Un puesto de control es, según la RAE, un «lugar donde una o varias personas, en misión de vigilancia, inspeccionan las gentes y vehículos que pasan». Pero es mucho más que eso. Si algún día la acepción 'control de alcoholemia' se incorporara a la RAE, ... la definición sería algo así como «un lugar donde todo el que da positivo sólo ha tomado 'un par de copitas' seguido de 'se lo prometo, señor agente'». Algunos, ni eso. Lean.
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SUR ha acompañado a los agentes de la Guardia Civil de Tráfico de Málaga en una noche de controles en Marbella. Al mando está el teniente José Carlos, que actúa de intérprete de lo que sucede. Es un atlas de geografía humana que él lee a la perfección para manejar cada situación que se presenta.
Pasa la medianoche y los agentes de la Guardia Civil de Tráfico empiezan a sembrar el asfalto de conos y reflectantes para señalizar el primer punto de verificación, que se instala en la rotonda de Guadalmina. El filtro se coloca en el brazo que sale de la autovía hacia las urbanizaciones.
El primer etilómetro está en la mirada del guardia: ojos vidrioso y actitud esquiva. «Estos que pasan con la ventanilla subida, como si quisieran hacerse invisibles, y escondidos detrás del volante... son los que tienen más papeletas», bromea un agente al parar al primer candidato. «Coja la boquilla. ¿Sabe usted cómo se hace?», pregunta a continuación.
Llegado a este punto, a los conductores se les podría clasificar en dos grupos. En el primero están los que no han bebido. Estos cogen la bolsita de plástico que les entrega el guardia, la rompen, sacan la boquilla, la colocan en el etilómetro, soplan siguiendo las clarísimas indicaciones del agente –«siga, siga, siga hasta que yo le avise»–, sonríen al ver 0,0 en la pantalla y reanudan la marcha tras despedirse. Algunos sueltan, ufanos, un «vengo de trabajar», como queriendo subrayar las distancias con los que, a esa hora, vuelven de cenar o directamente de marcha.
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El segundo grupo es el de los que han bebido, aunque sólo sea ese «par de copitas». Inician el proceso a regañadientes y se atascan –todos, siempre– en el paso de soplar. «Estoy nervioso», «es la primera vez», «soy fumador, no puedo más», «tengo asma» o «a ver si va a estar roto el aparatito» son algunas de las excusas más típicas para justificar hasta cinco y seis intentos que colman, gota a gota, el vaso de la paciencia del guardia, hasta que les advierte de que la negativa a hacer la prueba ya es delito y entonces ya sí soplan bien.
Algunos se refugian en el idioma –«mi no comprender»–, pero la Benemérita está sobradamente preparada. Todos los agentes hablan inglés bastante fluido y el sargento Salas, un guardia civil de metro noventa, tan imponente como bonachón, sabe francés, catalán «y mallorquín, que yo trabajé en las islas», apostilla. Él pertenece al Grupo Operativo de Alcohol y Drogas (GOAD), que se mueve por toda la provincia para apoyar los controles.
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Erik (nombre ficticio, como todos los que aparecen en este reportaje) reconoce que ha tomado «un par de cervezas belgas» antes de volver a casa. «Tienen más alcohol, quizá por eso...», se justifica el primer positivo de la noche. Da 0,40 miligramos por litro de aire espirado, así que se queda esperanzado a que las pruebas de confirmación lo salven de la multa. Tiene 10 minutos para bajar de 0,25.
Esos 10 minutos de margen dan para mucho. «¿Puedo fumar?», pregunta una mujer de 60 años que acaba de duplicar la tasa cuando volvía de cenar con una amiga. En ese rato hubo algún comentario de «usted no sabe quién soy yo» o «no entiendo qué hacen ustedes poniendo controles aquí, que es una zona residencial» que los agentes soportaron estoicamente, porque los escuchan a diario. «A veces te sientes un poco incomprendido, parece que sólo estamos para multar, pero es mucho más que eso. Es la única forma de concienciar», apunta otro guardia.
