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Así era Ángela, la mujer hallada muerta en la alcantarilla: «Ella no se merecía acabar de esa forma»

Así era Ángela, la mujer hallada muerta en la alcantarilla: «Ella no se merecía acabar de esa forma»

El álbum familiar de Ángela Mérida habla de una adolescente guapa y risueña; una madre elegante, segura de sí misma

Viernes, 15 de julio 2022, 00:48

Si es verdad que una imagen vale más que mil palabras, el álbum familiar de Ángela Mérida habla de una adolescente guapa y risueña; una madre elegante, segura de sí misma, que luchó por su sueño de formar una familia; y una mujer sexagenaria a la que la vida le había dejado, sobre todo en sus últimos años, demasiadas cicatrices.

El epílogo de su historia lo escribió presuntamente su hijo menor, un joven de 23 años al que adoptó cuando era un bebé. La policía lo ha detenido junto a un amigo -de 17 años- por asesinato y robo con violencia. Los investigadores están convencidos de que el móvil del crimen es económico: arrebatarle a Ángela el dinero que tuviera en casa.

Una vez que acabaron con su vida, metieron el cadáver en una funda de ropa y lo transportaron hasta una alcantarilla situada en la zona de El Hoyo, a pocos metros del domicilio de Ángela, que está en la calle Carril del Capitán, en Teatinos. Su cuerpo sin vida fue localizado este martes 12 de julio a ocho metros de profundidad.

Hasta ahí, la noticia. El suceso. Pero... ¿Quién era la víctima? Ángela Mérida nació en 1962 en Benagalbón (Rincón de la Victoria). Era la segunda de seis hermanos: Juan, José Manuel, Rafael, Francisco y Enrique. «En el colegio era la número uno de su clase. Empezó con dos años de retraso y terminó antes que nadie», cuenta el menor de ellos.

Tras estudiar en el IES Sierra Bermeja, entró en la universidad para cursar la diplomatura de Empresariales. En primero de carrera conoció a Antonio. Empezaron siendo amigos, pero justo antes de acabar el curso, en torno al mes de mayo, empezaron a salir. Así la describe él, 40 años y un divorcio después: «Vi que era la mujer más completa que había conocido: amiga, compañera, inteligente, buena conversadora, trabajadora... Sabía hacer de todo. Era una persona magnífica y bondadosa».

Dejaron la carrera a falta de las últimas asignaturas y se pusieron a trabajar. Los dos se especializaron en el ámbito de los seguros. Ángela se sacó el título de mediador y llegó incluso a montar su propia correduría. La vida les iba bien. A los cinco años de noviazgo se casaron en Rincón de la Victoria y se compraron un piso en Fuengirola.

Transcurrido un tiempo, y viendo que los hijos no venían, dieron el paso de adoptar. «Ninguno de los dos estábamos obsesionados con la idea de ser padres. Pasamos por distintas etapas en las que uno era más reacio que el otro. A mí me daba miedo pensar que, si todo se hereda, el carácter también», relata el exmarido de Ángela.

En aquella época, recuerda él, estaban muy de moda las adopciones internacionales. Ellos iniciaron los trámites en Perú, pero también en España. «Justo cuando estábamos a punto de que nos dieran un niño en adopción en Perú, nos avisaron de los servicios sociales y nos dijeron que había dos hermanos de aquí. Y que era para ya».

Los llamaron por teléfono un miércoles del mes de mayo de 1999. El jueves les hicieron las últimas pruebas psicológicas para verificar que ambos eran aptos para acoger a los niños y ese mismo viernes, sin tener ni los pañales comprados, Ángela y Antonio volvieron a casa siendo padres.

El mayor, que era y sigue siendo Juan, tenía tres años y cuatro meses. El pequeño, de 14 meses, venía con un nombre «muy raro» que no revela y decidieron cambiárselo por Alejandro Ángel. En casa, de chico, todos lo llamaban 'Ale', diminutivo de Alejandro. Pero él se sintió más identificado con el nombre de Ángel y hoy día se presenta así.

Entraron en casa muy ilusionados: salieron dos y regresaron siendo cuatro. Una familia. «Recuerdo perfectamente el estreno», continúa el exmarido de la víctima y padre del joven detenido por el crimen. «El pequeño no paraba de llorar y esa misma noche lo llevamos al ambulatorio de Fuengirola porque tenía anginas».

Tras la euforia inicial vino el golpe de realidad. «Fue un cambio de vida muy drástico, verte de pronto con dos niños de golpe... », expresa Antonio, que se acuerda, como cualquier padre, del cansancio de esa etapa de la niñez. Ángela aparcó su profesión para dedicarse de lleno a ser madre. Y perdió 20 kilos en ese tiempo.

En 2000, decidieron comprar un piso en Málaga capital, donde él trabajaba. La recién creada familia se mudó a una vivienda en la calle Carril del Capitán, en Teatinos, la misma donde Ángela vivía actualmente. La misma donde la mataron.

En el vecindario la recuerdan como una mujer «muy elegante» en su forma de vestir, «educadísima» y «muy amable» en el trato con los residentes en la urbanización. Le encantaba la costura. De hecho, a poco que entablara amistad con alguien, se ofrecía a hacerle «algún trapito».

