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Amigas de Sara se reúnen en memoria de la pequeña Camelia junto a la fachada del edificio donde murió. SUR
«Salía todas las noches de fiesta, nos decía que la niña estaba a cargo de una cuidadora»

«Salía todas las noches de fiesta, nos decía que la niña estaba a cargo de una cuidadora»

El círculo más íntimo de Sara cuenta cómo vivieron los días en que la joven pasó de ser su amiga a sospechosa de haber dejado morir a su bebé

Sábado, 7 de noviembre 2020, 01:46

La «intensa vida social» de Sara acabó la tarde del 3 de diciembre de 2018, cuando un furgón de la Guardia Civil la condujo a la cárcel de Alhaurín de la Torre. Está acusada de dejar morir a su hija, una bebé de apenas año y medio, de la que se desentendió durante un mes tras encerrarla en una habitación a oscuras con un biberón y unas cuantas galletas, según el fiscal, que pide para ella una condena a 21 años de cárcel.

Desde ese día, Sara no ha recibido ni una sola visita de sus amigos, que le han dado la espalda en bloque al saber lo que presuntamente hizo. Ninguno responde sus cartas desde la cárcel, en las que les pide que vayan a visitarla, que le lleven ropa de invierno y les recuerda las anécdotas que compartieron en tantas noches de fiesta. Porque Sara era una chica popular en el Centro. Pero ahora no tiene quien le escriba.

La historia de Sara en Málaga arranca en marzo de 2017, cuando llega con su hermana y su cuñado a Torre del Mar desde su Marruecos natal con 18 años recién cumplidos y un embarazo en ciernes. Se marchó de su país, según el fiscal, para ocultarle a su padre que estaba encinta. La excusa era preparar la selectividad y seguir sus estudios en España.

Su familia tenía recursos. Su padre le dio todo. Hasta le compró un caballo con el que ella se encaprichó. «Era la reina de mi casa», le confesó entre lágrimas a Hassan (29 años), el mejor amigo de Sara, en una cafetería de Málaga, tras enterarse de lo ocurrido. «Creo que el padre supo de la existencia de su nieta cuando ya había muerto. Me dio mucha pena –continúa el joven–, sus padres son ya mayores y muy buenas personas. No se podían creer que su hija hubiese hecho esto. Ni nadie».

Sara, que es una chica culta (habla cuatro idiomas), no aprovechó la oportunidad. Dejó de ir a clase en la academia de Vélez donde preparaba la selectividad y, tras dar a luz a la pequeña Camelia, que nació el 4 de mayo de 2017, se mudó a Málaga. Su cuñado firmó el contrato de alquiler de un apartamento en la calle Viento, en La Goleta.

A partir de ahí, los renglones de Sara comienzan a torcerse. Para empezar, resalta el fiscal, no gestionó el cambio de plaza en la guardería, lo que le habría permitido seguir teniendo el servicio gratuito. Empezó a salir por las noches, y no tardó en encontrar trabajo como relaciones públicas y camarera en una discoteca. «Es una chica alta, guapísima, con estudios... Se hizo popular», destaca Hassan.

«La conocí una noche que salí de juerga y ella se vino a dormir a mi casa», cuenta el joven, que no tuvo una relación sexual ni romántica con ella, pero que sí forjó una amistad «muy fuerte». Desde esa noche, dice Hassan, «empezó a venir todos los días a mi casa; prácticamente se quedó a vivir. Yo en aquel momento necesitaba cariño y ella me lo dio. La veía una chica muy simpática».

Hassan conoció a Sara a través de otros amigos que sí habían conocido a la pequeña Camelia. «Yo no llegué a verla nunca, pese a que le dije mil veces que la trajera a casa, que quería conocer a su hija. Me contó que la niña estaba en Torre del Mar a cargo de una persona». Y así se convirtieron en compañeros de piso, mientras la pequeña Camelia permanecía sola casi todo el día en el pequeño apartamento de la calle Viento.

Esos meses, los del verano de 2018, Sara ya salía «a diario» por los bares del Centro. «Su rutina era diferente a la mía, porque yo trabajaba. Ella estaba de fiesta toda la noche y luego se pasaba el día durmiendo. Algunas veces, cuando yo volvía del trabajo, a las cinco o las seis de la tarde, aún seguía acostada. Se levantaba, comía, se duchaba y otra vez a la calle. Era raro el día que no salía».

Samia (26) había sido compañera de piso de Hassan, al que considera su mejor amigo. Al visitarlo, conoció a Sara y le cogió cariño muy pronto. «Es que no era mala chica», replica la joven, que también ha recibido varias cartas de la acusada. «Nosotros –añade– vivimos una cosa diferente con ella. Por eso ahora no entendemos nada». Hassan lo comparte: «Ha sido buena amiga».