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El teniente manda a parar a Adrián, un joven sudamericano que trabaja en la construcción y que conduce un utilitario de pequeño tamaño en el que viaja con su hijo, un niño de 8 años. El crío se asusta al ver el despliegue. «Hemos estado en un cumpleaños de unos familiares y me he tomado unas cervezas. Una litrona, ¿se dice así?». Adrián duplica la tasa. 10 minutos después la sigue duplicando. Y a los 20 minutos también. Tiene que llamar a su hermano para que se lleve el coche. «He cometido un error, hay que asumirlo. No me volverá a pasar», expresa antes de marcharse mientras su hijo se agarra sin soltarse a la cintura de su tío.
Cuando dan más de 0,25 en el etilómetro digital (de aproximación), los agentes le hacen otro test con el evidencial (el que está en el furgón, que servirá como prueba). Y después, dejan un margen mínimo de 10 minutos para un segundo test y evitar falsos positivos o lo que ellos llaman «alcohol en boca». Lo explica un guardia: «He visto a conductores dar más de 1 en la primera prueba y negativo a los 10 minutos. Si te acabas de tomar una copa, la tasa se dispara».
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Ese puede ser el caso de Fabián, un turista francés que conduce un Porsche y que ha dado una tasa de 1,26. Se baja del coche un tanto alterado y como el resto, lo cual demuestra que el perfil no entiende de idiomas ni de países, sostiene que sólo ha tomado un par de copas en Puerto Banús. El hombre mantiene bastante bien la verticalidad, aunque la ropa –los calzoncillos le asoman por detrás– delata que la noche ha sido un poco más larga de lo que cuenta. No hay espejismo en su caso: 0,99 en la segunda prueba. Eso es delito.
María acaba de dar positivo también. Conduce un coche lleno de sillitas de bebé. «Tengo niños pequeños y llevo años sin salir», explica al agente, que la escucha como quien se encuentra con una historia conocida. «Le juro que no he bebido, sólo le di un trago de una copa que se estaban pasando mis amigas y que me insistieron en que la probara. Ahora las voy a llamar, en menudo lío me han metido», sigue la joven, que no llega a los 40 kilos. «Mire mi bebé», le dice a uno de los guardias mientras le muestra una foto del móvil.
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Cuando a María, que ha dado 0,36, le anuncian el plazo de 10 minutos para la segunda prueba, se produce una escena surrealista que, en cambio, no sorprende a los guardias. Para ellos, es otra historia conocida. María, de pronto, sin previo aviso, echa a correr acera arriba, con tacones y todo. «¿Se está dando a la fuga?», pregunta incrédulo el fotógrafo. «No, no, es que creen que así pueden bajar la tasa», aclara el guardia.
Después de correr la calle arriba y abajo un par de veces, y de masticar un chicle, María volvió a dar una tasa de 0,34. Su caso generó un amago de debate entre los agentes, que ya le habían cogido hasta aprecio. «Es que está muy delgada... igual por eso», suelta uno de los guardias. «La ley es la ley», expresa otro. Ella, que lleva media hora dando vueltas, se desespera: «Mire, pago con la tarjeta y listo». Por pronto pago (antes de 20 días), y al ser una tasa inferior a 0,51, la multa se queda en 250 euros. Aún debe esperar un rato: nadie se marcha hasta que da negativo, salvo que venga un familiar o un amigo y se haga cargo del coche.
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Los mismos que pagó sin darle demasiadas vueltas una joven sueca que conducía un coche de alquiler y que se topó con el segundo control, que se instaló en el ramal de acceso a Puerto Banús. «Los extranjeros que no son residentes en España están obligados a pagar la multa antes de marcharse; si no la abona, el vehículo se queda inmovilizado», aclara el teniente. Aquí el perfil se repite, aunque aún más acentuado. Coches caros –lo difícil es ver un utilitario– y mucha gente joven de marcha, algunos con las copas aún dentro del vehículo. La noche acaba con 24 denunciados por alcoholemia positiva y dos investigados porque superaron la tasa penal. Y eso que sólo tomaron... un par de copitas.
Hasta 0,15: Es el máximo permitido. La tasa en el etilómetro se mide en miligramos de alcohol por litro de aire espirado.
Entre 0,15 y 0,30: 500 euros y 4 puntos del carné de conducir.
Más de 0,30: 1.000 euros y 6 puntos del carné.
Hasta 0,25: Tasa máxima de alcohol permitida para los conductores en general, salvo noveles y profesionales.
Entre 0,25 y 0,50: 500 euros y 4 puntos del carné de conducir.
Entre 0,51 y 0,60: 1.000 euros y 6 puntos del carné.
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