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«Mamá, de aquí no me muevo hasta que alguien ayude al perro»

«Mamá, de aquí no me muevo hasta que alguien ayude al perro»

Candela, una niña de los Asperones, plantó cara a la adversidad para rescatar a Van, la pequeña pomerania que ya se recupera de sus heridas en un hogar feliz

Domingo, 31 de mayo 2020, 00:57

Otro corte de luz, uno de tantos durante la cuarentena. Candela –doce años, quiere convertirse en la primera cirujana de los Asperones– tuvo que salir de casa para hacer los deberes mientras aún quedaban algunos restos de sol en los escalones del portal, convertidos en su segundo pupitre en esos días sin electricidad. Caía la tarde y, sin avisar, llegó ella. Una pomerania que en algún momento de su vida debió haber tenido el pelo blanco, pero que esa tarde del pasado 27 de abril lucía marrón y rojiza, llena de barro y sangre propia. «El animal se tumbó a su lado, tenía muy mala pinta», recuerda Carmen, madre de Candela, que no sabía cómo reaccionar ante el flechazo que se acababa de producir entre la niña y el can. Gracias a esta devoción instantánea y a la cabezonería de la pequeña, la historia del animal (ahora llamado Van) llegó a un final feliz: «Mamá, de aquí no me muevo hasta que alguien ayude al perro».

La pequeña contemplaba con fascinación a la recién llegada, que pese a su estado, movía el rabo ligeramente cuando interactuaban. Tenía un alambre enganchado en el cuello y una oreja completamente descolgada –finalmente tuvo que ser amputada quirúrgicamente debido a la necrosis de los tejidos– y los ojos entornados. Además lloraba, estaba sufriendo. «Candela quería meterla en casa, pero yo tengo otro niño más pequeño y entre eso, el virus... no me atrevía». La niña insistía, tozuda, tanto que dejó los libros y se centró única y exclusivamente en atender al perro. Le pusieron agua, que el animal agradeció. Se decidieron a pedir ayuda.

Lugar en el que estudia Candela cuando se va la luz en los Asperones. SUR

«Aquí estamos acostumbrados a llamar y que no venga nadie, o que vengan a los cuatro días; cuando no hay luz pasa eso, y así con todo», relata Carmen. Pero aun así probó suerte –si hubiera dependido de Candela, habrían llamado al Ejército de Tierra–. Primero probó con el 112. «Nos dijeron que teníamos que llamar a la Policía Local». Tras teclear el 092 se presentó una patrulla del distrito. Comprobaron que el can no tenía microchip (fue Candela quien le pasó el escáner– y vieron que no tenían medios para solventar la situación, por lo que tuvieron que retirarse a la espera de manos especializadas. Y entonces llegaron Manuel y Juan.

Son agentes del Grupo de Protección de la Naturaleza de la Policía Local. Estaban en labores preventivas para garantizar el cumplimiento del confinamiento, pero les consultaron desde la sala si podían intervenir. «Cuando nos dijeron cómo estaba la situación decidimos intervenir, no podíamos hacer otra cosa», relata Manuel. Llegaron hasta el lugar de los hechos y analizaron la situación: un animal «moribundo» y una niña «dispuesta a todo» por su bienestar. Ya habían empezado a hacer gestiones, permisos, autorizaciones, para buscar una salida a Van. Activaron a la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga donde, pese al coronavirus, los engranajes comenzaron a girar. Los policías llevaron al perro en el trasportín de su vehículo, destinado exclusivamente a especies protegidas. «Era una situación excepcional».

Llegaron a la Protectora y allí comenzaron sus cuidados, que progresaron de forma positiva pese a la pérdida total de la oreja. Y entonces llegó Silvia. «Nosotros llevábamos mucho tiempo queriendo un perro pequeño, nos daba igual si tenía una oreja o dos», asegura. El primer mes de acogida se llevó a cabo para comprobar si Van se llevaba bien con su otra perra. «En cuanto pasó una hora con nosotros cambió por completo, parecía otro animal, era como si siempre hubiese estado aquí», recuerda. Silvia ya ha adoptado al perro de forma definitiva y solo tiene palabras de agradecimiento para todas esas personas que han hecho posible la recuperación del animal –en especial a la Clínica Veterinaria Cristo de la Epidemia, que «no ha cobrado nada» por hacer dos curas diarias durante semanas.

Pero Silvia saca una importante conclusión de esta historia que destaca entre los días grises del confinamiento. «Ojalá hubiera más gente como Carmen y Candela; muchos habrían visto al perro, habrían pensado 'qué pena', y se habrían ido. Con más gente así nos iría de otra manera». Ahora, Van (llamada así en honor al pintor neerlandés Vincent Van Gogh, que también perdió la oreja derecha), es la reina de su nuevo barrio.

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