Ismail tenía 44 años y era natural de Tetuán, una ciudad del norte de Marruecos. Como tantos otros migrantes, dejó atrás a su familia -mujer y un hijo de corta edad- y cruzó el Estrecho en busca de un sueldo con el que mantenerlos y darles un proyecto de vida mejor.
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Ismael no tenía antecedentes policiales en España. Lo que las autoridades sabían de él es que había obtenido su permiso de residencia, que se dedicaba a trabajar en todo lo que podía y que había iniciado los trámites para solicitar la reagrupación familiar, es decir, para traer a su mujer y a su hijo a España.
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Sus amigos lo definen como un buen hombre. Un currante que no se metía en líos y que se dedicaba a trabajar -desde hacía aproximadamente un año- para la empresa Bolt al volante de un vehículo de transporte con conductor (VTC). Antes había trabajado como camarero, aunque en otra ciudad española, y hablaba muy bien español.
Ismail vivía sin su mujer y su hijo en un piso compartido, pero no estaba solo en España. Su hermano reside en otra provincia. «Eran vecinos míos en Marruecos, lo conocía desde chico. Vivíamos en un barrio muy cerca del estadio de fútbol de Tetuán», comenta un compatriota. «Precisamente vino aquí a Fuengirola porque me conocía a mí».
Otro amigo de Ismail afirma que era «un encanto de persona», y añade: «Ha tenido muy mala suerte de dar con alguien así». Según explica, ya han empezado a movilizarse en torno a la mezquita de Fuengirola para recaudar fondos y ayudar a la familia en la repatriación del cuerpo.
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