«Quiero saber por qué lo hizo»

Pero eso no significa que la defiendan. Porque no lo hacen. La frase que más se repiten ahora es cómo no nos dimos cuenta. «La verdad, todavía no le encuentro sentido. No llegamos a entender qué pasó, ni por qué hizo algo así». Hassan no ha querido –ni quiere– visitarla en la cárcel en busca de respuestas. «Lo pasé muy mal, me entró una depresión y estuve más de un mes sin poder entrar en mi casa. La imaginaba en todos lados. Yo la quería mucho y me he fiado de ella. Pero cuando me enteré de todo... Entré en 'shock'». Samia, en cambio, no descarta enfrentarse a esos interrogantes. «Sinceramente, sí quiero ir a verla. Quiero escuchar algo de su boca. Quiero saber por qué lo hizo».

Todos en su entorno coinciden en que estaba «todo el día de fiesta». Violeta (36) la conoció por medio de unos amigos. «Hemos coincidido en algunos bares y también la vi a veces con la niña. La vestía muy mona. Cuando estaba con Camelia, todo el mundo quería cogerla en brazos, le comprábamos comida...», cuenta la joven.

Un día, recuerda Samia, tuvo un conversación con Sara sobre su estilo de vida. «Le pregunté por qué no se levantaba y buscaba trabajo, que ese era el único modo de cambiar su vida. Ella me respondió: 'No es como tú piensas. Mi vida no tiene sentido'. Ahora lo pienso y creo que ya lo había hecho». Hassan dice que quería ser azafata de vuelo: «Yo la acompañé a la academia para que se apuntara».

El día que se descubrió todo, el día que se le acabaron las excusas, Sara estaba con Samia en el hotel en el que ésta trabajaba. «Su familia vino a buscarla a Málaga porque no podían contactar con ella. Yo la convencí. Le dije que su hermano llevaba años sin verla y que su hermana había venido desde Marruecos, que tenía que hacer el esfuerzo. Que se sentara, se tomara un café con ellos y adiós». Al final aceptó y se marchó del hotel con sus hermanos.

Sara volvió al cabo de un rato al hotel de su amiga. «Estaba llorando y venía corriendo, medio asfixiada. Me dijo: 'Si le cogéis el teléfono a mis hermanos, voy a la cárcel'. Intenté saber más, le pregunté qué le había pasado. Me dijo que se había peleado con su hermana porque quería que le enseñara a la niña. Yo le pregunté por qué no le dejaba verla, que no pasaba nada», relata Samia.

Estuvo casi una hora con ella sin conseguir sacarle nada, hasta que al final le preguntó directamente dónde estaba Camelia. Y ella, según Samia, respondió: «Está muerta. La he dejado encerrada». Su amiga intentó hacerle ver que a lo mejor aún estaba viva. Sara rechazó esa posibilidad. «No creo», le dijo.

«O la traes o vas preso»

Antes de la confesión, Sara había llamado a su novio –al que conoció porque trabajaba como portero en una discoteca del centro– desde el móvil de Samia para que la recogiera en el hotel. «Cuando supe que su familia había encontrado a la niña, y que su hermana estaba en el hospital con un ataque de ansiedad, llamé a la policía. Le di a los agentes el teléfono del novio. Le dijeron que o traía a Sara o iba preso con ella». Minutos después, la joven era detenida.

El día 10 de diciembre de 2018, Camelia recibió sepultura en Málaga. Asistieron sus tíos maternos y una docena de amigos de Sara. Hassan asegura que buscó por sus propios medios al padre de la bebé. Logró localizarlo y, dice, lo llamó para que acudiera al entierro. «Me respondió que le pillaba muy mal y que no podía venir», explica.

Algunos amigos de Sara –quizá sea más correcto antiguos amigos– se han reunido varias veces en el edificio de la calle Viento y llenaron la fachada de fotos y peluches de Camelia. Es su manera de recordarla y que su caso no caiga en el olvido. «Es horrible, esto no puede quedar así», se lamenta Violeta.

En el edificio todos saben lo que ocurrió, aunque la mayoría llegó al vecindario después del hallazgo. Mientras recoge la ropa tendida del balcón, uno de ellos se limita a decir que una vez se mudó fue conociendo la historia. «Prefiero saber lo menos posible», confiesa.

Lo mismo ocurre con Francisco, que pasea un pequeño perro por los callejones adyacentes a la calle Viento. «Paso por aquí todos los días. Cuando la gente se enteró de lo que había pasado fue durísimo, muchos la escucharon llorar hasta que un día ya no oían nada. Pensaron que se habían mudado». Muchas viviendas del bloque están ahora vacías, y solo un vecino más accede a hablar con SUR. «Nunca te imaginas que algo así pueda pasar, y menos frente a tu casa», expresa.

Pero el tiempo ha borrado los recuerdos de la faz del edificio. «Pusimos unos cuantos globos y velas, pero no habido ni una concentración grande ni nada de nada.», se lamenta Hassan, que asegura que no es la misma persona después de aquello. «Apenas se ha sabido nada del caso. Lo hablo ahora y me siguen entrando escalofríos. Esa niña no se valoró. Se enterró y todo acabó ahí«.

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