La pareja empezó a tener problemas de convivencia que Antonio achaca en gran medida a la enfermedad mental que ella arrostraba, un trastorno bipolar del que estaba en tratamiento y que la había llevado en varias ocasiones al hospital, como subrayó su hermano Enrique en la denuncia que presentó en comisaría tras la desaparición

En 2009 se separaron. Ella se quedó con los niños en Teatinos y él se mudó a La Cala. Tras una adolescencia problemática, el mayor de los hermanos se fue «encauzando». Ahora es padre de una niña y vive en Carmona (Sevilla). Ángel llevó otro derrotero. Según el padre, tiene diagnosticado un retraso madurativo con una discapacidad del 50%, lo que le acarreó no pocos problemas en el ámbito escolar. «Siempre ha estado más cómodo con niños menores que él». Eso explica, quizá, que el detenido como supuesto cómplice del asesinato de Ángela sea un adolescente de tan sólo 17 años.

Con la mayoría de edad, Ángel se fue a vivir con su padre. Ni estudiaba ni trabajaba, lo que ahora se conoce como un 'ni-ni'. Pasaba el día enganchado al móvil, jugando a la Play o saliendo con amigos. Antonio había decidido mudarse a Teatinos, a 50 metros del domicilio de Ángela, para que su hijo cambiara de aires y sobre todo de «junteras».

No lo logró.

Ángel dejó de convivir con el padre justo en las mismas fechas en que se le perdió la pista a Ángela. «Me engañó. Me dijo que se había ido a casa de uno de sus tíos para sacarse el carné de moto. Poco después, la policía me llamó para informarme de que mi exmujer había desaparecido y ya até cabos», cuenta.

El padre lo llamó por teléfono con la excusa de ir a verlo al piso y él le dijo que estaba con un amigo y que no le iba a abrir la puerta. «El hermano vino desde Sevilla, se presentó en la vivienda y, cuando vio lo que había, me llamó y me dijo: 'Papá, ha metido a una familia aquí a vivir'.

El exmarido tiene que hacer un ejercicio de contención para recomponerse y seguir hablando de su hijo Ángel: «Mi única preocupación ahora es transmitirle al fiscal o al juez que lo manden a una cárcel donde pueda aprender una profesión, la que sea. Un padre siempre espera a un hijo. Incluso en el peor de los casos, como es éste, lo único que quieres es que no acabe mal. Pero con los brazos abiertos, como que no».

El motivo de que Antonio haya decidido romper su silencio es denunciar que, años después de la separación, recibió un informe que advertía del absentismo de Ángel y de la laxitud en cuanto a límites y normas en la que, al parecer, se estaban criando los dos menores, «sin que eso suponga justificar en absoluto lo ocurrido».

Con el divorcio, él trató de promover un cambio de custodia, «pero ni la jueza, ni la fiscal ni la psicóloga me escucharon», se queja. Tampoco avanzó el procedimiento abierto para incapacitar a Ángela por su trastorno. Después de dos años y pico «coleando», el expediente seguía actualmente sin resolverse, se lamenta él. «Me presenté en el juzgado y me dijeron que no se podía terminar porque le enviaban cartas y ella no se presentaba a las citaciones. ¿Cómo esperan que vaya? Es inaudito». Antonio confiesa que, después de tantos días, ya no esperaba que encontraran a Ángela con vida, pero jamás por un final como el que ha tenido. «Es imposible imaginar algo así, ni siquiera en el último momento. Cuando me lo dijo la policía se me vino el mundo encima», reconoce el padre del detenido, que sólo entonces se rompe.

Tampoco Enrique pensó en momento alguno que su hermana pudiera haberse marchado por su propio pie, y menos sin decirle nada a su madre, ya nonagenaria, a la que llamaba cada día. Este miércoles pasó el duro trago de contarle lo ocurrido. «Mi hermana no se merecía acabar así. Mi madre sólo acertó a decirme: 'Le podían haber quitado todas sus cosas, pero ¿por qué le han quitado la vida?», cuenta Enrique.

El rastro que Ángela dejó en Internet ayuda a terminar de dibujar su perfil. Y habla de un carácter optimista, pese a todo. Era muy activa en redes sociales, donde subía imágenes con mensajes en los que daba las gracias por todo lo bueno que le había dado la vida. Su última publicación en Facebook es del 22 de mayo, cuando compartió un 'selfie' tras hacer deporte y darse una ducha. «Empieza el día con energía», escribió.

La cara B, la que no se suele mostrar en las redes, se quedaba sólo para su círculo más íntimo. Al parecer, Ángela vivía de una pequeña pensión y no andaba precisamente sobrada de dinero. Estaba empezando otra vez a vender seguros, dice Enrique. Hizo una pequeña inversión, un pisito en la Sagrada Familia para arrendarlo y ayudarse con los gastos. Lo alquiló en febrero de 2020. «Le dieron el primer mes y la señal. Desde entonces, no han vuelto a pagarle ni el alquiler, ni la luz ni el agua. A perro flaco todos son pulgas», se lamenta el exmarido, que mantenía una relación cordial con ella. A los okupas los desahuciaron en mayo, pero Ángela no pudo verlo. Ya había desaparecido.

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