cuando trataban de llegar a costas españolas desde distintos puntos del continente africano. La ruta canaria se ha convertido en la principal vía de entrada por vía marítima a España, pero también en una de las más mortales. Más de 1.500 personas perdieron la vida intentando llegar en patera desde 2021 hasta octubre de 2022 ante la falta de vías legales y seguras, según estima la organización.
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Mamadou se salvó, a pesar de que creyó que no lo conseguiría. Llegó a Canarias el mismo año de la irrupción de la pandemia y hace cosa de once meses fue trasladado a Málaga, donde tiene depositadas sus esperanzas de futuro. Quiere formarse en cocina y se imagina a sí mismo ganándose la vida entre fogones. Aunque, de momento, todos estos sueños están en el aire, porque todavía no se ha resuelto su solicitud de asilo.
El senegalés cuenta con el apoyo de CEAR, que le ha dado cobijo en uno de sus recursos habitacionales, le ayuda con las clases de español -tanto que Mamadou comprende y puede comunicarse en castellano sin apenas ayuda- y le asiste en el procedimiento jurídico para tratar de resolver su situación administrativa. Y lo más importante, cuenta con el apoyo emocional y el acompañamiento de los técnicos, que son lo más parecido a una familia que el joven tiene en Málaga.
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Su vida, de una forma u otra, ha estado vinculada a la costa desde que era un crío. En su país de origen pasaba los días en el puerto, tratando de comprar pescado para llevar algo de dinero a casa con la reventa. Desde chico escuchó historias de vecinos que intentaron migrar a Europa y de los que nunca más se volvió a saber nada. Por eso siempre había tenido respeto al mar, pero nunca como el que sintió durante su periplo en patera. Y pese a todo, Mamadou no dudó en vencer su miedo al escuchar los gritos de socorro en La Malagueta.
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